Mensaje del Amor Misericordioso
A los católicos españoles. Orar por España (1)
Es imposible tener un conocimiento de todas las cosas. Hace unas semanas preparando un trabajo y escribiendo sobre san Manuel González García leía como su biógrafo, el sacerdote José Campos Giles, recogía en la biografía que escribió (El Obispo de los Sagrarios abandonado) la siguiente afirmación:
«El 10 de mayo llegó a manos de don Manuel el folleto de P. M. Sulamitis con el mensaje: A los católicos españoles. Fue tan de su agrado y estaba tan en armonía con sus sentimientos y puntos de vista, que ordenó que pidiesen 500 para repartirlos a todos los conventos, y entre los fieles más piadosos, a fin de levantar el espíritu de todos con tan providencial mensaje».
¿Pero quién era Sulamitis? Se trataba de sor María Teresa Desandais (1876-1943): apóstol del Amor Misericordioso. En el siglo se llamó Adriana y nació en Francia en 1876. Educada en la fe católica desde niña, a los nueve años ya estaba determinada a ser religiosa. A los 20 años de edad, en 1896, ingresa en la Visitación de Dreux (Francia). A partir de 1902 fue bendecida con una serie de revelaciones místicas sobre el Amor Misericordioso de Jesús. Comenzó a escribir dichas experiencias sobrenaturales bajo el pseudónimo de “P. M. Sulamitis”. En España, para poder difundir el mensaje del Amor Misericordioso, Sor María Teresa contó con la ayuda del dominico P. Juan González Arintero.
Así que toca ir al buscador para saber si podemos encontrar la obra y, ¡en un par de días en casa!... Se trata de un folleto de 16 páginas, tamaño cuartilla, publicado por la Editorial Fides de Salamanca y que lleva por título A LOS CATÓLICOS ESPAÑOLES.
En la primera página, junto a este dibujo, leemos la cita de Jn 3,16: De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito, para que todos los que creen en Él no perezcan, sino que tengan vida eterna.
A LOS CATÓLICOS ESPAÑOLES. Orar por España. -Necesidad de la prueba
[Varias personas deseaban se pidiese a P. M. Sulamitis una oración al Amor Misericordioso, compuesta por ella misma, para rogar por España en las actuales circunstancias. Mas antes de que se le hiciese tal petición, sin que ella tuviese noticia humana ninguna de los acontecimientos aquí desarrollados últimamente, el Amor Misericordioso se dignó enviarnos por su pequeña mano el presente mensaje, con indicación de las oraciones que le será grato empleemos para implorar su misericordia en favor de nuestra querida patria. Téngase en cuenta para entender ciertas expresiones, que P. M. Sulamitis no es española ni reside en España.]
Sí, es preciso orar por ese país (España) que yo amo y que ciertamente me ha dado pruebas de su fidelidad, de muchas maneras, por medio de quien tenía autoridad. De ello he recibido grande gloria. Este país ha podido así servir a otros de modelo y de aliento.
Pero en la tierra nada hay perfecto. ¿No he dicho yo que mi viña necesitaba ser podada? Eso es lo que hago por medio de la prueba, forzando, por decirlo así, las almas a volverse hacia mí con más fe, con más confianza, y dándoles ocasión de practicar actos más excelentes de caridad. Yo no juzgo como juzga el mundo… Busco siempre un bien superior y de los mío saco siempre mi gloria.
¡Oh, si vieseis las cosas con mi luz, os aparecerían bajo un nuevo aspecto y os admiraríais de mis disposiciones! Y no os llevaría esto a desinteresados de lo que está pasando, al contrario; porque yo mismo he dicho: “pedid”, y nada habéis pedido todavía. Tanto menos se pide cuanto más se tiene.
Sí, yo he dicho: “pedid y recibiréis”, “buscad y hallaréis”, “llamad y se os abrirá”… Y también: “todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá”. “El cielo y la tierra pasarán, ¡pero mis palabras no pasarán, no pasarán jamás! Se os concederá según sea vuestra fe”. “Si vosotros, siendo malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial?” “¿Dará por ventura un escorpión a quien le pide pan?” Pero también he dicho que no he venido a traer la paz, al modo como la da el mundo, y que tendréis que sufrir por mi nombre. ¿No es en estos momentos de persecución y de revuelta, cuando más se manifiesta la fidelidad y el heroísmo de mis amigos? Recordad mi vida sobre la tierra, la vida de mi Iglesia, la de mis apóstoles, la de mis amigos todos. ¡No os espantéis! Releed mis palabras en mi Evangelio, y en vez de afligiros, gozaos cuando tengáis algo que sufrir. ¡Tened confianza!, yo he vencido al mundo, he triunfado del mundo y de la muerte, y os haré triunfar también de vuestra victoria y vuestro corazón se llenará de un grande gozo proporcionado a vuestras zozobras. Necesito obrar así con vosotros porque en una falsa paz os dormiríais y, mientras todos los demás se agitan en el desorden y en la tribulación, vosotros confiaríais en vosotros mismos y nada os sería tan funesto. En la prueba formo mis santos. Poned vuestra confianza en mí.
Cómo hemos de obrar
Hubieran algunos deseado una oración en la que se hiciese resaltar lo que por mi Corazón han hecho y por mi Amor misericordioso. Diles que la más bella oración, la que toca mi Corazón en lo más íntimo, es la que en mi Evangelio habéis oído salir de labios de aquellos sobre quienes se derramó mi Amor misericordioso: “Señor, ten piedad de mí, porque soy un gran pecador”. Guardaos de orar como el fariseo. La menor preferencia de si mismo respecto de los otros, la complacencia en el bien que se ha podido hacer, es una mancha, un obstáculo que impide la efusión de mi gracia y mis divinas mociones.
Almas tengo verdaderamente humildes, y estas son las que atraerán mis gracias. Ciertamente, he tenido y tengo todavía admirables víctimas que se inmolan por mí; pero manteneos humildes, no juzguéis a nadie, a nadie condenéis, no discutáis lo que no entendéis, no sembréis el mundo de propios juicios y pareceres; estas cosas serían sumamente perjudiciales y estorbarían por completo mi gracia. Velad sobre vuestras conductas; orad, orad sin interrupción, con la misma oración que yo os he enseñado, en la cual se comprende todo; y si no os satisface, es porque no la habéis comprendido.
En cualquier necesidad acudid al Padre nuestro, saludad e invocad a la Virgen con el Ave María, y añadid el Gloria Patri, que enaltece mi gloria santa. Después servíos de mis palabras para orar. Me agrada veros explotar así mis dones.
Acordaos, sobre todo, de que siempre es hora de hacer triunfar mi Amor misericordioso. Que este amor viva y reine en vuestras almas. Creed en este amor, y para recibir sus efectos, manteneos humildes y pequeños en mi presencia, sin lo cual no podréis tener parte en los bienes de mi Amor misericordioso, que no es más que para los pobres e indigentes. Los pobres serán colmados en mis bienes, y los ricos tornarán privados de todo, con las manos vacías; tanto me satisface la humildad del corazón. He aquí una doctrina que no acabáis de entender; quisierais tener mucho, sentiros ricos, nadando en la abundancia y complaciéndoos en ello. Lo mismo digo cuando se trata del abandono a mi voluntad: lo hacéis con relativa facilidad siempre que no os falte alguna persona en que apoyaros; pero no es esto lo que me honra y me glorifica, sino más bien que pongáis solo en mi y en María santísima vuestra esperanza cuando todo en torno vuestro parece que se derrumba. Quiero que en estos momentos se me ruegue mucho por vuestra patria. Quiero la unión. Haré que en esta casa se ruegue mucho, a fin de que yo sea glorificado por vuestras disposiciones interiores y por todo lo que pretendo hacer en esta nación.