Dos almendros y una cruz
por Sólo Dios basta
Parece que quiere llover pero no termina de llorar el cielo. Hace poco que he celebrado la misa de la solemnidad de Cristo Rey en uno de los palomares de Santa Teresa de Jesús, en Malagón, donde había venido a dar una conferencia sobre la mística doctora.
Toca volver a Logroño, y antes de llegar a Ciudad Real para tomar el tren recibo un regalo que no dejo de agradecer: ¡Conocer el lugar del martirio del Beato Narciso Estenaga! ¡Sí! ¡Un sueño querido desde hace tiempo que sin ser pedido ni esperado llega a hacerse realidad gracias a la cofradía de Santa Teresa de Malagón! El viernes había parado en Ciudad Real para ir a la catedral y rezar ante su sepulcro, que se encuentra bajo el altar mayor junto al de su secretario, Don Julio Melgar. Ambos fusilados en el mismo lugar.
Llegamos a ese lugar, Peralvillo, muy cerca de Ciudad Real. Nada más pasar el pueblo viniendo desde Malagón, hay que tomar un camino que baja hacia un piélago que sirve de lugar de paseo y pesca, pero también de oración. Cuando llego junto a los dos cofrades que me llevan a Ciudad Real y a un joven amigo estudiante en Madrid que ha querido acompañarme este fin de semana a tierras de La Mancha, vemos a un hombre pescando en el piélago. Al volver al coche unos ciclistas pasan cerca de nosotros. En medio queda un momento de oración íntimo, intenso y trascendente. Llego con emoción hasta el monumento. Una gran cruz de piedra con el escudo de la Acción Católica recuerda el lugar de martirio del obispo Don Narciso. A los pies de esa cruz en una gran losa blanca que sufre el paso de los años se puede leer lo siguiente: “La Acción Católica a la perpetua memoria del glorioso mártir Exmo. Sr. Frey Narciso de Estenaga obispo prior de las órdenes militares que en este lugar vertió su sangre para la redención de La Mancha el 22 de agosto de 1936. R. I. P.”.
Nos paramos. Todos miramos a la cruz. Cada uno reza en silencio. Pasados unos minutos el joven que me acompaña y quien escribe estas líneas hacemos algunas fotografías. Subo un poco la ladera para hacer más fotos y también un vídeo para poder llevarme este lugar a Logroño. Contemplo la escena. Todo cambia. Al fondo el piélago, la ladera sube hacia la cruz que ahora tiene otra perspectiva. Piedras, hierbas, algún matorral, y de repente a mi izquierda y muy cerca de la cruz descubro dos almendros. ¡No es casualidad! ¡Dos pequeños almendros acompañan la cruz de piedra! ¡Todo cobra sentido!
Bajo de nuevo al pie de la cruz, voy a la base de piedra sobre la que se apoya el monumento y vuelvo a hacer silencio. No me resisto y me arrodillo. El cielo no termina de dejar caer el agua. Cierro los ojos. Entro en el castillo interior de mi alma. Me uno al Rey del castillo. Hago silencio y traigo junto a lo más íntimo de mi corazón a dos jóvenes logroñeses que este año han empezado la universidad y a los que les he hablado del beato Narciso Estenaga. Los veo en sus estudios, sus exámenes, sus deseos de estar cerca de Dios, sus proyectos, sus agobios,… su vida entera. Sigo en silencio y con los ojos cerrados. Parece que quiero llorar pero me pasa como al cielo, que no termina de abrirse del todo para que se derrame la lluvia. Falta muy poco. La emoción, el gozo y el agradecimiento llenan todo mi ser. ¡Todo es gracia reconfortante! ¡Todo es vida apasionante! ¡Todo es don de Dios!
El Rey de la verdad es el que me invade. Rememoro esos momentos finales del beato Narciso. Muere por vivir en la verdad y hablar de la verdad, del Rey que es la misma verdad en sí misma y todas las demás verdades dependen de esta verdad. La verdad hace totalmente libre a Don Narciso Estenaga. No tiene miedo. Vive en la verdad y para la verdad. Por eso muere como mártir de Cristo, sin dudar que todo es obra de ese Dios que un día lo aleja de su ciudad natal, Logroño, y lo trae hasta tierras de La Mancha, donde termina sus días dando gloria a Dios de este modo tan sublime como es el martirio, la entrega total de su persona hasta llegar a dar la vida. ¡Se deja matar por defender esa verdad que le abre las puertas del cielo! ¡Verdad! ¡Libertad! ¡Cielo! Todo ello unido es lo que remueve el corazón orante.
Sigo en silencio, en alegría desbordante por dentro mientras vuelvo sobre esos dos pequeños almendros. Apenas levanta dos metros sobre el suelo el más grande de ellos. Están empezando a crecer, a echar raíces, a fortalecerse en su base para más tarde dar fruto. En esos almendros veo a esos dos jóvenes de Logroño. Ahí están, empiezan ahora una vida nueva y esos almendros lo mismo. Esta imagen me hace ver la grandeza de la creación en este día de Cristo Rey del universo: la majestad de un Dios que es Rey y que allí donde hay un corazón que le ama se derrama con toda su fuerza. Es el amor puro de Dios, el que vive y hace al beato Narciso dar todo, hasta su misma sangre, por ese amor que es único. ¡Es el amor de Dios! ¡Nada como el amor de Dios! ¡Todo el universo con la mirada puesta en su Rey!
Me habría quedado un buen rato en este silencio de oración para seguir recorriendo el castillo interior, buscando la verdad en unión a toda la humanidad que en un día tan especial da honra y gloria a Dios. Es todo muy distinto a aquel 22 de agosto de 1936. La sangre del beato Narciso discurre entre esas piedras camino del piélago mientras fecunda una tierra donde ahora podemos ver dos almendros que pronto darán sus primeros frutos. El obispo mártir de Ciudad Real riega esta tierra con su sangre, y justo 85 años después algo nuevo ha brotado. ¡Hay vida después de la muerte! La sangre de un riojano nacido a la vera del río Ebro termina junto a un piélago de La Mancha.
Son los designios de la divina providencia que tiene todo preparado para hacernos ver a las claras que todo llega a su tiempo, y que todavía hay que esperar a que los árboles crezcan y den fruto. Ese fruto de santidad, de entrega al mismo Cristo que sirve Don Narciso como obispo y al que ahora dos jóvenes riojanos empiezan a seguir de otro modo, nos abre a la esperanza de que esto no se acaba, sino que sólo es cuestión de que llegue la cosecha. El obispo ofrece su sangre desde la paz y amor a Dios, y los jóvenes de nuestros días ofrecen sus estudios universitarios para que esa misma paz y amor de Dios siga haciéndose presente en una sociedad que carece de este gran tesoro que es Cristo Rey.
Es hora de caminar, de levantarse, de volver al coche y llegar a Ciudad Real para más tarde, desde Madrid, tomar un autobús hasta Logroño. Así sucede. Cuando llego a Logroño por la noche me encuentro con otra grata sorpresa: ¡ha llovido! No he llegado a llorar, no ha llovido en Ciudad Real, pero en la ciudad donde nace el obispo mártir beatificado el año 2007 en Roma, Don Narciso Estenaga Echevarría, sí que ha recibido el agua del cielo en un día muy especial, el día de Cristo Rey. Concluye una jornada que quedará para siempre en mi recuerdo después de todo lo vivido y orado junto a dos almendros y una cruz.