Miércoles, 04 de diciembre de 2024

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Algunas reflexiones

por La Columna del #CoronelPakez

No hace falta creer en Dios para saber que en el mundo hay injusticia y hay mal. Tampoco hace falta creer en Dios para saber que muchas, muchas veces actuamos injustamente y muy mal.

Lo que es peor: no nos damos cuenta de que hacemos el mal. Por eso dice la Biblia: "Absuélveme, Señor, de mi pecado oculto". 

El hombre tiene sed de justicia. Digamos que el marxismo es el grito moderno de la exigencia de justicia. El marxismo es ateo, por tanto no hace falta creer en Dios para exigir una compensación al mal que nos habita. Cualquier ateo, en nombre de lo que sea, te dirá que cree en la justicia y la desea para él y para su prójimo, compañero, camarada y, en el supremo intento de acercarse al Dios que niega, para la humanidad entera por los siglos de los siglos.

Sin embargo, como escribió Dostoievski, "si Dios no existe, todo está permitido": el parricidio de Fiodor Pavlovich, el bombardeo atómico, la violación de menores, las orgias coprofágicas tan habituales entre determinadas élites ante el altar de Baal Peor, el infanticidio del aborto, el crimen de la eutanasia, el saqueo de los trabajadores por parte del estado, la producción y venta de drogas para corromper a la juventud, etc.

Todo está permitido y, lo más diabólico, legalizado.

Pero la ley no puede acallar la conciencia. Uno, si es simplemente honesto y sincero consigo mismo -sin Dios-, puede darse cuenta de lo que ha hecho mal en su vida, de lo que sigue haciendo mal. Intentará corregirse. Pero, si es aún más honesto, tendrá que admitir que, por sus propias fuerzas, no puede. Necesita ayuda. Y lo llamará solidaridad si decide pedirla. A pesar de todo, quedará siempre una zona íntima y oscura, defendida por el miedo y el orgullo, a la que no podrá acceder jamás y que, siempre, proyectará una sombra temible sobre él mismo. La dejará ahí y mirará para otro lado. O se embriagará. O qué sé yo...

¿Para qué sirve la fe en Dios en esta situación? Para iluminar la zona íntima y oscura, donde la razón no puede llegar. Solo desde un Tú que nos ama puede iluminarse eso tan terrible; puede sanarse y puede, de inicio, no conducirnos a la desesperación: siendo yo así de malo, ¿cómo puedo juzgar a mi hermano? Siendo yo así de malo, ¿cómo puedo extrañarme del mal sobrehumano que hay en el mundo? Siendo yo así de malo, ¿cómo puedo quejarme de nada de lo que me sucede? Porque, si hay Dios, hay justicia de verdad. Y si hay justicia de verdad, las desgracias que me sucedan, los contratiempos, el frío y el calor, las muertes cercanas, las enfermedades, ¿no son merecidas, y bien merecidas, para colmar la justicia, para saciar nuestra sed de justicia? Lo son, sin duda. Y mejor así, porque, si hay Dios, hay infierno y hay purgatorio. Y entonces el anhelo del ateo de justicia se verá eternamente satisfecho.

¿Para qué sirve Dios? Para salvarnos de nosotros mismos y de nuestra diabólica y perenne soberbia. Contemos con el diablo que en su afán por destruirnos puede hacerlo con tentaciones y actos de bondad. No les extrañe. Los masones son una organización demoníaca, ellos mismo reconocen a Lucifer como su dios, y practican la filantropía, la fraternidad y todas esas cosas que los genocidas de la Revolución Francesa copiaron del Cristianismo. El mal con apariencia de bien es una treta satánica de las más peligrosas, y solo la luz de la fe, la Luz que es Dios, puede desenmascararla y desactivarla. Pero este es otro tema. Lean más la Biblia y vean menos redes sociales.

Paz y Bien.

 

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