El Mesías de Händel LXXXIV
por Alfonso G. Nuño
La historia no es solamente, por tanto, algo de los hombres. Ni es solamente una cadena de causación natural. Los hechos históricos son palabras humanas, pero la urdimbre y la trama de la historia es ante todo Palabra de Dios.
Una Palabra que moldea ese otro fruto de su Palabra que es la Creación y que tiene una dinámica de crecimiento. Los hechos, en cuanto perteneciente a la Historia de Salvación y no simplemente a una historia que solamente fuera humana, son palabra llena de significación que alumbra el pasado, el presente y el futuro, en este sentido, son profecía o flor de verdad. Pero son también causa que realiza, que hace realidad lo prometido, y entonces es cumplimiento o fruto de bondad. Y que remite a realizaciones futuras, de modo que los hechos divinos son también promesa o semilla preñada de atrayente belleza. Flor para ser contemplada por la fe, fruto degustado que llena de esperanza, semilla a regar en la tierra de la humildad con la caridad. Y una Palabra que es fiel, que está indeleblemente escrita, no simplemente sobre un papiro o un pergamino, sino en la entraña de la historia, porque lo más hondo de ella es el Verbo eterno del Padre por medio del cual y para el cual fueron creadas todas las cosas; en quien naturaleza, historia y Dios están unidos.
El apóstol, en el texto recitado por la contralto, remite a Is 25,8. A una palabra dicha en un momento de tribulación de Israel, a una palabra de esperanza para ese pueblo en esa situación. Pero una palabra que ya era realización de la primera palabra de salvación pronunciada sobre los hombres. Una palabra que iba más allá de esa esperanza concreta y pequeña y que estaba abierta a una realización insospechada. La muerte, ciertamente, ha sido ya absorbida en la victoria (cf. 1Cor 15,56) de la Resurrección de Cristo, en la vida nueva recibida en el bautismo y lo será, a ello remite directamente S. Pablo y nuestro Mesías, en la resurrección del último día.
Pero este paso de 1 Cor, al remitir a ese versículo de Isaías, está, a la par, reenviándonos al oráculo del que forma parte, a ese banquete escatológico del que habla. Y éste nos va remitiendo a toda su profecía y ésta a toda la Escritura. Porque, en realidad, aunque difractada en el tiempo, la palabra de Dios pronunciada sobre los hombres es una sola: su Hijo. En todo rincón de la Escritura resuena para nosotros el eco de su voz.
Una Palabra que moldea ese otro fruto de su Palabra que es la Creación y que tiene una dinámica de crecimiento. Los hechos, en cuanto perteneciente a la Historia de Salvación y no simplemente a una historia que solamente fuera humana, son palabra llena de significación que alumbra el pasado, el presente y el futuro, en este sentido, son profecía o flor de verdad. Pero son también causa que realiza, que hace realidad lo prometido, y entonces es cumplimiento o fruto de bondad. Y que remite a realizaciones futuras, de modo que los hechos divinos son también promesa o semilla preñada de atrayente belleza. Flor para ser contemplada por la fe, fruto degustado que llena de esperanza, semilla a regar en la tierra de la humildad con la caridad. Y una Palabra que es fiel, que está indeleblemente escrita, no simplemente sobre un papiro o un pergamino, sino en la entraña de la historia, porque lo más hondo de ella es el Verbo eterno del Padre por medio del cual y para el cual fueron creadas todas las cosas; en quien naturaleza, historia y Dios están unidos.
El apóstol, en el texto recitado por la contralto, remite a Is 25,8. A una palabra dicha en un momento de tribulación de Israel, a una palabra de esperanza para ese pueblo en esa situación. Pero una palabra que ya era realización de la primera palabra de salvación pronunciada sobre los hombres. Una palabra que iba más allá de esa esperanza concreta y pequeña y que estaba abierta a una realización insospechada. La muerte, ciertamente, ha sido ya absorbida en la victoria (cf. 1Cor 15,56) de la Resurrección de Cristo, en la vida nueva recibida en el bautismo y lo será, a ello remite directamente S. Pablo y nuestro Mesías, en la resurrección del último día.
Pero este paso de 1 Cor, al remitir a ese versículo de Isaías, está, a la par, reenviándonos al oráculo del que forma parte, a ese banquete escatológico del que habla. Y éste nos va remitiendo a toda su profecía y ésta a toda la Escritura. Porque, en realidad, aunque difractada en el tiempo, la palabra de Dios pronunciada sobre los hombres es una sola: su Hijo. En todo rincón de la Escritura resuena para nosotros el eco de su voz.
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