Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Según las últimas estadísticas ofrecidas por la Oficina para las Causas de los Santos de la CEE

5.591 mártires: 2.128 en los altares + 1.785 en Roma + 1.678 en las diócesis

por Victor in vínculis

¡SEVILLA, como siempre QUÉ MARAVILLA!

La catedral de Sevilla ha sido testigo en la mañana de este sábado de la beatificación del sacerdote Manuel González-Serna y otros 19 mártires compañeros [10 sacerdotes, 1 seminarista, 1 laica y 8 laicos] de la persecución religiosa durante los días de la Guerra Civil española, en una misa presidida por el cardenal Marcello Semeraro, legado pontificio y prefecto del Dicasterio para la Causa de los Santos.

En su homilía, el cardenal Semeraro ha señalado que todos los mártires hoy beatificados aceptaron la muerte como «expresión de su fidelidad a Cristo» y que la veneración de los mártires, «incluso en la persecución, no debe apartamos de nuestra condición cristiana... El cristiano no debe dejarse intimidar, sino mantener la confianza en Dios. La esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado por el Espíritu Santo».

También ha explicado las formas de martirio a las que se enfrentaron los mártires: sufrir la muerte por motivo de la fe cristianaperdonar las ofensas y la misericordia. «El primer martirio no siempre ocurre; el segundo y el tercero debemos vivirlos siempre».

Entre los testimonios de los mártires beatificados el Cardenal Prefecto ha recordado a MIGUEL BORRERO PICÓN en el momento del martirio quiso llevar la sotana para mostrar públicamente su identidad.

Miguel nació en Beas (Huelva) el 6 de diciembre de 1873 siendo bautizado el día 10. Ingresó en el Seminario General y Pontificio de Sevilla en 1890, con 17 años, concluyendo sus estudios en 1903. Recibió el sacerdocio el 19 de septiembre de 1903. Ejerció su ministerio desde entonces en distintas capellanías y parroquias hasta que el 26 de febrero de 1923 fue destinado como coadjutor a Utrera (Sevilla). En la noche del 19 de julio de 1936 fue conducido a los calabozos municipales cuando se dirigió al Ayuntamiento a pedir la libertad de unos detenidos por el Comité Revolucionario que consideraba inocentes. No cesó de conducirse entonces como sacerdote preparándose junto a los encerrados para una muerte que daban por segura. En las primeras horas de la mañana del 26 de julio, ante la inminente llegada de las fuerzas de los sublevados a la localidad, los carceleros abrieron las puertas del calabozo y dieron la orden de salir. Un disparo en el pecho al cumplir lo ordenado le produjo la muerte en el acto].

También, entre otros, a la anciana sacristana MARÍA DOLORES SOBRINO CABRERA. Nació el 19 de abril de 1868 en Constantina (Sevilla) y fue bautizada el día 20. Casada con el empleado municipal Rafael Cabezas en 1891. el matrimonio no tuvo hijos. Persona religiosa, sin filiación política alguna, colaboraba regularmente con la Iglesia. Poco después de la sublevación militar su marido, que entonces ocupaba el cargo de Depositario Municipal, fue asesinado y, saqueado su domicilio, María Dolores hubo de buscar acomodo entre sus familiares.

Al mediodía del 23 de julio de 1936 fue asesinado el párroco Manuel González-Serna Rodríguez y, más tarde, se ordenó su detención. Conducida con acompañamiento de la turba por el pueblo hasta al interior del templo, donde le mostraron el cadáver del párroco, se enfrentó al Comité tras lo cual también la asesinaron disparándole a bocajarro. Ambos cadáveres fueron objeto de escarnio público.

En este grupo destaca el sacerdote JOSÉ VIGIL CABRERIZO protomártir de la persecución

Por mi parte, durante la retransmisión para RADIO MARÍA, he recordado el testimonio del sacerdote José Vigil Cabrerizo que es el protomártir de la persecución religiosa es España. En la parroquia de San Jerónimo de Sevilla, hoy gastada por los efectos del tiempo, aún puede leerse el siguiente texto: «Diligite inimicos vestros. A la buena memoria del señor Don José Vigil Cabrerizo, presbítero, capellán rector de esta iglesia de San Jerónimo, gravemente herido por los impíos en la persecución marxista en la calle Conde de Ibarra la tarde del 18 de julio de 1936, y que consumó su heroico sacrificio al siguiente día, después de perdonar generosamente a sus verdugos y de rogar a sus padres [y hermanas] que también los perdonaran, imitando las lecciones del Divino Maestro. Exemplum enim dedi vobis (Jn 13, 15)».

El periodista Nicolás Salas (1933-2018) recogía extensamente el martirio de José Vigil en un artículo en 2016:

«El 18 de julio del año 1936, a las seis de la tarde entró una partida de comunistas armados de pistolas y de mosquetones en la casa de Conde de Ibarra, número 28, donde accidentalmente residía el presbítero D. José Vigil Cabrerizo, capellán encargado de la iglesia sita en la barriada de San Jerónimo de esta ciudad con sus padres y hermanas, en busca y persecución, según se decía, de los señores Fernández Robles, militantes de Falange Española, residentes en otro piso de la misma casa.

Estos señores se defendieron a tiros de la agresión, matando a uno de los comunistas, los cuales, irritados por ello y para vengar la muerte del compañero trataron de violentar la cancela, y no pudiéndolo hacer, forzaron la puerta de la habitación donde en compañía de su familia estaba dicho presbítero, el cual al sentirlos se presentó a ellos vestido de paisano por haberlo obligado así su padre. Al verle los comunistas, dijeron: Este es fascista, y le dispararon dos tiros en el hombro izquierdo, por lo que pidió a su madre un pañuelo para sujetar la sangre. Y como él hiciese protesta de no ser fascista, y como después de registrar ellos la casa no hallaron armamento alguno, por orden del que parecía cabecilla dejaron de disparar contra él, pero le obligaron a salir de la casa.

Ya en la calle, de otro grupo como de unos treinta comunistas, se abalanzó uno sobre él, lo registró, quitándole la cartera donde tenía su documentación, varias estampas que solía llevar consigo para darlas a los niños y ciento cincuenta pesetas que para Misas le había entregado una señora. De todo se apoderaron y, al ver las estampas, dijeron: Este es beato, disparándole otro tiro en el hombro izquierdo. Con esto parecía que se daban ya por satisfechos, pero cuando abrazado y llevado por sus padres y hermanas se disponía a volver a la casa, uno de los marxistas dijo: No lo dejéis que es el cura de San Jerónimo, y metiendo la pistola entre los cuerpos de su madre y hermanas le disparó otro tiro en el vientre, cayendo entonces al suelo, diciendo al caer: Yo los perdono como Dios Nuestro Señor perdonó a sus enemigos y rogando a los marxistas que no hiciesen nada a sus padres y hermanas.

Ya en el suelo quisieron darle otro tiro en la corona, pero como la hermana mayor cubrió la cabeza con su cuerpo, dijeron: «A las mujeres no hay que tirarles», e inclinándose uno de ellos le disparó otro tiro en la paletilla izquierda, pretendiendo con ello rematarlo. Quedó tendido en el suelo repitiendo varias veces: Yo los perdono, y diciendo a su familia: Rezad conmigo, y continuando, así como espacio de una hora, hasta que la partida de comunistas se alejó.

Después de esto, y habiendo su padre avisado a una ambulancia, fue llevado en ella al Hospital Central, donde después de reconocido por los facultativos de guardia, fue colocado en una cama de la sala de Nuestra Señora del Pilar. Enseguida pidió recibir los Santos Sacramentos, administrándole la Penitencia y la Extremaunción el Capellán de dicho establecimiento D. Francisco Jorquera. Quedó con esto muy tranquilo y resignado, hablando varias veces con su familia y con las religiosas que le asistían, sin pensar en las heridas mortales que padecía, hasta el punto de que al preguntarle su padre: -Hijo mío, ¿no te duele nada?, contestaba: -Papá, a mí no; yo no pienso sino que mi sangre y la de muchos españoles sea la salvación de España. También se le oía decir: -Padre mío, perdónalos, como yo los perdono; Virgen Santísima, procura que España sea libre del comunismo; Santa Teresita de Jesús, pídele a Jesucristo que se salve España.

A las cinco de la mañana preguntó a su hermana Cecilia si iba a oír misa, encargándole que lo hiciera así y rogase al Padre Capellán que le trajese la Sagrada Comunión, como así lo hizo, confesando además otra vez.

Al enterarse luego que su madre se preocupaba pensando quiénes fueron los autores de su muerte, dijo a una de sus hermanas: -Di a mamá que no diga tonterías ni piense quiénes fueron los que me han herido, que yo no conocí a ninguno y que si los hubiera conocido los perdonaría lo mismo que los perdono. Y en un momento en que quedó solo con su padre, le hizo jurar que no tomaría venganza de su muerte contra nadie y que perdonara a sus enemigos como él los perdonaba; y así continuó dando consejos a todos hasta las doce del día diez y nueve, hora en que plácidamente expiró. Era el 19 de julio.

¡GLORIA, GLORIA A LOS MÁRTIRES!

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