Martes, 24 de diciembre de 2024

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Oración por el Papa

por Palabras para vivir

El año 2010 fue un “annus horribilis” para el Papa Benedicto XVI. Los medios de comunicación liberales, que son la inmensa mayoría, se pusieron de acuerdo para pedir su dimisión, alegando que no había actuado don diligencia contra algunos sacerdotes pederastas. La inmensa mayoría de los católicos calló y fuimos muy pocos los que alzamos la voz en defensa del Papa. Entre otras cosas, puse en marcha una vigilia mensual de oración por el Papa, en la que además de rezar meditábamos sobre textos del Pontífice.

Cuando en 2013 presentó la dimisión, antes de saber quién iba a ser el sucesor, pedí a todos que no se volviera a repetir lo sucedido y que nunca más dejáramos sólo al Pontífice ante los ataques que previsiblemente iban a tener lugar. Por eso, los franciscanos de María hemos seguido haciendo las vigilias de oración por el Papa. Además, ha sido y es una característica del actual vicario de Cristo pedir que se rece por él.

Ante la grave situación que vivimos, con una confusión como no se producía desde hace siglos, he pensado que hay que intensificar la oración por el Vicario de Cristo. Me ha gustado mucho una que ha compuesto un religioso dominico, Fray Nelson Medina, al que no conozco personalmente, pero al que leo con gusto. Espero que no le moleste que difunda una parte de su oración. Dice así:

“Señor Jesucristo, apelando a tu Sagrado Corazón y a la eficaz intercesión de tu Santísima Madre, que ha sido saludada como Madre de la Iglesia, esto te pedimos para el Papa Francisco:

- Que tus Llagas Santas, Jesús, no se aparten de sus ojos; que simplemente no pueda olvidar el precio de amor que has pagado para que el demonio sea derrotado, los ídolos derribados, la muerte vencida, el pecado perdonado, y se abran las puertas de la gloria eterna a quienes creen y confiesan la fe.

- Que sus oídos sientan una alarma fuerte cada vez que las trampas del enemigo quieran persuadirlo de mezclar las aprobaciones del mundo o las presiones de la sociedad con la grandeza y pureza del Mensaje de Salvación que tú le has encomendado como Sucesor de Pedro.

- Que su boca reciba una gracia renovada, de modo que su palabra, apartándose de toda ambigüedad, defienda con claridad la sana doctrina, mientras sigue llamando a todos a la unidad en Cristo, para la gloria de Dios Padre.

- Que sus pies se orienten sin cesar hacia tu gloria, Jesús: buscándote en el silencio del Sagrario; reconociéndote en el testimonio de las Escrituras; predicando tu Evangelio con palabra diáfana y ardiente; y siempre sirviéndote, especialmente en los más pobres, es decir, los que menos saben de ti, Señor, puesto que no hay mayor miseria que ignorar cuál Dios nos ha amado tanto.

- Que su mente reciba una gracia singular del Espíritu Santo para reconocer y discernir, según el carisma propio de San Ignacio de Loyola, cuáles inspiraciones son de Dios, cuáles vienen de los intereses puramente humanos y mundanos, y cuáles tienen su raíz en el espíritu de las tinieblas, que ronda buscando a quién devorar.

- Que sus manos realicen cada vez mejor la labor de cuidar el rebaño tuyo, Jesucristo, de modo que sea físicamente incapaz de firmar o apoyar lo que ensucia, confunde, degrada o niega la fe, la que defendieron los mártires, y en cambio tenga pulso firme para guiar el timón y conducir de nuevo la nave de la Iglesia a su ruta propia, más allá de los escollos e intereses de este mundo que pasa.

- Y finalmente, te pedimos, Señor Jesús, que el corazón del Papa sea sumergido en el fuego de tu propio Corazón, de modo que pueda corregirse de sus faltas, ya que todos las tenemos, y pueda predicarnos con fuerza y mucha luz sobre las raíces de nuestros pecados, y de los males que hoy se ciernen sobre la Tierra”.

Recemos por el Papa. Y esto lo pido a todos. También a los que no les gusta lo que está haciendo. No le dejemos solo, como muchos hicieron con Benedicto XVI. Si defendemos la fe católica contra sus enemigos es porque creemos en ella y, si creemos en ella, debemos creer en el poder de la oración. Los otros, los que quieren cambiarla, ya no creen. Ese es su problema y su desgracia. No caigamos nosotros en la misma trampa. Recemos, hablemos con amor cuando hay que hablar, aunque nos cueste el honor y la vida y, sobre todo, confiemos en Dios y en su divina misericordia.

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