Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Conocer la firmeza. Lucas 1,1-4.4,14-21

por Alfonso G. Nuño

Al final de su breve prólogo (1,4), S. Lucas nos dice cuál es la finalidad de su trabajo, que el oyente –pensemos que hoy como ayer el lugar por excelencia de la Palabra es la proclamación litúrgica– conozca la firmeza de las palabras que ha recibido.

Esto nos sitúa ante algunas cuestiones de suma gravedad. Primero ha habido una trasmisión/tradición oral. Después de la conversión, tras haber recibido el anuncio primero del evangelio, quien ha acogido esa primera palabra, quien ha creído en la resurrección de Cristo, ha recibido la palabra apostólica. Y, sobre esa enseñanza, resuena el evangelio escrito para que se conozca la firmeza de lo recibido. La tradición oral precede a la palabra escrita y ésta presupone a aquélla.

Esto también tiene su repercusión en nuestra vida personal y en la concepción de la evangelización. La Escritura no es algo a lo que tenga propiamente acceso al margen de la tradición. Una Biblia desgajada de la traditio es una Biblia mutilada; la tradición ha precedido a la escritura. Y yo, como oyente de esa Palabra que se proclama, lo soy desde una enseñanza previa que me ha conformado como oyente de esa Palabra. La Biblia no es algo que esté ahí a mi disposición para que yo la lea desde mí sin más. Mi lectura/audición solamente es posible, sin deformar ni degradar la Palabra, en la tradición de la Iglesia. Y a esto se ordena la evangelización en sus tres momentos: anuncio, catequesis, pastoral.

Y S. Lucas nos dice que escribe para que conozcamos la firmeza. No se trata de mitos, de invenciones, de símbolos soñados, sino de algo arraigado en la historia. En su libro Jesús de Nazaret, J. Ratzinger/Benedicto XVI decía: "Si por ´histórico´ se entiende que las palabras que se nos han transmitido de Jesús deben tener, digámoslo así, el carácter de una grabación magnetofónica para poder ser reconocidas como ´históricamente´ auténticas, entonces las palabras del Evangelio de Juan no son ´históricas´". Lo cual se puede decir también de los hechos y de los evangelios sinópticos.

S. Lucas nos quiere dar la firmeza de la realidad acontecida, pues en los hechos de Jesús no se trata de algo imaginado o real sobre lo que proyectáramos nuestros anhelos o de realidad elevada por nosotros a símbolo. Pero, ¿qué es historia? JR/B-XVI es lo que ha puesto ante nuestra mirada. La historia meramente humana no es algo que se reduzca a los sucesos materialmente constatables, porque el hombre no es solamente material. En la historia hay también una causación propia de seres espirituales. Eliminar esto de la história y dejarla solamente en sucesos materiales es jibarizarla.

El reduccionismo materialista es aún mayor cuando el sujeto histórico es un hombre que es también verdadero Dios. Por ello, los hechos y dichos de Jesús no son solamente acontecimiento, sino que son misterio, pues en ellos quien actúa es el Hijo de Dios. Lo que no quiere decir que no sean acontecimiento histórico, pues es verdadero hombre; análogamente el acontecimiento histórico meramente humano, para poder serlo, es también suceso de la causalidad meramente material, pero es más porque también interviene en él la causación espiritual humana, la causación de quien es alma y cuerpo y no solamente esto último. En los misterios de Jesús, estamos ante acontecimientos históricos, pero, siéndolo, son más que eso, son misterio.

Si nuestras palabras se quedan cortas para narrar los acontecimientos históricos meramente humanos, cuánto más será patente su limitación al tratar de trasmitir los misterios de la vida de Jesús. Y desde la perspectiva del lector/oyente. Si mala es la comprensión de la narración de un acontecimiento histórico cuando lo reducimos a suceso material, cuánto más lo será cuando busquemos en un misterio de Jesús, solamente el suceso material e intentemos comprenderlo solamente con la razón, dejando al margen la fe.

Los misterios que nos narra S. Lucas nos dan firmeza si los escuchamos como misterio y como palabra de Dios y no simplemente como palabra de un hombre del s. I que se llamaba Lucas.
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