Domingo, 22 de diciembre de 2024

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El Mesías de Händel LXXXIX

por Alfonso G. Nuño

¿...y el Espíritu Santo?

Precisamente, frente a quienes negaban o puedan negar la divinidad del Espíritu Santo, decimos en el credo que recibe la misma adoración y gloria. Sin embargo, ¿dónde está aquí (cf. Ap 5,13) la glorificación al Espíritu?

A la tercera persona de la Santísima Trinidad se la suele llamar el gran desconocido. No es de extrañar. El ojo no se ve a sí mismo y, no obstante, gracias a él vemos. Solamente se percibe a sí cuando está enfermo. Por ejemplo, en unas cataratas el ojo no ve, porque está viendo una parte de sí mismo que ha perdido transparencia. Y, en un espejo, tampoco se ve, sino que lo que percibe es una imagen especular de sí. Porque vemos, sabemos que tenemos ojos.

¿Cómo podemos decir “al que se sienta en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Ap 5,13) si no somos movidos por el Espíritu? ¿Cómo glorificar por medio de Jesucristo al Padre si no es en su Santo Espíritu?

Cada una de las tres divinas personas está en las otras y todo lo de cada una es de las otras. La alabanza que recibe una es de las otras. Por ello, cuando Juan nos dice que en su visión las criaturas alaban al que está sentado en el trono y al Cordero, están alabando también al Espíritu.

Aún en medio de las multitudes, cuanto más lleno está un hombre del Espíritu, más oculto está. Con razón Jesús vivió anónimo en Nazaret la mayor parte de su vida. Por ello, los santos poseídos por el Espíritu huyen de todo protagonismo; y no solamente porque la gloria sea debida únicamente a Dios, sino porque el Espíritu los pneumatiza. La soledad y el ocultamiento ciertamente son facciones de la participación en la santidad divina, de estar ya degustando la trascendencia del que está más allá de toda criatura, pero también es un rasgo de la fisonomía del Espíritu Santo que nos talla con su estilo y nos lleva a actuar con sus maneras.

El Espíritu de Dios nos mueve a obrar sin vernos a nosotros. Por ello, el mundo del espiritual es un mundo de profundo silencio. Su atención no está en sí; sus pensamientos, sus palabras, sus imágenes, etc. no se interponen entre su atención y la realidad, porque está puesta en Dios y es en Él en quien ve todas las cosas. La acción pneumática es un obrar sin saber que se obra, un vivir sin saber que se vive, un decir sin saber que se habla. Y, sin embargo, obrando, viviendo y hablando en plenitud, con una sabiduría que no queda encerrada en nuestros pequeños pensamientos. La ascesis es aprender del Espíritu sus modos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
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