¿Qué cambiarías de la Iglesia? ¿Eso es el Sínodo?
por Patxi Bronchalo
De Santa Teresa de Calcuta se cuenta una anécdota que me resulta muy divertida y contundente. En una ocasión en la que se encontraba haciendo una entrevista para un medio de comunicación occidental, un periodista con algo de mala baba y colmillo retorcido le preguntó sobre lo que ella cambiaría de la Iglesia. Ella sonrió y con la sencillez que la caracterizaba le contestó: «me cambiaría a mí misma».
Aquel periodista se quedó sin su titular sensacionalista de la Madre Teresa diciéndole a la Iglesia lo que tenía que cambiar. Y todos nosotros podemos recibir en estas palabras de la religiosa una gran enseñanza. ¿Qué cambiar de la Iglesia? Lo primero a nosotros mismos. El verdadero escándalo es que nos escandalicen los pecados de los demás más que los nuestros. A este cambio de nosotros mismos es a lo que llamamos conversión y no consiste en otra cosa que en aceptar nuestra realidad, también las cosas podridas, y mirarla desde los ojos de Dios, después pedir perdón y seguirle. Aceptar la realidad de estar viviendo en el fango no significa que haya que quedarse ahí, caminamos hacia la casa del Padre.
La conversión no es algo que esté en nuestras fuerzas, al contrario, requiere reconocerse débil y pequeño. Conversión es volver una y otra vez a Dios, no cansarse nunca de estar empezando siempre. Lo que convierte el corazón es contrastar de verdad nuestra vida con la Palabra de Dios que escuchamos. La Palabra de Dios atraviesa nuestra historia y va sacando de ella el veneno y la bilis que nos hace vivir en amargura y acidez.
Leyendo las redes sociales me da la sensación de que hay personas en la que entienden el próximo Sínodo así, como una asamblea para votar qué es lo que hay que cambiar en la Iglesia. Creo que pensar así denota no haber entendido nada todavía sobre la Iglesia. De la historia de veinte siglos podemos aprender mucho. Por ejemplo, que los reformadores no son los que rompen la Iglesia sino los que son santos. Es la conversión personal la semilla de todo, no andar diciéndole a todos los ue tienen que cambiar. Sin santidad y conversión personal no hay progreso verdadero hacia Dios, no importa todos los concilios, sínodos, reuniones y planes pastorales que hagamos. Lo grande viene siempre de lo pequeño. Decir a otros lo que hay que cambiar es fácil pero, ¿estás dispuesto a cambiar tú?