Domingo XIX T.O. y pincelada martirial (C)
El hombre no es un testigo inerte del ingreso de Dios en la historia. Jesús nos invita a buscar activamente el reino de Dios y su justicia y a considerar esta búsqueda como nuestra preocupación principal: encontrar el camino, permanecer fieles en él y llegar hasta la vida eterna. A los que creían que el reino de Dios aparecería de un momento a otro (Lc 19,11), les recomienda una actitud activa en vez de una espera pasiva[1]…
Así pues, la persona humana está llamada a cooperar con sus manos, su mente y su corazón al establecimiento del reino de Dios en el mundo. Esto es verdad de manera especial con respecto a los que están llamados al apostolado y que son, como dice San Pablo, cooperadores del reino de Dios (Col 4,11), pero también es verdad con respecto a toda persona humana.
En el Reino entran las personas que han elegido el camino de las bienaventuranzas evangélicas, viviendo como pobres de espíritu por su desapego de los bienes materiales, para levantar a los últimos de la tierra del polvo de la humillación...
En el Reino entran los que soportan con amor los sufrimientos de la vida: Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios (Hch 14,22; cf. 2 Tes 1,4-5), donde Dios mismo enjugará toda lágrima... y no habrá ya muerte ni llanto ni gritos ni fatigas (Ap 21,4).
En el Reino entran los puros de corazón que eligen la senda de la justicia, es decir, de la adhesión a la voluntad de Dios, como advierte San Pablo: ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros..., ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el reino de Dios (1 Co 6,9-10; cf. 15,50; Ef 5,5).
Podemos recoger hoy el hermoso testimonio de Santa Clara de Asís, cuya santidad celebraremos mañana.
Europa asistía en la primera mitad del siglo XIII al despuntar de la Edad Moderna, con profundos cambios políticos y sociales, económicos, culturales y religiosos. En este contexto de cambio y transformación del mundo medieval al moderno, Santa Clara fue una de las personas que, junto con San Francisco, Santo Domingo de Guzmán y otros, vivieron el Evangelio de forma radical y así se convirtieron en factores de renovación en la Iglesia, de la vida consagrada y de la sociedad de su tiempo2.
Para Clara, vivir el Evangelio equivale a seguir el estilo de vida de Jesús y de su Madre y, sobre todo, la pobreza de Belén, la humildad de Nazaret y la inefable caridad del Calvario. Rasgos que estaban en claro contraste con el ambiente familiar noble y rico de Clara, con la nueva sociedad de los mercaderes, con el estilo de vida de la Iglesia y de la misma vida monástica de entonces. Dios se acercó al hombre por el camino de la pobreza; Santa Clara escogió ese mismo camino para acercarse a Dios y a los hombres. La pobreza tiene en la vida de Clara un sentido de identificación y de liberación para entregarse a Dios y a los hombres.
Es su vida, el fiel cumplimiento de lo que hoy Jesús nos pide: Vended vuestros bienes, y dad limosna..., porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Y tengo que preguntarme: ¿Dónde tengo puesto el corazón? ¿Lo tengo puesto en Dios o lo tengo puesto en el artificio de lo material, en lo que pasa? ¿Lo tengo puesto en Dios, que permanece para siempre, o lo tengo puesto en lo perecedero?
Santa Clara es la virgen fiel y prudente, el ejemplo vivo del criado que espera a que llegue su Señor, que no vive atemorizado... No le importa cuándo llegue el Amo, porque vive esperándole. Esta debe ser la actitud de cada bautizado: la espera sin nervios, sin pensar que el Señor va a poner sobre nosotros más cargas de las que podemos llevar.
Santa Clara renunció a todo en este mundo para entregarse al Hijo de Dios; a Él se ofreció como víctima santa y agradable, con la única preocupación de devolverle, multiplicado, el talento recibido; cumplió así el consejo que le daba a Inés de Praga: Ama sin reservas a aquél que se te ha dado totalmente por amor...
El seguimiento radical de Cristo pobre hizo de Clara de Asís una mujer nueva, con una personalidad inconfundible, profundamente creyente y consciente de haber recibido una vocación particular para servir a la Iglesia y al mundo.
¡Qué hermosa es la expresión del Señor!
-No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.
Y esto es lo que debo cuestionarme: ¿Cómo lucho yo para establecer el Reino de Dios en mi vida, en mi pequeño mundo: en mi casa, en mi ciudad, en mi sociedad? ¿Cómo me preocupo de instalar el Reino de Dios en medio de nosotros? Jesús lo dice así a los que le escuchan: El Reino de Dios ya está aquí, en medio de vosotros. ¿Cómo busco yo ese Reino? ¿Cómo vivo sus valores?
Permitidme, antes de terminar, una última reflexión: Santa Clara es una santa popular a la que se han dedicado calles, plazas, fuentes, ciudades, islas y templos. Invocan su patronazgo los vidrieros, jueces, modistas en lencería y los que piden buen tiempo. Desde muy antiguo la invocan los navegantes. Comenzó la tradición en la Ciudadela de Menorca. Las clarisas encendían cada atardecer una lamparilla, en el último piso de la torre, que servía de faro a los navegantes. Cuando había peligro en la mar buscaban la luz y se encomendaban a Santa Clara. Luego iban a dar gracias.
En 1958, finalmente, fue declarada por Pío XII patrona de la televisión a causa de un hecho singular. Sucedió en la Navidad del año 1252. Clara estaba muy enferma y no pudo asistir a la misa del gallo. Llena de añoranza rezó al Señor: Aquí me han dejado sola y contigo... Entonces comenzó a oír cantos, vio el pesebre, y pudo seguir la misa celebrada en la basílica de San Francisco. Fue una gracia mística singular.
La aplicación para nosotros, y de manera especial en este tiempo, tiene que ir por el buen uso que demos a este medio de comunicación tan importante. Las pautas deben marcarse, en primer lugar, por educar a los más pequeños en aquello que sea beneficioso, e impidiéndoles ver aquellos programas que degeneran los valores de la persona. Como adultos es preciso que tengamos criterios firmes y no dejarnos llevar por el hastío de ver por ver la televisión, por el sólo motivo de no tener que hacer nada más. Hay tantos programas que deberíamos dejar de ver porque no sirven ni para entretener... El criterio será en numerosas ocasiones el rechazo. No valen los criterios de: los ve todo el mundo, ya soy adulto para ver estas cosas… En varias ocasiones hemos tenido ocasión de leer testimonios desgarradores de mujeres cuyo matrimonio se destruyó por la influencia de la pornografía en sus esposos. Nos engañan con la mayoría de las encuestas de programación y no hacen sino destrozar el buen uso de la televisión. De nosotros depende que, como con todo, hagamos uso recto y sepamos deshacernos de tantas horas inútiles ante el televisor, para promocionar nuestra vida personal de otras maneras, aunque sólo sea conviviendo con los que están en nuestra propia casa. Y no digamos de lo peligroso que es dejar a los niños navegar sin tutela por el mundo de Internet…
Que sepamos dar gracias a Dios en este encuentro dominical. La Eucaristía es para nosotros luz, alimento y fortaleza en nuestro caminar por la vida. Repetimos en nuestra celebración de la Santa Misa: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! Que este sea nuestro grito cada día: ¡Ven, Señor Jesús! Nosotros, a pesar de nuestra pobreza, encendemos nuestra lámpara para esperarte, para vivir en Ti.
PINCELADA MARTIRIAL
Cuando el 18 de julio de 1936 estalló la guerra civil la Hna. María Antonia Pascau, natural de Calasanz (Huesca), llevó a casa de sus hermanos Enrique y Antonia a dos Hermanas navarras, sor Inés y sor Josefa. Llegaron a Calasanz el 1 de agosto. Dice un testigo: Pasaban nuestras religiosas el tiempo en oración, penitencias y trabajando para ayudar a la casa, siendo casi siempre sus conversaciones sobre el martirio, animándose mutuamente.
Por fin, el 1 de octubre salieron de Calasanz a las doce de la noche camino de Peralta de la Sal. Un testigo recuerda: Después, a cuatro kilómetros de Peralta de la Sal, en la carretera de San Esteban de Litera, las coronaron con el martirio matándolas a tiros. Luego las rociaron de gasolina y las quemaron. Sus restos fueron enterrados allí mismo en el descampado.
[1] 1 San JUAN PABLO II, Catequesis del 6 de diciembre de 2000
2 Antonio PETEIRO, Las fidelidades de Clara de Asís en Ecclesia nº 2708 (29 de octubre de 1994).