V Domingo de Cuaresma (B) y pincelada martirial
La presencia de unos griegos, que habían subido a adorar a Dios durante la fiesta, y que desean ver y hablar con Jesús, va a ser ocasión para que Cristo nos abra su Corazón y su pensamiento. Sus palabras se vuelven cálidas y misteriosas. Parece comenzar diciendo que no es ya hora de entrevistas ni con judíos ni con paganos. Porque ha llegado la hora de morir. Esa hora tantas veces anunciada y presentida, ahora está ya aquí. Es la hora en que Jesús será verdaderamente glorificado. Pero para llegar a ella habrá que pasar antes por la humillación y la muerte. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quedará solo, no producirá fruto alguno. Sólo si muere en la tierra llevará mucho fruto. Vuelve Jesús a sus viejas comparaciones campesinas tan dramáticamente plásticas. Habla de morir, de pudrirse, no de simples ocultaciones o apariencias. Y también el que quiera seguirle tendrá que ir por ese camino. No hay otro. Porque el que ama su alma, el que la ahorra y se la reserva, ese la ha perdido. Solo quien la entrega se salvará.
El cardenal Francisco Javier Nguyên van Thuân, cuya causa de canonización fue abierta hace unos años, dice sobre este evangelio de hoy que recuerda una carta que recibió de Santa Teresa de Calcuta con estas palabras: Lo que cuenta no es la cantidad de nuestras acciones, sino la intensidad del amor que ponemos en cada una.
"Aquella experiencia -dice él-, reforzó en mi interior la idea de que tenemos que vivir cada día, cada minuto de nuestra vida como si fuera el último; dejar todo lo que es accesorio; concentrarnos solo en lo esencial. Cada palabra, cada gesto, cada llamada por teléfono, cada decisión, tienen que ser el momento más bello de nuestra vida. Hay que amar a todos, hay que sonreír a todos, sin perder un solo segundo".
El Cardenal recuerda cuando, el 1 de diciembre de 1975, fue encadenado junto a otra persona, llevado desde la prisión al barco que les conduciría al norte del Vietnam, a 1700 Kilómetros de su diócesis. Y dice:
“Quizá todos nosotros, en varias ocasiones, hemos vivido o vivimos momentos semejantes de abandono. Nos sentimos abandonados cuando nos inunda la soledad o el sentido de fracaso, cuando sentimos el peso de nuestra humanidad y nuestros pecados. Nos sentimos abandonados cuando incomprensiones e infidelidades perturban nuestras relaciones fraternas; cuando nos parece que la situación de desorientación o de desesperación en que se encuentran algunos no tiene salida; cuando estamos en contacto con los sufrimientos de la Iglesia y de pueblos enteros... Son pequeñas o grandes “noches del alma” que oscurecen en nosotros la certeza de la presencia de Dios cercano, que da sentido a toda nuestra vida. En esos momentos, incluso la alegría y el amor parecen apagarse”.
Los santos también han experimentado noches de desesperación, momentos en los que se han sentido abandonados por todo y por todos. Como lo cuenta la misma Madre Teresa. Sin embargo, como auténticos expertos del amor de Dios, no han dudado en recorrer hasta el final la vía de la cruz, dejándose iluminar y forjar por ella, aunque esto implicara la propia muerte. Es la ley del Evangelio: Si el grano caído en tierra no muere, queda solo, pero si muere, produce mucho fruto. Es también la ley propia de Jesús: su muerte fue real, pero es todavía mucho más real la vida sobreabundante que mana de aquella muerte.
San Pablo nos presenta en la carta a los Filipenses a Cristo en el momento en que se desnuda de sí, de su forma divina, para asumir la condición de siervo, la semejanza a los hombres.
Pero continuemos.
Tampoco Jesús quiere ocultar su miedo: Ahora mi alma está turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas si yo he venido para esta hora! (Jn 12,27). Los que le oyen están emocionados. El estilo de Jesús, escribe Martín Descalzo, se va volviendo dramático. Dialoga. Impreca. Se pregunta y se responde a sí mismo. Nadie se atreve a interrumpirle. Ahora es el juicio de este mundo. Ahora el príncipe de las tinieblas va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Después, como en el Bautismo, como en tantas otras escenas del Evangelio, escuchamos esa corroboración de lo alto: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
¿Le entendían los que le escuchaban? ¿Volvieron sus cabezas a llenarse de sueños militares y políticos de expulsión de los romanos? Ciertamente, ninguno de ellos pudo imaginar entonces que ese ser levantado se refería a una crucifixión. Solo más tarde lo entenderían. Solo tras su muerte y resurrección comprenderían, como anota Juan, que esto lo decía indicando qué tipo de muerte habría de padecer (Jn 12, 32-33)[1].
Esta es la hora. Esta es la hora de este año litúrgico. Se acercan los días de la Semana Santa. El próximo domingo comenzamos a vivir de un modo especial los hechos centrales de nuestra fe. A la luz de la Palabra de Dios hemos de descubrir su significado para nosotros, de modo que nos unamos más a Jesús, de modo que sigamos su mismo camino. Si el grano de trigo no muere, no da fruto. Por ello, en este instante se nos llama a vivir el mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por la salvación del mundo, como hemos escuchado en la oración colecta. Por su amor y su entrega, el Señor se convierte en autor de salvación eterna para todos los que creen en Él. Por su amor hacia nosotros alcanzaremos estar donde Él está, en el reino de Dios. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, al que podía escucharle, al que podía cambiar el rumbo de la historia. Pero siendo Hijo aprendió sufriendo a obedecer. Esto se nos pide a nosotros. A esto se nos invita cada vez que participamos de la Eucaristía.
Solo una última palabra. Mañana la Iglesia nos presenta el modelo de San José. Contemplamos a José, esposo de la Virgen, protector del Verbo encarnado, hombre de trabajo diario, depositario del gran misterio de la salvación.
José fue introducido por Dios en el designio salvífico de la Encarnación, que en fecha próxima nos disponemos a celebrar. Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Este es el don inconmensurable de la salvación; esta es la obra de la redención.
Como María, también José creyó en la palabra del Señor y fue partícipe de ella. Como María, creyó que este proyecto divino se realizaría gracias a su disponibilidad. Y así sucedió: el Hijo eterno de Dios se hizo hombre en el seno de la Virgen Madre.
Sobre Jesús recién nacido, luego niño, adolescente y hombre maduro, el Padre eterno pronuncia las palabras del anuncio profético: Yo seré para él, padre y él será para mí, hijo. A los ojos de los habitantes de Belén, Nazaret y Jerusalén, el padre de Jesús es José. Y el carpintero de Nazaret sabe que, de algún modo, es exactamente así. Lo sabe, porque cree en la paternidad de Dios y es consciente de haber sido llamado a compartirla en cierta medida. Y hoy la Iglesia, al venerar a San José, elogia su fe y su total docilidad a la voluntad divina.
Como José, como Abraham, como los discípulos que se acercan al Señor porque les ha llamado, también hoy y mañana celebramos el Día del Seminario. Toda la Iglesia en oración pide para que haya más jóvenes dispuestos a seguir a Cristo, para que los sacerdotes seamos santos, y los hombres puedan poner sus ojos no en nosotros, sino en lo que nosotros señalamos y enseñamos desde la Palabra de Dios: en Jesucristo, nuestro Salvador.
Al Señor le pedimos que en esta Cuaresma siga convirtiendo nuestro corazón para ser enteramente suyos. Tendremos que trabajar, serán necesarias las obras, pero no lo olvidemos: nosotros amamos a Dios, al Cristo que nos ha salvado para darnos la vida eterna.
PINCELADA MARTIRIAL
Así terminaba el Beato Anselmo Polanco Fontecha (+1939) su carta pastoral escrita el Domingo de Pasión, el 14 de marzo de 1937:
Frente al laicismo, causa del mal, urge restablecer la ley de Dios
No seamos sordos a la voz que nos aterra para salvarnos, y sirvan los trastornos y las adversidades presentes de escarmiento y saludable advertencia que suscite en nosotros la firme resolución de vivir siempre como católicos prácticos y buenos españoles. Abandone el impío su camino y el inicuo sus designios, y conviértase al Señor, el cual se apiadará de él, y a nuestro Dios que es generosísimo en perdonar... Cobrad ánimo, pues el Señor ha venido a probaros y para que su temor se imprima en vosotros y no pequéis... De esta manera, Venerables Hermanos y amadísimos Hijos, la sangre vertida resultará fecunda, al llanto y luto sucederá la alegría, a la guerra implacable y destructora la bienhechora paz, y lloverán sobre todos vosotros las bendiciones del cielo que de corazón pedimos, en prenda de las cuales os damos la nuestra en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén».
Hoy quiero ofreceros nuevamente el Viacrucis del beato Anselmo Polanco que compusimos con textos del Beato para esta Cuaresma:
https://www.religionenlibertad.com/via-crucis-con-beato-anselmo-polanco-62453.htm
[1] José Luis MARTÍN DESCALZO, Vida y misterio de Jesús de Nazaret III, página 115 (Salamanca, 1996).
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