¿Por qué Dios no tiene prisa en responder?

Con la pandemia, la sana distancia y toda la serie de problemas que nos están tocando vivir, es normal que nos preguntemos dónde está Dios. Fue la pregunta que, de hecho, se hizo el Papa Benedicto XVI cuando visitó el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en 2006 y constató el horror del holocausto. Cuestionarnos al respecto no significa dejar de creer, sino madurar en la fe y, desde ahí, profundizar en la relación con Dios.

Al plantearnos la pregunta, podemos darnos cuenta de que, muchas veces, Dios tarda en respondernos. No tiene prisa. Salvo en ciertos casos, actúa a muy largo plazo, porque esto no es magia. A veces, pasan años hasta que notamos su respuesta. Pero ¿por qué no tiene prisa si acudimos a él angustiados, llenos de miedo y con mucho dolor? Porque, aunque comprende nuestra ansiedad y nos fortalece, él no pierde los estribos ni actúa impulsivamente como nosotros. Si lo hiciera, movido por nuestros nervios, el mundo sería un caos. Imaginemos que un sobrecargo sufre una crisis nerviosa y acude al capitán en pleno vuelo. Sin duda, lo escuchará para evaluar su situación, pero, por muy nervioso o desesperado que lo encuentre, él no podrá salirse del papel que le toca como autoridad del avión, manteniendo la calma y los procedimientos, porque si lo hiciera, pondría en peligro a todos los pasajeros. Es decir, no le aplica dejarse “contagiar” por la crisis del compañero de vuelo. Pues bien, Dios, no es que no nos escuche, pero, al igual que el capitán, no puede, frente a una persona en crisis, ponerse igual o peor, porque le toca mantener el control de la situación justamente para estar en condiciones de ayudarla.  

Dios valora y escucha lo que le pedimos, pero actúa con mirada de conjunto y no solamente por un arranque emocional de nuestra parte, justificado o injustificado. Sí que se conmueve. Es verdad que nos responderá, pero bajo sus términos porque visualiza lo que nosotros aún no vemos. De ahí que intervenga sin prisa, porque va a la raíz del problema, generando un proceso de cambio en nosotros que lleva su tiempo. Dios responde, pero a su manera y es mejor así porque si lo hiciera a la nuestra, no llegaríamos siempre a una buena solución. Nos faltaría perspectiva. En cambio, como nos quiere, pero no se deja presionar por nuestro afán de querer controlarlo todo, sabe cuándo y de qué manera intervenir. Y eso es una garantía. Algo bueno. Saber que, si hacemos nuestra parte, el resto lo hará él con un “modus operandi” que va más allá de nuestro margen de error.

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Les propongo dos libros electrónicos que he escrito y que pueden ser de su interés. 

"El proceso de Dios", es un pequeño libro que reflexiona sobre puntos importantes de la fe desde una perspectiva teológica y filosófica. Es concreto y, al mismo tiempo, profundo, capaz de responder las preguntas propias de aquellos que se cuestionan en su relación con Dios.

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¿Cómo abordar la emergencia educativa? ¿Cuál es el futuro de los colegios católicos? ¿Qué cambios tienen que darse? Éstas y otras preguntas son las que se abordan en el libro. Lo interesante es que el autor trabaja como maestro y, por lo tanto, los puntos que ha escrito parten de su experiencia en la realidad, en la "cancha de juego". Una interesante reflexión de todos los que de una u otra manera saben lo complejo que es educar en pleno siglo XXI y, al mismo tiempo, lo necesario que resulta seguirlo haciendo.

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Nota:

Al comprar alguno de los dos libros contribuyes al apostolado que llevo a cabo en favor de la fe y la cultura. ¡Gracias!