Hannah Arendt sobre la religiosidad
por Alfonso G. Nuño
Llevar una existencia radicalmente religiosa en este mundo no significa sólo estar en soledad como individuo ante Dios, sino estarlo mientras los demás no están ante Dios (Hannah Arendt).
Uno de los temas más recurrentes del monacato primitivo es el de la oración continua. En ello, tenían el ideal de la oración, pues es lo que el mismo Señor nos mandó: "Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer" (Lc 18,1). Y con palabras de S. Pablo: "Orad sin cesar" (1Tes 5,17). Lo que anhelaban aquellos santos monjes es lo que Casiano llama, en sus Collationes, "orationis status" (estado de oración). Es decir, no se trata de hacer muchas oraciones, sino de vivir en una única oración.
Es esta sin duda la máxima expresión de religiosidad, vivir de tal modo que no haya espacios o tiempos profanos y otros sagrados. Vivir de manera que toda circunstancia sea lugar con el Dios-con-nosotros; que nada estorbe, sino que más bien todo favorezca el encuentro con Él. De modo que los momentos de soledad con Él sean encuentro con los hombres y los ratos con quienes estén de espaldas a Dios se vivan de cara a Él.
No se trata de una suma ininterrumpida de actos conscientes sobre Dios, de una sucesión ininterrumpida de jaculatorias, etc. La oración es comunicación y ésta no es solamente decir. Hay algo previo a cualquier palabra que pueda dirigir a Dios, hay algo anterior a cualquier acto que le pueda ofrecer,... hay algo en que todo ello está inscrito. Y no solamente esto, sino cualquier otra realidad: mi atención. Si está puesta en Dios, estoy ya en comunicación con Él, pues estoy pendiente de Él, lo estoy atendiendo.
Y atender a Dios no es atender a pensamientos sobre Él, ni es poner la atención en Él como se pone en una cosa particular, sino que es esa atención general amorosa de que nos habla S. Juan de la Cruz. Una vez más lo repetiremos, el crecimiento espiritual está, en gran medida, en la educación de la atención, en aprender a atender a Dios no como si fuera una cosa más entre otras, por magnífica que pudiera ser; pues, cuando mi atención es así, tiene que dejar unas cosas para atender otras. Pero, en esa atención general amorosa (elevatio mentis in Deum), no solamente no hay que dejar de estar en Dios para atender otras cosas, sino que todas ellas las tenemos en Dios. No es necesario, después de una tarea, hacer un acto particular diciendo "esto es para Ti"; no es menester hacer un paréntesis en medio del mundo para traer un recuerdo de Dios; no es preciso interrumpir la vida para orar, pues se está en oración. Ni es preciso interrumpir la oración para poder estar en el mundo.
Pero, aunque se esté en este estado permanente de oración, siempre es necesario estar a solas con Dios, estar solos los dos.
Es esta sin duda la máxima expresión de religiosidad, vivir de tal modo que no haya espacios o tiempos profanos y otros sagrados. Vivir de manera que toda circunstancia sea lugar con el Dios-con-nosotros; que nada estorbe, sino que más bien todo favorezca el encuentro con Él. De modo que los momentos de soledad con Él sean encuentro con los hombres y los ratos con quienes estén de espaldas a Dios se vivan de cara a Él.
No se trata de una suma ininterrumpida de actos conscientes sobre Dios, de una sucesión ininterrumpida de jaculatorias, etc. La oración es comunicación y ésta no es solamente decir. Hay algo previo a cualquier palabra que pueda dirigir a Dios, hay algo anterior a cualquier acto que le pueda ofrecer,... hay algo en que todo ello está inscrito. Y no solamente esto, sino cualquier otra realidad: mi atención. Si está puesta en Dios, estoy ya en comunicación con Él, pues estoy pendiente de Él, lo estoy atendiendo.
Y atender a Dios no es atender a pensamientos sobre Él, ni es poner la atención en Él como se pone en una cosa particular, sino que es esa atención general amorosa de que nos habla S. Juan de la Cruz. Una vez más lo repetiremos, el crecimiento espiritual está, en gran medida, en la educación de la atención, en aprender a atender a Dios no como si fuera una cosa más entre otras, por magnífica que pudiera ser; pues, cuando mi atención es así, tiene que dejar unas cosas para atender otras. Pero, en esa atención general amorosa (elevatio mentis in Deum), no solamente no hay que dejar de estar en Dios para atender otras cosas, sino que todas ellas las tenemos en Dios. No es necesario, después de una tarea, hacer un acto particular diciendo "esto es para Ti"; no es menester hacer un paréntesis en medio del mundo para traer un recuerdo de Dios; no es preciso interrumpir la vida para orar, pues se está en oración. Ni es preciso interrumpir la oración para poder estar en el mundo.
Pero, aunque se esté en este estado permanente de oración, siempre es necesario estar a solas con Dios, estar solos los dos.
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