Prosperando
por Alfonso G. Nuño
Los datos sobre el catolicismo en Cataluña son demoledores; basta señalar algunos, los demás los tenéis en la noticia a la que os remito. Un 4% de los jóvenes participa en la Eucaristía semanalmente y, de entre los que se casan dejando o no de estar amancebados, más del 62% lo hace civilmente solamente. Las cifras en el resto de España son algo mejores, lo cual no creo que sea un consuelo.
Con todo, lo más preocupante, a mi modo de entender, no está en el punto cuantitativo al que se ha llegado. A Jesús lo dejaron bastante solo en el Calvario y, a la espera de Pentecostés, quienes habían creído en Él no eran ciertamente muchos. Al final del s. I, la proporción de cristianos en relación a la población mundial era bajísima. Pero había una dinámica esperanzadora, mientras que ahora, ¿cuál es nuestra situación? No son pocos los que se resignan a la derrota como si ésta fuera algo dado.
Este tipo de estudios suelen concluir con expresiones tales como "a este ritmo en x años quedarán sólo..." ¿Pero es esta la conclusión a la que debemos llegar? Modestamente creo que no. ¿Merece la pena buscar culpas y culpables? Si nuestras comunidades rezumaran vitalidad evangélica, las bajas cifras no serían amenazantes. El problema es que, en gran medida, para nuestro mundo secularizado, sin fe en Dios ni esperanza en la vida eterna, no somos ni sal ni luz.
Es verdad que ha habido y hay pastores que dejan mucho que desear y que tienen una responsabilidad especial, pero cada uno tenemos la nuestra. Y cuánto tiempo perdemos criticando, en vez de aprovechar en crecer en perfección evangélica, lo que no quiere decir que seamos ciegos y no veamos lo que está mal. ¿Qué hacer entonces?
Podemos diluirnos en el mundo conformándonos con ser quienes proporcionamos una insignificante religiosidad para determinados acontecimientos o justificamos con un poco de agua bendita determinadas barbaridades. Otra posibilidad es apostar por un restauracionismo, más o menos redecorado, que apuntale el edificio, remoce la fachada y quede relativamente satisfecho con su fidelidad a un modelo pretérito. O bien podemos lanzarnos decididos a vivir aquí y ahora el evangelio.
El Espíritu Santo sigue soplando, ¿qué me impide seguir a fondo la llamada de Jesús?
Con todo, lo más preocupante, a mi modo de entender, no está en el punto cuantitativo al que se ha llegado. A Jesús lo dejaron bastante solo en el Calvario y, a la espera de Pentecostés, quienes habían creído en Él no eran ciertamente muchos. Al final del s. I, la proporción de cristianos en relación a la población mundial era bajísima. Pero había una dinámica esperanzadora, mientras que ahora, ¿cuál es nuestra situación? No son pocos los que se resignan a la derrota como si ésta fuera algo dado.
Este tipo de estudios suelen concluir con expresiones tales como "a este ritmo en x años quedarán sólo..." ¿Pero es esta la conclusión a la que debemos llegar? Modestamente creo que no. ¿Merece la pena buscar culpas y culpables? Si nuestras comunidades rezumaran vitalidad evangélica, las bajas cifras no serían amenazantes. El problema es que, en gran medida, para nuestro mundo secularizado, sin fe en Dios ni esperanza en la vida eterna, no somos ni sal ni luz.
Es verdad que ha habido y hay pastores que dejan mucho que desear y que tienen una responsabilidad especial, pero cada uno tenemos la nuestra. Y cuánto tiempo perdemos criticando, en vez de aprovechar en crecer en perfección evangélica, lo que no quiere decir que seamos ciegos y no veamos lo que está mal. ¿Qué hacer entonces?
Podemos diluirnos en el mundo conformándonos con ser quienes proporcionamos una insignificante religiosidad para determinados acontecimientos o justificamos con un poco de agua bendita determinadas barbaridades. Otra posibilidad es apostar por un restauracionismo, más o menos redecorado, que apuntale el edificio, remoce la fachada y quede relativamente satisfecho con su fidelidad a un modelo pretérito. O bien podemos lanzarnos decididos a vivir aquí y ahora el evangelio.
El Espíritu Santo sigue soplando, ¿qué me impide seguir a fondo la llamada de Jesús?
Toda mi ansia era, y aun es, que pues tiene [el Señor] tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos; y así determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí (Sta. Teresa).
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