Viernes, 22 de noviembre de 2024

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San Roque y las piscinas de Lourdes

Los santos y el coronavirus (2)

por Victor in vínculis

No puedo seguir sin hablar de San Roque, los de Navalcán, población cercana a Talavera de la Reina, no me lo perdonarían, por la gran devoción que al santo se profesa en esas tierras.

San Roque es especialmente patrono de los contagiados por epidemias (especialmente la peste y el cólera). Nacido en Montpellier en 1295, pertenecía a una familia adinerada, y  a la muerte de sus padres repartió su fortuna entre los pobres. Vistió entonces la capa, el sombrero y el cayado de peregrino con el que se le representa y fue a Italia, invadida por la peste, donde se dedicó a cuidar enfermos hasta que se contagió. Retirado a un lugar solitario para no transmitir el mal a otros, fue hallado por el perro de un noble, quien le llevó a su casa hasta que se curó. Volvió entonces a su Francia natal, donde murió en 1327. Y fue nombrado abogado contra la peste y contra cualquier enfermedad. Bajo estas líneas, magnifica pintura de Pedro Pablo Rubens: San Roque nombrado por Cristo como patrón de los que sufren la peste (1623-1626).

Entre las oraciones que se le rezan está esta:

Todopoderoso y sempiterno Dios, que por los méritos e intercesión del bienaventurado San Roque, tu Confesor, hiciste en otro tiempo cesar una peste general que desolaba al género humano. Dígnate conceder a nuestros ruegos, que todos los que llenos de confianza en tu misericordia te suplicaren los preserves de semejante azote, sean libres, por la intercesión de tu glorioso Confesor, así de esta enfermedad como de todo lo que pueda turbar su quietud. Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Las piscinas de Lourdes

En la página digital de Vida Nueva leíamos hace unos días: "la medida más visible es el cierre de las piscinas donde se bañan los enfermos. Aunque la propagación del virus a través del agua es muy improbable, las piscinas son un lugar donde las personas están más expuestas porque están desnudas. Por lo tanto, como medida de precaución, el Santuario fomenta el gesto individual de mojarse personalmente la cara y las manos con el agua de la gruta de las fuentes", señalan. Además, "los grifos se someten a un tratamiento viricida varias veces al día", añaden.

No voy yo a corregir a las autoridades sanitarias. Pero llevo yendo a Lourdes desde los 13 años y no creo que de entonces acá, los enfermos que se han bañado, no hayan podido evitar contagiar o ser contagiados ¿?¿? ¡Si ahí se han bañado durante siglo y medio leprosos y hasta tuberculosos! El milagro permanente de Lourdes ha sido ese. 

Volvamos a nuestros santos enfrentados al coronavirus

Cuántas veces hemos escuchado la expresión «más bonito que un San Luis». Y, aunque hay varias teorías, una se ha referido siempre a san Luis Gonzaga pues en la iconografía o bien aparecen con ropas eclesiásticas impolutas o cortesanas como Gonzaga, o coronado, con cetro y armiño como el monarca francés. Los artistas nos lo han presentado como un guapo muchacho. Sin embargo, en el trasfondo la belleza atribuida en el dicho tenga más bien un significado de tipo espiritual.

Pero, sin embargo, eso ha deslucido el glorioso final del santo, al cual incluso se le presenta demasiado amanerado. Luis Gonzaga, quien, nacido de nobilísima estirpe y admirable por su inocencia, renunció a favor de su hermano el principado que le correspondía, ingresó en la Compañía de Jesús.

El P. Peter Hans Kolvenbach, en el IV centenario de la muerte de San Luis Gonzaga, escribió:

“Lo que ha constituido la verdadera grandeza de Luis Gonzaga es que, siendo hijo de una Casa ilustre, emparentado con príncipes, cardenales y papas, rebelde contra su ambiente, al que perteneció por fuerza, fue un auténtico hijo de San Ignacio y discípulo, gozoso y fiel, del Rey verdadero. Luis aceptó todas las consecuencias de esta adhesión, no sólo cambiando su estilo de vida que parecía intocable, sino asumiendo radicalmente una vida de pobre, con Cristo pobre y siempre rodeado de pobres. Y acabó dando su vida por los pobres, ayudando a los apestados, abandonados, en las calles de Roma. No puede extrañar, por tanto, el que hoy día, en muchos países, las víctimas del Sida hayan reconocido espontáneamente en él a su intercesor y que se propague cada vez más la imagen de Luis Gonzaga llevando en hombros las víctimas de la peste de nuestros tiempos“.

La peste en la Ciudad Eterna

Al comenzar el año 1591, en Roma se desata la peste. Las grandes muchedumbres habían abandonado los campos. Por las malas cosechas y el hambre, llegaron a la ciudad. Muy pronto los hospitales estuvieron llenos. Roma no estaba preparada. Demasiada pobreza y falta de higiene.

Los jesuitas colaboran con las autoridades. Junto a la curia generalicia, improvisan una pequeña hospedería para un centenar de mendigos. Hay que alimentar a los hambrientos, vestir a los pobres, atender a los enfermos. Los Padres y estudiantes del Colegio Romano, Luis con ellos, todos los días, con alforjas, recorren las calles, solicitando ayuda.

En el hospital de la Consolación, Luis pasa las horas junto a las camas de los más necesitados. El ministro del Colegio, el P. Nicolás Fabrini, atestiguará más tarde:

“Daba horror ver a tantos que se estaban muriendo. Andaban desnudos por el hospital y se caían muertos por los rincones y por las escaleras, con un olor insoportable. Yo vi a Luis servir con alegría a los enfermos, desnudándolos, metiéndolos en la cama, lavándoles los pies, arreglándolos, dándoles de comer, preparándolos para la confesión y animándolos a la esperanza. Luis no se separaba de los más enfermos y de peor aspecto”.

Al caer el día, Luis regresa al Colegio cada vez más fatigado. Y cuando su compañero jesuita Tiberio Biondi contrae la peste, Luis dice: De buen grado me cambiaría por él. Cuando le preguntaron por qué, dijo: Porque ahora estoy preparado y más tarde no lo sé.

Mártir de la caridad

Los superiores trataron de alejar a Luis de los enfermos contagiosos. La medida llegó tarde. El 3 de marzo, cuando iba al hospital de la Consolación, encontró a un apestado que, inconsciente, yacía en medio de la calle. Lo abrazó, lo echó a los hombros y a pie lo llevó a la Consolación. Allí lo atendió. Ese mismo día empezó la fiebre y el malestar.

A San Roberto Belarmino le dijo que iba a morir y le preguntó si era malo desear la muerte. El confesor preguntó: ¿Por qué deseas morir? Luis contestó: Para unirme con Dios. Estuvo una semana entre la vida y la muerte. Quiso morir en el suelo, pero el P. Provincial lo prohibió.

Luis, después de la crisis, se recuperó, pero conservó una fiebre constante y dificultades respiratorias. Fueron tres meses de un lento extinguirse. Con amor, escribió a doña Marta una preciosa carta de despedida y, humildemente, le pidió su bendición maternal. Las visitas de sus amigos jesuitas fueron su mayor consuelo. Y muchos lloraron al verlo en ese estado.

En la madrugada del 21 de junio de 1591, rodeado de sus compañeros jesuitas, expira serenamente. Tiene 23 años y, unos pocos meses.

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