La hora de los curas casados
El viaje del Papa a Chile y Perú estuvo polarizado por la cuestión del apoyo del Pontífice a monseñor Barros, el obispo chileno que, según víctimas de la pederastia, habría ocultado lo que hacía su mentor, el padre Karadima, acusado y condenado por esos actos. El cardenal O’Malley, de Boston, no dudó en criticar al Pontífice por sus palabras y éste reconoció que no había estado muy afortunado y pidió disculpas por haber confundido pruebas con evidencias. Si el conflicto se ha zanjado bien o se ha cerrado en falso, el tiempo lo dirá. El hecho de que un diario como “The New York Times” haya sido muy duro con el Santo Padre quizá represente un punto de inflexión en el apoyo que determinados medios liberales le han estado brindando desde el inicio de su Pontificado.
Esta polémica, en cambio, ha hecho que pasaran desapercibidas las declaraciones del cardenal Stella, prefecto de la Congregación para el Clero, en las que reconoce que se está ya debatiendo la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados. Aunque, según el cardenal, esto se aplicaría en lugares muy necesitados de sacerdotes, como determinadas regiones de Brasil o algunas islas del Pacífico, para algunos sería el principio del fin del celibato obligatorio para el clero católico.
Nadie pone en duda que, de adoptarse esta medida, no se estaría yendo contra ningún principio doctrinal o moral. Hay sacerdotes católicos que están casados -los de rito oriental y los que proceden del anglicanismo- y por lo tanto lo podrían estar otros. La medida, sin embargo, es de tal importancia que supondría un revulsivo para muchas parroquias. Mientras algunos fieles la acogerían con normalidad e incluso con entusiasmo, otros se escandalizarían al ver a su párroco del brazo de su señora y rodeado de sus hijos. Eso, sin tener en cuenta otras cuestiones, como la económica o el agravio comparativo que se produciría a los que ya son sacerdotes si a ellos no se les permite casarse por estar ya ordenados.
Por eso, la cuestión que muchos están planteando es si es el momento de dar este paso. Aún está en carne viva la herida creada por la posibilidad de que, en determinadas circunstancias, los divorciados vueltos a casar puedan comulgar sin haber renunciado a tener relaciones sexuales. Añadir un nuevo motivo de polémica, aunque teológicamente no genere dudas, debe ser ponderado con sumo cuidado. Lo que se pueda ganar por un lado, quizá se pierda por el otro. Una comunidad como la católica, con mil trescientos millones de personas, presente en todo el mundo y en todas las culturas y clases sociales, es muy plural y compleja. Ni es bueno el inmovilismo ni tampoco pisar el acelerador. Hay demasiada confusión, demasiadas tensiones, en este momento en la Iglesia como para añadir una nueva fuente de debate. La hora de los curas casados quizá deba esperar a que vuelva la calma.