Yo despedía al Príncipe
Yo despedí al Príncipe
Yo despedí al Príncipe
En estos días todos los medios comentan y hacen cábalas sobre el paradero del Rey Juan Carlos. Es un acontecimiento importante. Pero más allá de las consideraciones políticas y periodísticas, quiero entrar un poco en las entrañas de un acontecimiento muy humano. Yo me imagino a un padre y a un hijo frente a frente, con España delante, despidiéndose con un adiós doloroso. Ambos son humanos y con capacidad para reconocer errores y exteriorizar sentimientos.
No ha trascendido detalles sobre este episodio, como marca la más elemental prudencia y respeto. Pero estoy seguro que han habido lágrimas y abrazos reales. D. Juan Carlos pidió perdón por sus fallos humanos, y su hijo, el Rey, se lo agradeció en nombre de España.
Se dice que D. Felipe VI es más serio que su padre. Eso parece. Pero el centinela de la gran nave que es España no puede encarar las tormentas si no es con ese coraje que siempre hemos visto en los timoneles enardecidos ante la furia del temporal, que no le tregua para sonreír. Quiero contar un episodio que para mí fue muy entrañable. El entonces Príncipe terminaba su curso en la Academia General del Aire. Yo estaba de párroco en Santiago de la Ribera, en la Parroquia contigua a la Base Aérea de San Javier. D. Felipe solía asistir a la Misa que todos los domingos se celebraba al final de la tarde. Se solía poner al final del templo con otro compañero. Al día siguiente de aquella tarde ya se marchaba tras dos años de estancia en la Academia, y sentí la necesidad de decirle adiós. Al final de la Misa le dirigí unas palabras de despedida que me salieron del corazón. Un adiós sincero. Se formó un pequeño revuelo entre los feligreses que no se habían percatado de su presencia. Enseguida entró en la iglesia el servicio de seguridad para evitar cualquier manifestación imprudente. La gente aplaudió. El salió a la puerta y se mantuvo a unos metros de distancia. Sonreía, mientras seguían los aplausos. A mí me costó una reprimenda por parte del jefe de seguridad, pero lo di todo por bueno y oportuno.
Al día siguiente el Príncipe se marchó con su diploma de piloto, y la Academia General del Aire recuperó su calma junto al Mar Menor, y los aviones dejaron de rugir como todos los días. Comenzaba de verdad el verano.
Yo desde aquí, modestamente, quiero decir a nuestro Rey que estamos con él, con la familia real y con España. Y un recuerdo especial para la Reina Dª Sofía que habrá vivido como nadie esta aventura histórica, que afecta a todos los que tienen corazón español.
El Salmo 14 recrimina al necio que niega a Dios. Y otros muchos necios que no aman su patria. “Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber. Como sucede con la familia, también la nación y la patria siguen siendo realidades insustituibles”. Papa San Juan Pablo II (Memoria e identidad). Él amaba encarecidamente a su propia patria, aunque su corazón estaba repartido por todo el mundo. Cuando el corazón s grande cabe todo el mundo.
Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com
Pag.222
Pag.48
Pag.280