Izquierda y eutanasia
Si la conciencia fuera de derechas no dormiría tranquilo el director de recursos humanos de la multinacional de comida basura que paga cuatro euros a la hora al empleado que vierte mostaza, ese chapapote, en la hamburguesa, esa porquería. Y si fuera de izquierdas tendría remordimientos el diputado socialista que impulsa la ley de la eutanasia. ¿Es, pues, la conciencia apolítica? En realidad, es antisistema porque su radicalidad transgrede la corrección política. De ahí que el facha crea que la conciencia no se ducha nunca y el estalinista que no para de ir a misa.
Al estalinista hay que informarle, empero, de que la conciencia no es la asalariada del perdón, sino su amiga del alma. La conciencia no te lleva al confesionario a la fuerza ni dejándote caer que lo que has hecho está muy feo, aunque lo que hayas hecho sea aprobar una ley que premia a los que se matan con una ovación de despedida en lugar de que con un minuto de silencio. Sólo una sociedad tarada es capaz de apuntalar normativamente el deseo de quien no quiere vivir, sin tener en cuenta que decir que no se quiere vivir es una forma extrema de pedir auxilio.
Aunque la izquierda intente equipararla a una conquista, la eutanasia no es más que un suicidio por poderes, con la inyección letal en el papel de notario y con el hombre en el papel de Dios. La paradoja es que el hombre que se cree Dios no cree, sin embargo, en el milagro. Por eso apoya la eutanasia. La izquierda desconoce que la muerte a su tiempo, puesto que lleva a Dios, es otro triunfo de la vida. Pero convence de esto a quien, atado a prejuicios de clase, cree que el Todopoderoso, dado que su rostro irradia luz, preside el consejo de administración de Endesa y es el CEO de Gas Natural.
Al estalinista hay que informarle, empero, de que la conciencia no es la asalariada del perdón, sino su amiga del alma. La conciencia no te lleva al confesionario a la fuerza ni dejándote caer que lo que has hecho está muy feo, aunque lo que hayas hecho sea aprobar una ley que premia a los que se matan con una ovación de despedida en lugar de que con un minuto de silencio. Sólo una sociedad tarada es capaz de apuntalar normativamente el deseo de quien no quiere vivir, sin tener en cuenta que decir que no se quiere vivir es una forma extrema de pedir auxilio.
Aunque la izquierda intente equipararla a una conquista, la eutanasia no es más que un suicidio por poderes, con la inyección letal en el papel de notario y con el hombre en el papel de Dios. La paradoja es que el hombre que se cree Dios no cree, sin embargo, en el milagro. Por eso apoya la eutanasia. La izquierda desconoce que la muerte a su tiempo, puesto que lleva a Dios, es otro triunfo de la vida. Pero convence de esto a quien, atado a prejuicios de clase, cree que el Todopoderoso, dado que su rostro irradia luz, preside el consejo de administración de Endesa y es el CEO de Gas Natural.
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