Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Obispo, Rector y diácono: ¡todos en los altares!

por Victor in vínculis

San Manuel González y el beato Enrique Vidaurreta (a su derecha) junto a sacerdotes y seminaristas de Málaga, algunos de los cuales fueron martirizados

Su siembra: por medio del Sr. Rector

«El beato Enrique Vidaurreta Palma, antequerano de nacimiento, nacido el 10 de octubre de 1896, quiso ordenarse sacerdote en Madrid “a título de patrimonio”, cosa frecuente entonces. En una conversación con San Manuel González, en la propuesta que este le hacía sobre el ser sacerdote y la posibilidad de serlo en Málaga, vio una luz grande: olvidarse de sí y darse por completo a lo que la Iglesia quisiese de él. Con esa actitud vino a Málaga, primero sirviendo a los más pobres en el asilo de San Manuel, de las Hijas de la Caridad, en una de las zonas más pobres de Málaga por aquellos años, playas de San Andrés y barriada de El Bulto.

Don Manuel González, obispo gran reformador del clero y de la preparación de los seminaristas, quería un Seminario nuevo para llevar a cabo esta misión. Y para esa misión se fijó en hombres capaces de echarla adelante, hombres muy de Dios y muy enamorados de su sacerdocio. Don Enrique fue uno de los escogidos para ello; primero como vicerrector y poco después como rector, formando equipo con otros ejemplares sacerdotes.

En sintonía con el Obispo, dos preocupaciones fundamentales tuvo Don Enrique: llenar de espíritu sacerdotal el Seminario y enriquecerlo con abundancia de vocaciones. Y a ello dedicó lo fundamental de todos sus días y todas sus horas, a trabajar por:
  • un Seminario familia fraterna;
  • un Seminario donde los pilares marcaran bien la andadura de cada día y la formación;
  • un Seminario donde destacaran muy mucho la piedad sacerdotal, la ciencia eclesiástica y el celo pastoral;
  • un Seminario en el que la Eucaristía no habría de ser una cosa más, siquiera la más importante, sino su vida, su bien, su doctrina, su alimento, su seguridad, su gozo, su gloria…
  • un Seminario donde el Buen Pastor fuera el ejemplo a seguir;
  • un Seminario donde la disponibilidad y la obediencia, galería de la obediencia, fuesen vivencias constantes;
  • un Seminario donde no cabían ganapanes sino solo gana almas.
Un Seminario cuya cosecha fuera:
  • Proveer a la santa Madre Iglesia de sacerdotes-hostias.
  • Sacerdotes consagrados a la Eucaristía.
  • Sacerdotes que salven a las almas y hagan felices a los pueblos.
Evidentemente el planteamiento y la vida de cada día, la forma de trabajarlo, eran propios de un hombre santo, de un sacerdote cabal. Pero lo suyo no quedó ahí. El Señor le concedió la gracia de enriquecerlo con la entrega más total: el 16 de julio de aquel 1936 comenzaron 33 sacerdotes la tanda de Ejercicios Espirituales, organizada por Don Enrique cada año en el Seminario. Dirigía aquellas jornadas de oración el jesuita P. García Alonso, quien calificaría luego en su libro Mis dos meses en la prisión provincial de Málaga a Don Enrique como la joya del clero diocesano.
 

El 21 de julio se hizo un registro minucioso en el Seminario (donde lógicamente no se encontraron armas y donde hubo una entrega espontánea, sin resistencia alguna). En la mañana del 22 fueron llevados a la cárcel aquellos sacerdotes que hacían Ejercicios Espirituales. Un mes largo de prisión.

En la noche del 31 de agosto, en una saca para fusilamientos, el jefe de la patrulla leyó los nombres de las víctimas, de los que serían ejecutados a continuación. Uno de ellos estaba enfermo, Don Enrique intercedió por él. Ven tú también, fue la respuesta. Y aquel 31 de agosto el Señor le concedió la gloria eterna a Don Enrique y a todos nosotros nos dio un espejo ejemplar en quien mirarnos hoy seminaristas, sacerdotes y toda mujer u hombre que quiera ser testigo del Evangelio, testigo de la gracia de Dios».
(De un escrito del actual Deán de la Catedral de Málaga, don Antonio Aguilera, bajo estas líneas).
 


Sus frutos: el heroico testimonio de un diácono

El beato Juan Duarte Martín nació en Yunquera (Málaga) el 17 de marzo de 1912 y murió en Arroyo Bujía (Álora), el 15 de noviembre de 1936, con 24 años. Detenido en su pueblo, al ser delatado por una vecina, lo trasladaron a Álora, donde sufrió un martirio de ocho días, con palizas de tres horas y corrientes eléctricas diarias. Le llevaron prostitutas para que rompiera su voto de castidad, pero las rechazó. Entonces, los milicianos cogieron una navaja, y le cortaron sus partes. Conducido al arroyo Bujía, lo abrieron en canal, le llenaron el vientre de gasolina y después le prendieron fuego. Mientras tanto, el seminarista solo decía: “¡Os perdono como Cristo perdonó a sus enemigos!”, “¿No sabéis que lo que me hacéis a mí se lo hacéis al Señor?” y “¡Ya lo estoy viendo, ya lo estoy viendo!”.

Varias pinceladas
Su trato con San Manuel González comenzó el día de su confirmación, sacramento que recibió de sus manos, a los siete u ocho años, tras haber hecho su primera comunión (de la recepción de estos sacramentos no hay partidas, porque el archivo parroquial fue totalmente destrozado en el año 1936 y las hojas de sus libros sirvieron para envolver los productos que se adquirían en la iglesia, convertida entonces en economato).

Juan quería mucho al Seminario, como permanentemente pudieron constatar sus padres y sus hermanos. Cuando estaba en el pueblo pasando las vacaciones de verano, contaba los días que faltaban para el regreso. Y en una ocasión muy señalada, cuando, después de la quema de iglesias y de conventos en Málaga en mayo del 1931, se planteó la necesidad de regresar al Seminario y su padre le pidió que aplazara su vuelta hasta que la situación política se normalizase, Juan Duarte fue de los valientes que volvieron al Seminario, dispuestos a emprender aquella nueva etapa, huérfanos de su Obispo tan querido, D. Manuel González, y con muy escasos recursos económicos, pero con unos superiores que vivían ya el ideal expresado en aquellos días por el propio D. Manuel: Espíritu Santo, concédenos el gozo de servir a la Madre Iglesia de balde y con todo lo nuestro.
 

Durante los años de Seminario, Juan era, como decía el Padre Soto, "un seminarista ejemplar". Inteligente y estudioso, fue aprobando siempre con las máximas calificaciones. Reconociendo su capacidad, en los últimos cursos se le encomendó la tarea de prefecto de los seminaristas menores, educador de ellos. Era alegre y sencillo… era muy notable su profunda vocación apostólica…

El 1 de julio de 1935 recibió el subdiaconado; de la noche anterior tenemos una plegaria a la que él alude en una emotiva carta a San Manuel González: ¡Con qué ganas me pongo en brazos de la Iglesia y con qué ganas le pido al Señor que me quite la vida si no he de servirla con la alegría que inunda mi alma el día que a ella me entrego!
Al año siguiente fue ordenado diácono en la Catedral de Málaga, el 6 de marzo de 1936.
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