¿Qué problema litúrgico?
por Marcelo González
«Así como había aprendido a comprender el Nuevo Testamento como alma de toda la teología, del mismo modo entendí la liturgia como el fundamento de la vida, sin la cual ésta acabaría por secarse. Por eso, consideré, al comienzo del Concilio, el esbozo preparatorio de la constitución sobre la liturgia que acogía todas las conquistas esenciales del movimiento litúrgico como un grandioso punto de partida para aquella asamblea eclesial. No era capaz de prever que los aspectos negativos del movimiento litúrgico volverían con mayor fuerza, con serio riesgo de llevar directamente a la autodestrucción de la liturgia» (J. Ratzinger).
En el extenso artículo del Card. Cañizares, publicado en la web del Centro de Cultura Católica de Madrid y reproducido por el blog argentino “La Buhardilla de Jerónimo” me ha llamado la atención esta cita, cuya parte más relevante destaco en negritas. El Card. Ratzinger confiesa que no había podido prever aspectos de la renovación litúrgica impulsada por el Concilio, los cuales, secuelas del mal camino que tomó en cierto momento el “Movimiento Litúrgico”, de tan noble origen, amenazarían con producir “directamente la autodestrucción de la liturgia”...
Tengamos en cuenta la gravedad de estos dichos, destacados hoy por el propio ministro de liturgia del autor, ahora papa. Es el Card. Cañizares, quien al recordar su primer aniversario como Prefecto de Culto Divino, entre diversas citas que realiza de la obra del Card. Ratzinger incluye ésta, casi analogable a la famosísima cita de Paulo VI alertando sobre la “autodestrucción de la Iglesia”. (Alocución del Pablo VI sobre la crisis de la Iglesia del 29 de junio de 1972).
La destrucción de la liturgia conlleva la destrucción de la Iglesia, porque la Iglesia es una sociedad cuyo objeto fundamental es el dar culto a Dios y secundariamente obtener de El los medios de salvación de las almas, medios que ordinariamente son los sacramentos, todos ellos parte de la Sagrada Liturgia. Sin la Fe no es posible salvarse. Pero sin las obras de la Fe tampoco. Así, pues, la primera obra de la Fe es el culto a Dios, un culto al cual “tiene derecho” porque le es debido, según enseña Santo Tomás al hablar de la virtud de religión. Así lo señala también el Card. Cañizares en su neta conclusión:
En suma, nos sentimos urgidos a impulsar un nuevo, vigoroso, intenso y universal movimiento litúrgico, conforme al « derecho» de Dios y a lo que Él merece, y a las enseñanzas que la Iglesia ofrece. Que Dios nos ayude, o mejor, que nos dejemos ayudar por Él para que podamos ofrecerle «por Cristo, con Él y en Él, en la Unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria».
Sin una genuina liturgia, es decir, una liturgia enraizada en la tradición apostólica y vivida con intensidad, la vida cristiana se convierte, en el mejor de los casos, en mera formalidad.
“Siempre, pero más todavía, si cabe, en estos momentos de la historia en los que padecemos una tan profunda crisis de Dios en el mundo y una secularización interna de la Iglesia tan fuerte, al menos en Occidente, el reavivar y fortalecer el sentido y el espíritu genuino de la sagrada liturgia en la conciencia y vida de la Iglesia es algo prioritario que apremia como ninguna otra cosa.
La Iglesia, las comunidades y los fieles cristianos tendrán vigor y vitalidad, vivirán una vida santa, serán testigos vivos, valientes, fieles e incansables anunciadores del Evangelio, si viven la liturgia y si viven de ella, si beben de esta fuente y se alimentan de ella, porque así vivirán de Dios mismo, y de su gracia, que es en Quien radica la santificación, la fuerza, la vida, la capacidad y valentía evangelizadora, toda la aportación de la Iglesia a los hombres y al futuro de la humanidad. El futuro del hombre está en Dios: el cambio decisivo del mundo está en Dios -nada más que en Dios- y en su adoración verdadera. Y ahí está la liturgia.
¿Qué problema litúrgico?
Es usual enfrentar esta pregunta, por cierto retórica, de parte de las autoridades competentes en materia litúrgica en el nivel espiscopal y parroquial. Cuando se les habla del “problema litúrgico” la respuesta es casi unánime: “¿Qué problema litúrgico?” O, en otros casos, “No hagamos tanta bulla por algunos abusos que siempre existieron”. Claro, siempre existieron en la historia de la Iglesia abusos litúrgicos, así como simoníacos, herejes, perversos, etc. Pero eso no obsta para reconocer momentos críticos, e inclusive “terminales”, como han sido situaciones en las que una parte significativa de la Iglesia se apartó de ella para terminar como sarmientos secos. En algunos casos, como en el de la Reforma, media Europa se cercenó del arbol de la Vida. Hoy en día la crisis no parece menor sino mucho más grave:
“Una cierta crisis que ha podido afectar de manera importante a la liturgia y a la misma Iglesia desde los años posteriores al Concilio hasta hoy se debe al hecho de que frecuentemente en el centro no está Dios y la adoración de Él, sino los hombres y su capacidad «hacedora». (J. Ratzinger)... Cuando esto sucede, es decir, cuando se pretende que la liturgia la hacemos nosotros, en el fondo sólo nosotros, y esto se impone, entonces los fieles y las comunidades se secan, se debilitan y hasta languidecen.
Y más adelante
“Él [papa Benedicto] está haciendo de la liturgia uno de los distintivos más ricos y esperanzadores de su pontificado. En plena conformidad con nuestro Papa sentimos y tenemos la necesidad y el deber de conducir la liturgia hacia una renovación profunda y verdaderamente conciliar.
Esta renovación “verdaderamente conciliar” que reclama el Cardenal se define a continuación con una sugestiva cita:
La obra del Papa actual ha seguido, está siguiendo, ese mismo proceso educativo que él pide, de ir al «espíritu» de la liturgia para superar de este modo un pensamiento extrinsecista acerca de ella, que parece predominar en algunos ámbitos, y que ya denunciaba en su tiempo Pío XII, en su gran encíclica «litúrgica» Mediator Dei, al señalar que «no tienen noción exacta de la sagrada liturgia los que la consideran como una parte sólo externa y sensible del culto divino o un ceremonial decorativo; ni se equivocan menos los que la consideran como un mero conjunto de leyes y de preceptos con que la jerarquía eclesiástica ordena el cumplimiento de los ritos».
Me permito subrayar, no porque dude de la capacidad del lector, sino porque la Mediator Dei del Papa Pío XII es la biblia del antimodernismo litúrgico. Su lectura, que recomiendo a todos los católicos preocupados, esclarece notablemente a quien queda perplejo tras asistir a ciertos rituales que son la continuación descontinuada de lo que antes solíamos llamar “misas”.
“El Papa, además, es muy consciente de que es en el ámbito litúrgico donde se puede observar y conservar con más nitidez la continuidad de la gran Tradición -también donde puede darse su ruptura más grave y profunda-. Esto, además, es fundamental en nuestros días, en los que la urgencia máxima de la Iglesia es la transmisión -traditio- de la fe, para que el mundo crea, se salve y tenga futuro y camine en esperanza.
Finalmente, para abreviar esta somerísima reseña de tan enjundioso artículo, señalo otra frase que da en el corazón de las concepciones neomodernistas de la liturgia y de la fe misma:
“En las celebraciones hay que poner como centro a Jesucristo, presente y actuante en ellas, para dejarnos iluminar y guiar por Él. La liturgia de la Iglesia no tiene como objeto calmar lo deseos y los temores del hombre, sino escuchar y acoger a Jesús, que vive, honra y alaba al Padre, para alabarlo y honrarlo con Él.
Rotundo mentís a la religión del sentimiento, fundamental recordación de que la Fe es la adhesión a verdades reveladas por Dios, por encima de nuestros gustos, y que son obligatorias, no facultativas.
No hay fe a la carta: es plato único, tan nutritivo, y benefactor para nuestra alma (y nuestro cuerpo) como excluyente de cualquier otra variante o elección surgida de la mente o la imaginación humanas.
Ver texto completo del Card. Cañizares en La Buhardilla de Jerónimo.