Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El Mesías de Händel LXXXVI

por Alfonso G. Nuño

¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1Cor 15,57).
Canta el coro, pues agradecidos son todos los redimidos y lo son no solamente individualmente sino con los otros y la vida eterna será un canto de acción de gracias.

El pecado de nuestros primeros padres fue una derrota, pero esa victoria de la muerte ha sido revertida. La victoria de Cristo es su derrota. Las luchas y victorias de los reyes de Israel y Judá son una imagen profética del verdadero combate y el verdadero triunfo, el del León de Judá (Ap 5,5).

Desde su infancia, Jesús es perseguido, mas nunca derrotado. En el desierto, vence a toda tentación. Como el más fuerte, expulsa a Satanás de los endemoniados. Con su muerte y resurrección, triunfa sobre todo mal, sobre el pecado y la muerte. Y a los poderes derrotados lleva en su cortejo triunfal.
Dios borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz, y, destituyendo por medio de Cristo a los principados y autoridades, los ofreció en espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo (Col 2,14s).
Y esa victoria nos la da Dios por medio de Jesucristo. ¿Pero cómo nos la da? ¿Nos la da solamente como efecto o también como acción de vencer? No recibimos solamente el resultado del combate, sino también la fe con la que decir sí a Jesús, con la que creer en Él, es decir, con la que vencer. La fe no es saltar desde lo natural, sin más, a lo sobrenatural, desde la muerte a la vida. ¿Cómo íbamos a poder hacerlo con nuestras fuerzas meramente humanas? ¿Pero de qué nos serviría el que se nos diera por gracia el poder de creer si rehusáramos hacer lo que se nos da poder hacer? ¿Y cómo sería nuestra la victoria si no fueramos nosotros los que venciéramos? No se nos da sin nosotros aquello a lo que no alcanzamos, no se completa lo que no culminamos, sino que se nos da el poder vencer, obtener la victoria ya alcanzada por Cristo. Se nos pone en el poder creer, pero tenemos que ejercer esa posibilidad.
Doy gracias a Dios que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y que por medio nuestro difunde en todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque somos el incienso que Cristo ofrece a Dios (2Cor 2,14s).

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