Martes, 24 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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En defensa de la libertad

por Palabras para vivir

La ofensiva contra algunos de los puntos esenciales de la moral católica está desatada con toda su fuerza y esta semana ha dado pruebas de ello. La ONU, a través de una de sus comisiones, reprocha al Vaticano no haber hecho lo suficiente para evitar la pederastia, pero en el fondo lo que quiere es que la Iglesia acepte la ideología de género. El Parlamento Europeo ha aprobado, como recomendación, que el aborto sea considerado un “derecho humano” y que desaparezca la objeción de conciencia para médicos y hospitales. Mientras, en Italia se está debatiendo una ley -llamada “Ley Zan”- que castiga duramente a quien niegue que el sexo es una cuestión cultural y afirme que tiene una base biológica, además de obligar a impartir la ideología de género en los colegios; ley ante la cual ha protestado el Vaticano, diciendo que vulnera los Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado italiano, tanto en lo referente a los colegios como en el ataque a la libertad de expresión de los católicos.

De estas tres cosas, la que más ruido ha armado ha sido la intervención del Vaticano ante el Estado italiano, a través de una nota verbal presentada por el número tres de la Secretaría de Estado. Se ha acusado a la Santa Sede de inmiscuirse en la política italiana e incluso el presidente del Consejo de ministros, Draghi, ha rechazado la advertencia vaticana diciendo que Italia es un país laico y que su Parlamento es soberano. Los ataques al Vaticano por parte de la izquierda han sido feroces y el Papa no se ha visto libre de ellos, pues es imposible creer que un acto de tal relevancia como el que ha ocurrido se haya podido producir sin el apoyo explícito del Santo Padre. Sin embargo, no hay razón alguna para esos ataques, pues la Santa Sede se ha limitado a advertir que, si progresa la Ley Zan, se violarán unos Acuerdos de rango internacional. Los Acuerdos entre países deben respetarse o derogarse, pero lo que no se puede hacer con ellos es incumplirlos. Italia tiene derecho a romper los Acuerdos con el Vaticano, pero no a violarlos, lo mismo que tiene derecho a romper los acuerdos que tenga con otras naciones, del mismo modo que, por ejemplo, ha hecho Inglaterra con la Unión Europea.

La protesta, que en realidad es una advertencia, que ha llevado a cabo el Vaticano ante Italia es inédita en su historia y eso hace ver la gravedad de la situación. Si un sacerdote puede ir a la cárcel por decir, en un confesionario o en una homilía, que, según la Biblia, el ejercicio de la homosexualidad es pecado, o si obligan a impartir la ideología de género en los colegios católicos y, como sucede en Canadá, obligan a enseñar a los niños pequeños a masturbarse, se ha cruzado una barrera ante la cual la Iglesia no puede permanecer indiferente, especialmente cuando está en vigor un tratado que garantiza tanto la independencia de las escuelas católicas como la libertad de expresión de los mismos católicos. La Santa Sede ha tenido el valor de hacer oír su voz en defensa de la libertad de conciencia y de expresión. La prueba de que la dictadura mundial avanza inexorablemente es que algo tan elemental como esto, o tan básico como reclamar el derecho a la objeción de conciencia ante el aborto, sea motivo de escándalo. Una vez más, la Iglesia es la última frontera que protege la libertad. A pesar de los pecados de sus miembros, lo ha hecho así a lo largo de toda su historia y lo sigue haciendo. Lo mismo que los mártires ganaron para el mundo el derecho a la libertad de conciencia, así ahora los nuevos mártires -las víctimas de los ataques de esta feroz ideología de género- están defendiendo el último reducto que le queda a la libertad. Los tiranos de ayer no usan hoy leones para acabar con sus víctimas, sino que los entregan a los medios de comunicación para que los destrocen y devoren, pero el resultado es el mismo. Por eso debemos agradecer a la Iglesia, y en especial al Papa, el servicio que está prestando a toda la humanidad y apoyarle firmemente, sobre todo con nuestra oración.

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