La decisión de Anne
por Alfonso G. Nuño
La decisión de Anne (My Sister´s Keeper) de N. Cassavetes (2009) es una película que, en principio, presenta una historia que puede resultar interesantes por la temática que trata, pues, además de la importancia de ella en sí misma, podría dar pie a tratar cuestiones concomitantes de gran peso en nuestra época. Sin embargo, el que uno se proponga tratar seriamente un tema disputado socialmente y cerrado en falso –esto es ya un mérito en comparación con la ramplonería habitual del cine español– no es garantía de que el resultado esté a la altura. En este sentido, ni por el guión ni por la dirección se puede decir que ésta sea una película lograda.
Abordar algunos de los conflictos que llevaría consigo una hija diseñada genéticamente para ser utilizada terapéuticamente en beneficio de otro hijo es, sin duda ninguna, ocasión para poner sobre la pantalla algunas de las cuestiones que más nos urgen resolver socialmente. Sin embargo, al final, uno sale de la proyección con la impresión de que todo ha quedado sólo anunciado, que nada se ha afrontado en profundidad, que... Y no lo digo por el dualismo antropológico que destila toda la película, porque cualquier postura puede ser tratada a medio gas.
Bueno, quién sabe, a lo mejor pueda haber, a no poco tardar, un director y un guionista, cada uno en su faceta, que sepan ahondar de verdad, que nos den personajes de talla, que de veras pongan ante nosotros el drama de ser hombre hoy en día. Y no me importa que no esté de acuerdo con su postura, pero que me dé una palabra de peso; pues éstas son las que nos hacen crecer, son las que nos enriquecen y hacen madurar nuestras convicciones, aun en la discrepancia.
Con todo, la película da qué pensar. La falta de hondura es ya un síntoma social. Pero, sobre todo, lo más llamativo para mí de la cinta es la orfandad de nuestro mundo. Desechado el cristianismo, el hombre se queda con los mismos problemas o incluso los aumenta con sus vanos intentos de perfeccionar desde sí mismo el mundo, como es el caso de la manufactura de seres humanos. Y, con las preguntas irresueltas, tiene que tantear respuestas sobre todo, cuestiones morales, antropológicas, escatológicas, etc. Y lo tremendo es ver cómo serán soluciones aparentes, en no pocos casos, una ilusión para no sentir el dolor de ser hombre lejos de Dios. Es interesante cómo la cruz aparece desdibujada en la película, sobre todo en un cuadro que está en el control de enfermeras del hospital o en la puerta o la irrelevante figura del clérigo en el entierro.
Nuestro mundo sigue con las preguntas. ¿Por qué no le interesan nuestras respuestas? ¿No será que se las ofrecemos desgajadas de la entraña de la pregunta y del manantial de la respuesta?
Abordar algunos de los conflictos que llevaría consigo una hija diseñada genéticamente para ser utilizada terapéuticamente en beneficio de otro hijo es, sin duda ninguna, ocasión para poner sobre la pantalla algunas de las cuestiones que más nos urgen resolver socialmente. Sin embargo, al final, uno sale de la proyección con la impresión de que todo ha quedado sólo anunciado, que nada se ha afrontado en profundidad, que... Y no lo digo por el dualismo antropológico que destila toda la película, porque cualquier postura puede ser tratada a medio gas.
Bueno, quién sabe, a lo mejor pueda haber, a no poco tardar, un director y un guionista, cada uno en su faceta, que sepan ahondar de verdad, que nos den personajes de talla, que de veras pongan ante nosotros el drama de ser hombre hoy en día. Y no me importa que no esté de acuerdo con su postura, pero que me dé una palabra de peso; pues éstas son las que nos hacen crecer, son las que nos enriquecen y hacen madurar nuestras convicciones, aun en la discrepancia.
Con todo, la película da qué pensar. La falta de hondura es ya un síntoma social. Pero, sobre todo, lo más llamativo para mí de la cinta es la orfandad de nuestro mundo. Desechado el cristianismo, el hombre se queda con los mismos problemas o incluso los aumenta con sus vanos intentos de perfeccionar desde sí mismo el mundo, como es el caso de la manufactura de seres humanos. Y, con las preguntas irresueltas, tiene que tantear respuestas sobre todo, cuestiones morales, antropológicas, escatológicas, etc. Y lo tremendo es ver cómo serán soluciones aparentes, en no pocos casos, una ilusión para no sentir el dolor de ser hombre lejos de Dios. Es interesante cómo la cruz aparece desdibujada en la película, sobre todo en un cuadro que está en el control de enfermeras del hospital o en la puerta o la irrelevante figura del clérigo en el entierro.
Nuestro mundo sigue con las preguntas. ¿Por qué no le interesan nuestras respuestas? ¿No será que se las ofrecemos desgajadas de la entraña de la pregunta y del manantial de la respuesta?
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