VI Domingo de Pascua: Vence el mal a fuerza de bien
“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. (Jn 15, 1517)
Con frecuencia pensamos que Dios debe estar contento con nosotros porque no hacemos nada malo. Buscamos en nuestra conciencia y nos parece que hemos pasado por la vida casi sin pecados mortales. Esta reflexión contrasta con la idea que tenían los santos de sí mismos; por lo general, se sentían llenos de angustia y se consideraban grandísimos pecadores, a pesar de que sus manos estaban llenas de actos de amor auténticamente heroicos.
Debemos intentar no hacer nada malo, no cometer ningún tipo de pecado, especialmente los pecados mortales que rompen nuestra relación con Dios. Pero eso es insuficiente. Es como si un equipo de fútbol planteara su estrategia metiendo a todos los jugadores en el área para que el equipo rival no le metiera ningún gol. Como mucho, conseguiría el empate. Los pecados son los goles que nos meten, los actos buenos son los goles que metemos y al final lo que contará será el resultado, si es a favor o es en contra. Además, es más fácil ser consciente, y por lo tanto arrepentirse, de los pecados cometidos que de los actos de amor que no hemos hecho, de los llamados “pecados de omisión”, tan frecuentes como ignorados. Quizá ahí está la clave del comportamiento de los santos: ellos estaban enamorados de Cristo y aun haciendo tantas cosas por Él, todo les parecía insuficiente. Tenían tanto amor que sólo se consideraban contentos cuando daban la vida por el Ser amado, por Dios. Imitemos a los santos: no nos conformemos con no hacer el mal, aspiremos a hacer el bien, a darle a Dios todo lo que podamos, por amor a Él.