Esparza nos explica las checas
José Javier Esparza analiza en su programa Tiempos Modernos, con la ayuda de Juan E. Pflüger, periodista y profesor, el terror rojo en la Guerra Civil: las checas.
La España del Frente Popular creó, durante nuestra guerra civil, una estructura de centros de detención, interrogatorio, tortura y ejecución que alcanzaría siniestra fama bajo el nombre de “checas”. La palabra “checa” viene del ruso “cheresvechainaia kommissia”, que quiere decir “comisión extraordinaria” y cuyas iniciales son precisamente che-ka. Así se llamó a la policía política creada por Lenin en 1917, y en España el nombre fue adoptado espontáneamente por los partidos del Frente Popular.
¿Qué eran las checas? En la práctica, cárceles privadas de los partidos y sindicatos del Frente Popular, especialmente de los de carácter revolucionario -socialistas, comunistas del PCE y del POUM, anarquistas de la CNT/FAI-, aunque también las hubo bajo el control de Izquierda Republicana, el partido de Azaña. Aparecieron desde el mismo 19 de julio por todas partes. Las milicias de los partidos incautaban un edificio –un palacio, un convento, un inmueble oficial, un cuartel- e instalaban allí su centro de actividades, que en realidad se reducían a una única actividad: la caza del enemigo. Primero se dedican a fusilar a los militares insurrectos e inmediatamente extienden su actividad represiva a todos los demás ámbitos: afiliados de partidos de derechas, clérigos y monjas, activistas católicos, etc. En el caso concreto de Madrid, las primeras checas empezaron a funcionar en torno al 21 de julio en las inmediaciones de la Casa de Campo. Las hubo tanto en las ciudades como en las áreas rurales, y fueron llamadas así, “checas”, por sus propios promotores: los comités revolucionarios.
Nadie ignoró nunca la existencia de las checas; su actividad aparecía regularmente en la prensa republicana y, en general, entre encendidos elogios. Para los partidos de izquierda, eran lugares donde los revolucionarios aplicaban su propia justicia, generalmente bajo la forma de exterminio del enemigo, al margen de los cauces judiciales. En Madrid hubo entre veinte y treinta checas de gran actividad, pero el número global superó las doscientas, a veces legales, otras veces clandestinas. En la ciudad de Barcelona funcionaron veintitrés checas anarquistas y dieciséis estalinistas, incluyendo los barcos-prisión. En toda la región de Valencia hubo cincuenta y cinco checas: treinta y cinco en Valencia capital, doce en Alicante y ocho en Castellón. Habitualmente se las conocía por el nombre del grupo al que pertenecían o por el lugar donde estaban instaladas.
Cuando se estabilizaron los frentes y, con ellos, las retaguardias, las checas no fueron prohibidas o cerradas por el Gobierno, ni siquiera sometidas a vigilancia, sino, al contrario, introducidas dentro del sistema general de represión. El sistema de checas pervivirá en la España del Frente Popular hasta el fin de la guerra civil.
La España del Frente Popular creó, durante nuestra guerra civil, una estructura de centros de detención, interrogatorio, tortura y ejecución que alcanzaría siniestra fama bajo el nombre de “checas”. La palabra “checa” viene del ruso “cheresvechainaia kommissia”, que quiere decir “comisión extraordinaria” y cuyas iniciales son precisamente che-ka. Así se llamó a la policía política creada por Lenin en 1917, y en España el nombre fue adoptado espontáneamente por los partidos del Frente Popular.
¿Qué eran las checas? En la práctica, cárceles privadas de los partidos y sindicatos del Frente Popular, especialmente de los de carácter revolucionario -socialistas, comunistas del PCE y del POUM, anarquistas de la CNT/FAI-, aunque también las hubo bajo el control de Izquierda Republicana, el partido de Azaña. Aparecieron desde el mismo 19 de julio por todas partes. Las milicias de los partidos incautaban un edificio –un palacio, un convento, un inmueble oficial, un cuartel- e instalaban allí su centro de actividades, que en realidad se reducían a una única actividad: la caza del enemigo. Primero se dedican a fusilar a los militares insurrectos e inmediatamente extienden su actividad represiva a todos los demás ámbitos: afiliados de partidos de derechas, clérigos y monjas, activistas católicos, etc. En el caso concreto de Madrid, las primeras checas empezaron a funcionar en torno al 21 de julio en las inmediaciones de la Casa de Campo. Las hubo tanto en las ciudades como en las áreas rurales, y fueron llamadas así, “checas”, por sus propios promotores: los comités revolucionarios.
Nadie ignoró nunca la existencia de las checas; su actividad aparecía regularmente en la prensa republicana y, en general, entre encendidos elogios. Para los partidos de izquierda, eran lugares donde los revolucionarios aplicaban su propia justicia, generalmente bajo la forma de exterminio del enemigo, al margen de los cauces judiciales. En Madrid hubo entre veinte y treinta checas de gran actividad, pero el número global superó las doscientas, a veces legales, otras veces clandestinas. En la ciudad de Barcelona funcionaron veintitrés checas anarquistas y dieciséis estalinistas, incluyendo los barcos-prisión. En toda la región de Valencia hubo cincuenta y cinco checas: treinta y cinco en Valencia capital, doce en Alicante y ocho en Castellón. Habitualmente se las conocía por el nombre del grupo al que pertenecían o por el lugar donde estaban instaladas.
Cuando se estabilizaron los frentes y, con ellos, las retaguardias, las checas no fueron prohibidas o cerradas por el Gobierno, ni siquiera sometidas a vigilancia, sino, al contrario, introducidas dentro del sistema general de represión. El sistema de checas pervivirá en la España del Frente Popular hasta el fin de la guerra civil.
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