Santísima Trinidad (B) y pincelada martirial
La fe en el misterio de la Santísima Trinidad no se apoya en una caprichosa elaboración teológica, sino en los datos que la Sagrada Escritura nos ofrece al hablarnos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en cuyo nombre deben ser regenerados los nuevos fieles para poder entrar en el Reino que Jesucristo estableció[1]. El Magisterio de la Iglesia ha precisado que son tres las personas, pero una sola esencia; que el Padre no procede de ninguno, el Hijo del Padre solamente y el Espíritu Santo de ambos por igual, sin principio y sin fin (Concilio Lateranense IV). Así ha sido mantenida, predicada y cuidada la fe del pueblo católico en este misterio.
La fe de la Iglesia no se improvisa ni cambia con el paso del tiempo. Los misterios del Hijo de Dios encarnado y de la Santísima Trinidad constituyen la cumbre de la revelación cristiana y a la vez la dominan. Esta fe que hoy predica el Sucesor de Pedro es la misma que predicaron los Apóstoles. Nuestros padres -no los de sangre, sino los de nuestro espíritu cristiano y católico- han sabido transmitírnosla íntegra. Hablaron en los Concilios, en sus Símbolos de fe, en sus predicaciones y catequesis. Para nosotros no deja de ser grato poder referirse a los Concilios de Toledo. Precisamente en los Símbolos Toledanos IV, VI y XI, por no citar los más antiguos, aparecen afirmaciones claras que pueden contraponerse a los errores de la nueva Cristología que ahora se difunde. Incluso en el VI aparece una fórmula sumamente bella, según la cual Dios, por ser Uno y Trino, es un solo Dios, pero no un solitario, cuya infinita riqueza quede recluida en una soledad estéril; es decir, que algún conocimiento de la vida íntima de Dios se nos da en la revelación.
Hoy, al celebrar esta solemnidad de la Santísima Trinidad, podemos recordar, como hacía el que fuera Presidente del Tribunal Constitucional[2], la forma en que comienza la Constitución de Irlanda del 1 de julio de 1937. Es un caso singular, en que se recuerda que se establece allí la República “en el nombre de la Santísima Trinidad” [más ahora en que despiadadamente han aprobado el aborto (Irlanda, como España, han dejado de ser católicas]. La Constitución italiana dedica su artículo 7 a la Iglesia Católica. También los alemanes, en su Ley Fundamental de 1949, afirman: “Consciente el pueblo alemán de su responsabilidad ante Dios y los hombres...”.
En estos momentos en que, como en otras ocasiones, muchos quieren que el nombre de Dios, nuestra propia historia y la fe del pueblo queden recluidos a las sacristías, al menos es necesario que tengamos conocimiento de las cosas. No puede ser que nosotros estemos de acuerdo en la eliminación del Cristianismo como un componente esencial de la herencia que nos hace ser lo que somos. ¿Acaso tenemos que aceptar que un país se imponga a todos? Incluso aunque esto termine siendo así, bastará darse un paseo por toda Europa, por sus capitales, por sus catedrales, por todos los sitios donde Dios sigue siendo una realidad no solo en edificios, sino en el corazón de todos los hombres.
Es necesario que nosotros mismos reafirmemos nuestra fe y ante los demás demos firme testimonio. Es Jesús el que hoy mismo nos envía así a todos. No solo a los sacerdotes; porque cuando todos hemos sido bautizados, hemos sido enviados. Id por todos los pueblos... en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Es el mismo Jesús el que nos envía.
Cuando el Apóstol Pablo se dirige a los Romanos, dice estas palabras tan conocidas, que leemos hoy en la segunda lectura: Porque estoy persuadido que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo venidero, ni las virtudes ni la altura, ni la profundidad ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos el amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor (Rm 8, 38-39). El tremendo misterio del amor de Dios, que Él nos ha manifestado en la Redención de Cristo, hace exclamar así a San Pablo. Manteniéndonos inconmovibles en ese su amor, nuestra existencia quedará vencedora de todas las dificultades y podremos superar todos los obstáculos. El amor de Dios se nos muestra de un modo decisivo en la entrega que Jesús hace de su vida por nosotros. Vivimos gracias a esa entrega.
La Santísima Trinidad, Museo Nacional del Virreinato, Tepozotlán (México).
Si alguien nos preguntara: ¿qué es seguro, tan seguro que podamos entregarnos a ello a ciegas, tan seguro que podamos enraizar en ello todas las cosas?, nuestra respuesta será: el amor de Jesucristo... La vida nos enseña que esta realidad suprema no son los hombres, ni aun los mejores, ni los más amados, ni la ciencia, ni la filosofía, el arte o las manifestaciones del genio humano; ni la naturaleza, tan profundamente falaz, ni el tiempo ni el destino... No es siquiera Dios sencillamente, puesto que nuestro pecado ha provocado su ira. ¿Cómo sabríamos, además, sin Jesucristo, lo que hemos de esperar de Él? Solo el amor de Jesucristo es seguro. No podemos decir siquiera: El amor de Dios, porque, a fin de cuentas, solo por medio de Jesucristo sabemos que Dios nos ama. Y aunque lo supiéramos sin Cristo, de poco nos serviría, porque el amor puede ser también inexorable y más duro cuanto más noble. Solo por Cristo sabemos a ciencia cierta que Dios nos ama y nos perdona. En verdad, solo es seguro lo que se manifiesta en la Cruz, la actitud que en ella alienta, la fuerza que palpita en aquel Corazón. Es muy cierto lo que tantas veces se predica de manera inadecuada: el Corazón de Jesús es el principio y el fin de todas las cosas. Todo lo restante que está firmemente asentado -cuando se trata de vida o muerte eterna- solo lo está en función del Señor y gracias a Él[3].
La Redención es misterio tremendo de amor. ¿Y con qué actitud está el hombre de hoy ante esa tremenda realidad? ¿Consiste el saber humano en un reduccionismo? ¿Es que hay que aplicar las categorías, los criterios de verificabilidad y comprobación, los métodos y medidas, las investigaciones de laboratorio de las ciencias físico-naturales a toda realidad? ¿El modelo y pauta del pensamiento humano es: Cristo no es más que... ; el hombre no es más que la unión del esperma y el óvulo; la vida no es más que una combinación complicada de elementos químicos; pensar no es más que un determinado tipo de comportamiento biológico; el amor no es más que una atracción biológica; la moral no es más que un determinado tipo de comportamiento biológico; el matrimonio no es más que una unión más o menos duradera; el Papa no es más que un determinado jefe; la Iglesia no es más que una estructura sociológica que solo puede salir de sus atascos aplicando los métodos sociológicos?
¿Este es el pensamiento humano, el sentir humano? ¡Qué raquítica y miserable realidad! ¡Qué espíritu tan vano y vacío, que no descansa hasta rebajar y reducir todo lo que toca! Necesitamos del tremendo misterio del amor redentor de Cristo, este Cristo que hoy termina diciendo: Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Él sale al encuentro del hombre de nuestra época con las mismas palabras que hace dos mil años: Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres (Jn 8, 32).
Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una realidad honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundice en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, Cristo se nos presenta como Aquel que trae al hombre la libertad basada en la Verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia. ¡Qué confirmación tan estupenda de lo que han dado y no cesan de dar aquellos que gracias a Cristo y en Cristo han alcanzado la verdadera libertad y la han manifestado hasta en condiciones de constricción exterior![4]
¡Cuántos han sido perseguidos en el nombre de Cristo...!
Hoy, cuando la Iglesia une a esta fiesta de la Santísima Trinidad el recuerdo de la vida contemplativa, termino recordando a Santa Isabel de la Trinidad, la carmelita que escaló las cumbres de la santidad viviendo el dogma consolador de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo nos recuerda que debemos abrir nuestro corazón para que Dios Trinidad viva en él. Por su doctrina y por su riquísima vida interior, es presentada como asociada al sacerdote en su apostolado. Ella afirma:
Mientras el sacerdote lleva a Cristo a las almas por la palabra, los sacramentos y las otras formas variadas de su ministerio, la carmelita, silenciosamente, se queda como Magdalena a los pies de Cristo; o mejor, como la Virgen Corredentora junto a la Cruz, identificada interiormente con todos los movimientos del alma del Crucificado, y muriendo con Él por los mismos fines redentores[5].
Y donde ella dice ‘carmelita’, podemos entenderlo referido a cualquier espíritu de contemplación que Dios Todopoderoso ha ido poniendo en el corazón de tantos fundadores, de tantos hombres y mujeres santos a lo largo de la historia de la Iglesia. Pero también tenemos que añadir nuestro propio nombre. Porque todos, como cristianos, tenemos que poner más énfasis en nuestro espíritu contemplativo.
Aprovechemos, ahora que se aproxima el tiempo estival, para buscar algunas lecturas que nos ayuden a profundizar, para que nadie pueda engañarnos, para saber cómo nuestra sociedad está arraigada en el espíritu de Cristo. Y para amar a Dios. Acerquémonos una vez más al Evangelio, porque solamente el amor de Cristo hará que nosotros vivamos en Dios.
PINCELADA MARTIRIAL
Hermenegildo Iza y Aregita nació en la pequeña población vizcaína de Mendata, el 13 de abril de 1879, en el seno de una familia campesina. Sus padres fueron Joaquín y María Ignacia quienes inculcaron en sus hijos las enseñanzas de la religión cristiana.
Hermenegildo ingresó a la Orden de la Santísima Trinidad en Algorta, donde tomó el hábito religioso el 31 de octubre de 1894 e hizo la profesión de sus primeros votos el 1 de noviembre de 1895. En dicha ceremonia tomó el nombre de Hermenegildo de la Asunción. Cuatro años más tarde profesó sus votos solemnes, el 6 de enero de 1899 en el Santuario de la Virgen de la Fuensanta de Villanueva del Arzobispo (Jaén).
El 22 de septiembre de 1902 fue ordenado sacerdote de manos del beato Marcelo Spínola, arzobispo de Sevilla. Su provincia le encargó el trabajo de maestro de novicios, cargo que ocupó entre 1903 y 1907. En adelante se le asignaron cargos de gobierno como Ministro conventual de diversas casas de la provincia a la que pertenecía: de la casa de la Trinidad de Alcázar de San Juan (1907-1910), de la casa de Antequera (1910-1916), del Santuario de de la Virgen Bien Aparecida en Marrón (Cantabria) (1919-1922), de San Carlo alle Quattro Fontane en Roma (1922-1925), nuevamente del Santuario de la Aparecida (1926-1929), luego de Laredo (Santander) (1929-1933), de Belmonte (1933-1936) y finalmente de Alcázar de San Juan (1936).
Se caracterizó en su trabajo pastoral por ser un hombre dedicado y en el campo de la formación permanente no dejó de considerarse un estudiante. Muchos lo recuerdan por estar sentado horas en el confesionario y su dedicación a la dirección espiritual. Entre sus dirigidos se encontraba la monja trinitaria María del Niño Jesús (Marichú), muerta con fama de santa y a quien asistió en los últimos minutos de su vida.
El 21 de julio un grupo de milicianos de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), armados rodearon la casa de los trinitarios, hasta que entraron en ella, sacaron a los frailes y les hicieron prisioneros. La comunidad estaba compuesta por seis frailes y Hermenegildo era su superior. Fueron llevados al ayuntamiento para reunirlos con siete frailes franciscanos y un novicio dominico. Desde afuera se oían gritos que pedían la muerte de los frailes. El mismo día los catorce religiosos fueron trasladados a una casa llamada «El Refugio» donde permanecieron por varios días, hasta la noche del 26 de julio cuando fueron sacados del recinto y fusilados y tirados en una fosa del cementerio.
Hermenegildo de la Asunción fue beatificado durante el pontificado de Francisco el 13 octubre de 2013, junto a los otros cinco religiosos trinitarios. La ceremonia de beatificación fue presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en la ciudad de Tarragona en la que se elevó a los altares a 522 mártires de España del siglo XX.6 Su fiesta celebra el 6 de noviembre y sus reliquias se veneran en la iglesia de la Santísima Trinidad, en una capilla dedicada a los mártires trinitarios de Alcázar de San Juan.
[1] Marcelo GONZÁLEZ MARTÍN, Obras: Santa Madre Iglesia, Tomo II (Toledo, 1987).
[2] Manuel JIMÉNEZ DE PARGA, en Tercera de ABC, 7 de junio de 2003.
[3] Romano GUARDINI, El Señor tomo II, página 715 (Madrid, 1965).
[4] San JUAN PABLO II, Redemptor hominis, nº 12.
[5] M. PHILIPPON, La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, página 190 (Buenos Aires, 1942).
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