Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Salva tu Alma

por Marcelo González

En un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires, de cuyo nombre prefiero no acordarme y ya verá el lector porqué, vi al paso de la ruta,  algo que hacía muchísimos años no veía en ninguna parte, y que era tan común en mi niñez y adolescencia. Una cruz de madera en cuyo travesaño estaba escrita la leyenda: Salva tu Alma.
Recuerdo que en el atrio del templo al que asistía, una bella basílica construida por la comunidad italiana inmigrante pocos años después de la muerte de Don Bosco, todavía permanecía, siendo yo entre adolescente y adulto joven, tal vez porque la consideraran irrelevante, una cruz de madera negra, con su travesaño signado en letras blancas: Salva tu alma.
 Es verdad que en las predicas de los hijos de Don Bosco se nos insistía ya en lo erróneo de la exhortación. El hombre debe salvar todo, su cuerpo y su alma. Aunque más parecían poner su interés en la salvación del cuerpo, si es que esto significa algo.
Siempre he visto con cierta curiosidad este “descubrimiento” del cuerpo, como complemento del compuesto humano, que se produjo por los años ‘60. En la historia de la Iglesia y si descontamos las herejías, nadie ha desconocido jamás la naturaleza humana. El misterio central de nuestra Salvación es la “Encarnación” del Verbo. Esto supone que la segunda persona de la Ssma. Trinidad tomó carne, o sea cuerpo, para sacrificarlo por nuestra redención.
Y en el momento central del Sacrificio de la Misa, el sacerdote in persona Christi pronuncia las palabras “esto es mi cuerpo”. Evidentemente, no se ignoraba ni se menospreciaba el cuerpo, sino que se lo subordinaba al consejo evangélico: “no temáis a aquellos que pueden matar el cuerpo, sino a quienes pueden matar el alma”. Lo cual supone, y de la mejor fuente, porque es la palabra misma de Cristo, que el cuerpo se subordina al alma. Que se lo mortifica por el bien del alma y aún que se lo destruye (el mártir no hace sino eso) para salvar el alma.
De donde queda claro que salvando el alma se salva todo, el cuerpo, siervo del alma, y el alma. Además de que es verdad de Fe que en la resurrección final, la carne, de un modo misteriosos pero cierto resucitada, se unirá al alma para la gloria eterna o el eterno castigo. Cuerpo y alma, el cuerpo bajo la autoridad del alma, que dirige al cuerpo como un jinete a su cabalgadura. O no lo domina, y será entonces un jinete sobre un caballo desbocado, cuyo final no es difícil predecir.
Por eso, en la exhortación “salva tu alma” se resume el fin último del hombre. Y por eso no era necesario dejar enmohecer las cruces que nos invitaban a recordar nuestro último fin. Y menos aún predicar que se trataba de un error “pastoral”, pero de indudable base teológica, según nos decían entonces… y nos siguen diciendo, aunque ahora ya no es tan necesario porque pocos son los que recuerdan el alma, y la mayoría de los cristianos está encerrada en el laberinto del cuerpo, del que no se sale sino para arriba, es decir, en la dirección del alma.
No he querido mencionar el nombre del pueblo que conserva como nota de honor esta cruz en la entrada principal de su casco urbano temiendo que algún párroco celoso o bien un obispo temeroso de tal descubrimiento mande retirar la antigualla. O tal vez sospecho, creo que es esto último, que hay en ese pueblito un buen párroco que mantiene la cruz en buen estado, como si salvar el alma no fuese una sentencia caída en el olvido, sino algo que hay que recordar y aplicar en la vida cotidiana.
Me confío más a esto último, y deseo que así sea. Rezo por quien mantiene la cruz, que también a mí, mientras conducía por la autovía me recordó que tengo un alma que salvar, y que a fin de cuentas, es mi negocio principal.  
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