Fuego al clero
Me alarmé mucho cuando la representante de la principal asociación abortista de Polonia justificó, en una entrevista hecha en la televisión de su país, el ataque y los saqueos a las iglesias católicas. Por mucho que se ampare en la libertad de expresión, que algo tan grave como promover un delito quedara impune y nada menos que en Polonia, me pareció significativo y peligroso.
Pero esta semana en España ha ocurrido algo peor. La publicación en Twitter de un “hashtag” -una frase precedida por el símbolo numeral (#) que al pincharla lleva a una página web con publicaciones relacionadas con el tema- instigando a quemar a los sacerdotes, se convirtió rápidamente en “trending topic” -en un éxito debido al elevado número de consultas y replicaciones que tuvo-. “Fuego al clero”, así se llama el “hashtag”, suscitó el interés de los usuarios de esa plataforma, que empezaron a usarlo, con comentarios de apoyo y de rechazo. Pero lo más grave no fue eso, sino que los responsables del control de contenidos de Twitter no hicieran nada para bloquear inmediatamente ese link, con lo que, indirectamente, lo estaban apoyando. ¿Qué hubiera sucedido si en vez de “Fuego al clero” se hubiera promovido: “Fuego a los rabinos” o “Fuego a las sinagogas” o “Fuego a las mezquitas”? Inmediatamente habría actuado la censura en Twitter y la policía habría empezado a rastrear quiénes eran los responsables del “hashtag” para acusarles de un delito de odio. Y si en vez de ese ataque a judíos o musulmanes se hubiera pedido: “Fuego a los gays” o “Fuego a los transexuales” o “Fuego a los negros” o “Fuego a los emigrantes”, no sólo habría ocurrido eso, sino que Twitter estaría en la ruina y en los tribunales por haberlo permitido un solo minuto y habría manifestaciones en la calle. Incluso si se hubiera dicho “Fuego a los criminales”, habría habido una fuerte reacción en contra. Más aún, si el “hashtag” hubiera sido incitando a quemar árboles o a acabar con las ballenas, los osos polares e incluso los perros callejeros, habría actuado la ley y, en el caso muy poco probable de que Twitter lo hubiera permitido, habría pagado las consecuencias.
En cambio, se insta a matar sacerdotes, nada menos que quemándolos, y no pasa nada. Ahí está precisamente el problema, en que no pasa nada. Una abortista anima a quemar iglesias y no pasa nada. Twitter permite que se inste a matar sacerdotes y no pasa nada. La ley ha dejado de ser igual para todos y los católicos, y en particular los sacerdotes, tenemos menos derechos en esta sociedad que las focas, las ballenas o los perros, por fijarme sólo en los animales y no citar a diversos colectivos de personas. El campo está preparado, está seco y sólo hace falta que una chispa caiga sobre él y desencadene el incendio, ante la mirada indiferente o regocijada de los espectadores.
¿Dónde está la sociedad de la tolerancia? ¿Dónde están los valores democráticos que exigen igualdad para todos? ¿Por qué los ateos no protestan ante las agresiones que sufren los católicos? ¿Por qué los gobernantes no reaccionan? ¿Todos ellos actuarían igual si fueran los judíos o los musulmanes los amenazados? Lo que está pasando no es un fracaso de la Iglesia, como si ésta no hubiera sabido ganarse el aprecio de la sociedad. Es un fracaso del sistema democrático. Un sistema en el que no todos son iguales ante la ley, en el que una parte de la población -que, además, según las encuestas, es mayoritaria- tiene que temer por su vida o por la vida de sus representantes, es un sistema fracasado. El “odium fidei” (odio a la fe) no es nuevo y llevamos soportándolo desde Nerón. 1936 y sus matanzas de curas y monjas no está tan lejos como para haberlo olvidado. Pero si vuelven a arder las iglesias y los curas son de nuevo torturados y fusilados, los que se quemarán no serán sólo nuestros cuerpos o nuestros templos, sino esta dictadura en la que el secularismo ha convertido a la democracia. Cuando los cristianos eran usados como antorchas humanas para iluminar las orgías de Nerón en el Palatino, no sólo ardían sus pobres cuerpos, sino que estaba empezando a morir el Imperio romano. Fue cuestión de
tiempo que llegaran los bárbaros y acabaran con todo. Una democracia en la que se permite esto, está muerta, y no la habremos matado los católicos sino los que quieren quemarnos.