Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Carta para unas bodas de plata

por Guillermo Urbizu

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Para Maru y Pepe, con todo mi cariño

 

Veinticinco años a regañadientes. Y enamorados. De un constante tira y afloja. Cada uno con sus opiniones y gustos, con su forma de ver las cosas. Ponerse de acuerdo, amarse, disgustarse de nuevo, volver a perdonarse. Toda una vida. Enamorarse hasta de los defectos. Tentaciones no faltan. Dejarlo. Ya está bien. Estás tonto. Estás loca. ¿Y? ¡Qué tonterías se piensan o se dicen a veces! El afecto no es tan intenso. Otra bobada. Y de las grandes. Basta con entrar en casa y sentir su presencia. Pese al enfado de ayer o de antes. El amor es el que trabaja, el que telefonea a media tarde para decir “tengo ganas de verte” o “sin ti se me está haciendo muy largo el día” o un simple “gracias”. El amor es el que regala una mirada cómplice o el que recoge la mesa. El amor es cambiar a su canal favorito y mostrar interés por sus silencios o dolores de cabeza, y estar juntos, más juntos. El amor, enamorarse: darse, prescindir del propio gusto. Cuesta. Ya lo creo que cuesta. Porque vale. Y late. La felicidad cuesta. De no costar sería como mucho una fantasía cursi, o un estremecimiento anodino que no lleva a ninguna parte.
 

Veinticinco años de fidelidad. No se estila. Ninguno cede. Piensan que el esfuerzo es un lastre, que no es amor ni es progreso. Veinticinco años: millones de caricias y contratiempos. No ha resultado fácil sacar adelante tantos besos e incertidumbres… Y los hijos, que se han criado a fuerza de risas, oraciones y ejemplo. Y excursiones y momentos duros y suspensos y noes (no a la tontuna ambiente, no a la frivolidad, no al capricho de lo que apetece). Y esas películas en familia. O un buen partido de fútbol que grita unánime los goles, o la alegría de ese regate al egoísmo. Amor, que torna el fastidio propio en bienestar de todos. Es entrañable mirarse hoy, justo hoy, cuando desde hace veinticinco años celebráis las bodas de plata todos los días. Mirarse: desnudarse por completo el alma. Sin complejos. Quererse en casa, en la calle o en el dolor inevitable. Fieles: verdaderamente modernos. Mujeres y hombres de carne y sentidos perspicaces. E inteligencia espiritual. Unión: unas ganas locas de no separarse nunca aunque el mundo entero se derrumbe, se acabe y os dé por imposibles. Anhelo eterno. El amor no puede conformarse con menos.

Veinticinco años, dicen. Esas canas que le favorecen a él, y esa dulce cadencia de ella. Tener clase en la vida es amarse así. Y esas manos que siguen el mapa de vuestras almas, esos labios que besan la esperanza, esos ojos que saben a gloria… La misma cama donde el amor es unánime, y se pule en una mutua donación, y piropo, y confidencia. Y cada mañana os sorprende como si fuera la primera. ¿Recordáis? Con el mismo milagro en la mirada. Y esa luz que viene de Dios. Es lo que hoy celebramos, lo que vemos en vuestras caras.
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