Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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¿Por qué parece inexistente la nueva evangelización?

por José Alberto Barrera

Me empieza a parecer que esto de la Nueva Evangelización se ha convertido en un tema tan  manido que empieza a perder significado para todos en la Iglesia, y corre el riesgo de caer en el cajón de los olvidos.

De poco sirve que seamos duchos en la historia y documentos de la Iglesia, desde la carta magna de la evangelización que fue Evangelii Nuntiandi  de Pablo VI, pasando por todo el magisterio pontificio de Juan Pablo II que siguió a la declaración de 1983 hecha en Haití ante el CELAM, exhortando por primera vez a una nueva evangelización.


La pregunta del millón es si es posible una Nueva Evangelización en la situación actual, no ya en la del mundo, sino en la de la Iglesia. Porque si nos ponemos a echar cuentas, es fácil ver cómo han pasado la friolera de veintisiete años desde la declaración de Haití, y han llovido documentos y encíclicas de lo más interesantes, pero las cifras de evangelización en el viejo continente no han cesado de ir a peor.

No pretendo ser agorero ni pesimista, sino simplemente reflexionar sobre el hecho de que mucho se habla de una Nueva Evangelización, pero poco de esta se ve, parece inexistente.

Cualquier observador externo a la iglesia podría describir cómo se ha dado una caída en picado en las cifras de asistencia a la iglesia. En nuestras iglesias abundan las canas y no se ven apenas jóvenes y se sigue haciendo y diciendo lo mismo de hace treinta años, a las mismas personas fieles que aún asisten.

Todo esto genera una perplejidad en los miembros de la iglesia, que no comprenden en qué han podido fallar, y que desemboca bien en la confusión, el desánimo, o en un cerrarse en banda asumiendo que a la gente ya no le interesa el mensaje de Cristo.

La Nueva Evangelización se nos plantea como respuesta al problema. Una respuesta a la descristianización del mundo cristiano, mediante la reconversión de los bautizados, que debe impulsar a todos a pasar de ser evangelizados a ser evangelizadores.


Pero lo que falla no es precisamente la teoría. Para mi es obvio que la Nueva Evangelización no se ha implementado; si acaso nos hemos dado un barniz con ella, pero las cosas en general, siguen como estaban.

Lo más sintomático de esto es ver cómo las parroquias siguen planteadas de la misma manera que siempre, con una estructura pastoral que no está centrada en la evangelización, sino en el mantenimiento.

Dedicamos lo mejor de los recursos humanos y divinos que tenemos a una pastoral que no está trayendo gente nueva a la iglesia, sino acompañando a los que ya están, sin darles ninguna responsabilidad hacia el mundo exterior.

Por si esto fuera poco tenemos una serie de coladeros sacramentales, como son los bautismos y las bodas, que suponen un flujo constante de gente alejada que pasa por la iglesia, a la que no somos capaces más que de darles un cursillo para cubrir el expediente, sin suscitar en ellos una experiencia de conversión.

Y desde luego que cuando hay prioridades económicas, políticas,  culturales,  personales, o espirituales, la Iglesia se vuelca y se moviliza, y se tiene presupuesto y medios para hacer nuevos templos, comprar espacios en los medios de comunicación, hacer campañas para sostener la obra de la Iglesia y la aportación en la renta y organizar manifestaciones masivas.


Pero me pregunto hasta qué punto no estamos empezando la casa por el tejado, cuando nos manifestamos en la calle a favor de la vida, y olvidamos que se está legislando en contra de ella porque no hemos evangelizado a los políticos y a las personas que están promoviendo estas perversas leyes.

Creo que las alarmas no saltan como debieran cuando nos preocupamos de dar la batalla social y política, y olvidamos que hemos llegado a este punto porque no se ha dado una evangelización durante décadas, verdadera causa de que la sociedad esté donde esté.

 

Por todo esto me pregunto hasta qué punto es posible una nueva evangelización en una iglesia como la actual, que se lamenta de la falta de jóvenes, pero no renuncia a mantener las cosas como están, sin atreverse a buscar nuevos métodos, nuevas estructuras pastorales y nuevos lenguajes, para explicar una verdad siempre nova et vetera.


Y por más que le de vueltas, y por optimista que me sienta, creo que la única manera de que se esto ocurra es si nos sentamos a analizar con más profundidad lo que está pasando dentro de nuestro patio, y la parte de responsabilidad que como iglesia tenemos en esta crisis en la que está sumido el mundo de hoy.

Sólo entonces, si hay valentía, y remedios radicales y consecuentes, será posible la Nueva Evangelización, y mientras, mucho me temo que quedará en papel mojado.

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