Don Marcelo: un lema, un Amigo y un modelo
El Cardenal Marcelo González Martín se reunía nuevamente con los sacerdotes ordenados en 1995, en la capilla de las Madres Angélicas de Toledo, el 25 de junio de 1998. Esta fue la homilía pronunciada para los jóvenes sacerdotes en aquella ocasión:
Con un grupo de seminaristas menores, en 1987
Me alegro mucho de que hayáis tenido esta idea feliz, la de pedirme que pudiéramos concelebrar juntos esta Misa, después de aquella otra que fue la primera, la de la Ordenación, hace tres años ya ¿no? ¡Tres años! ¡Cómo pasa el tiempo enseguida! Pues me alegro mucho, repito, porque renueva dentro de mí actitudes espirituales y pastorales muy limpias. Un día en que el obispo ordena a un grupo de sacerdotes, y no pequeño -el grupo no era pequeño-, es un día siempre de gloria para la Iglesia, para Dios Nuestro Señor, para Jesucristo Redentor. Y todo esto el obispo lo medita y lo piensa; y lo habla. Yo no me acuerdo de qué hablé aquel día, ni tengo por qué acordarme. Haría un guión, como es mi norma, y en mis carpetas encontraría algo. Pero estoy seguro de que yo sentía por dentro, como siempre que he ordenado sacerdotes, una alegría muy viva, que se renueva hoy por vuestra ocurrencia de invitarme a celebrar lo que estamos celebrando. Demos, pues, gracias a Dios. Y que las palabras que voy a pronunciar produzcan un efecto saludable en nuestras almas; en la mía y en la vuestra, puesto que yo me las aplico a mí mismo.
Tres puntos: Un lema que guíe nuestra vida, un Amigo, un modelo.
Lo primero de todo, un lema que guíe nuestra vida y nos invite a caminar con arreglo a un principio normativo que nos guíe. Y esto me lo ha sugerido una carta que he recibido hace cosa de un mes de un sacerdote de algunos cursos por encima del vuestro. Y me dice resumidamente lo siguiente: “Sé que ha celebrado usted las Bodas de Plata de Cardenal, 25 años de Cardenal, y que está ya jubilado. Y no le he escrito y he cometido una falta. Ahora le escribo para felicitarle. Y quiero decirle que le estoy muy agradecido a usted y al Seminario. La parroquia en que estoy es muy populosa. Y estoy solo. Pero me defiendo. (Estoy seguro de que se defiende...). Y yo me acuerdo mucho de una frase que usted me dijo y que me repitió. La tengo... -dibujaba muy bien este muchacho, si os acordáis-, la tengo escrita y dibujada en un cuadro en mi despacho rectoral. Y, de cuando en cuando, miro. También una fotografía de usted. Y para mí todo eso tiene un recuerdo muy grande, porque la frase es nada menos que esta: CADA DÍA PROPÓNTE HACER TODO EL BIEN QUE PUEDAS. Yo no me acuerdo que le dijera eso. Él sí se acordó y la apuntó. Proponte hacer todo el bien que puedas, con todos. Viene siendo mi guía práctica en mi actuación sacerdotal. Y estoy muy contento de tenerlo como norma de conducta”.
Claro. Se pone uno a pensar un poco en lo que encierra esa frase y naturalmente es para estar contento, si se empeña en cumplir bien lo que la frase pide: “Procura cada día hacer todo el bien que puedas”. ¡Amigo...! No cabe lugar para la pereza, por ejemplo; para la pereza, para la ambición, para la envidia, para los celos pastorales contra otro, para preferir un sistema a otro simplemente porque me guste más... Ya no cabe dejar de colaborar con el Obispo, respetarle y quererle. Ya no cabe hacer una separación caprichosa entre las ovejas del rebaño. Amaré a todos: ricos, pobres... Porque es que cualquier cosa de estas que falle, ya no estoy haciendo todo el bien que puedo. Y, claro, como el problema está en esto -santidad sacerdotal: hacer todo lo que puedas-, en cuanto dejes de hacer el bien que puedes, ya está fallando la santidad. Entonces, déjate guiar. Si te humillan, acepta la humildad. Si te piden consejo, dale como si estuvieras delante de Dios. Si un día no has hecho oración, hazla por la noche; que no quede ningún día sin hacerla. En cuanto a las normas litúrgicas, que no las cambies tú a tu capricho. ¿Quién eres tú para cambiarlas? ¿Quién eres tú? Obsérvalas. Cumple bien con ellas. Con la gente oirás tantas tonterías, verás tantos egoísmos, te parecerá todo el esfuerzo tan inútil, pensarás que no sirve de nada... Y, sin embargo, tienes que quererles, tienes que trabajar con ellos como son, tal como son.
Y hacer así todos los días todo: los actos litúrgicos, con esmero; el trato social, con delicadeza; el trabajo humano, con respeto; la atención al enfermo, con suma caridad; la atención a los niños, como si fueran tus hijos; a los ancianos, buscándoles expresamente para poder hablar con ellos un poco y romper su soledad. Según vas de un sitio a otro, recordando a Jesucristo y a la Virgen María; pues ofreciendo cosas durante el día. Mortificando tu apetito, comiendo lo necesario para sustentarte, nada más. Procurando siempre estar contento y alegre. Y si te viene la tristeza, espantarla. Y no dar un paso sin haberla espantado ya. Hay medios para eso y hay que buscarlos. Nada de tristezas.
A todo esto nos lleva esa frase: PROCURA HACER DURANTE EL DÍA, TODOS LOS DÍAS, TODO EL BIEN QUE PUEDAS. Porque se puede mucho. Se puede hacer mucho. Es para asustarse cuando uno se pone a pensar lo mucho bueno que puede hacer durante el día, si es bueno; si lo tiene como norma de atención. Un sacerdote que obra así no se aburre, no se cansa, da gracias a Dios. Y esté en una parroquia grande o pequeña, con este estilo o con el otro, ese sacerdote es feliz.
Segundo. Un Amigo se necesita también. ¿Y quién es el Amigo? Jesucristo. Así como suena: Jesucristo. Como Amigo. Ya sé que es mucho más. Es Hijo de Dios, es Redentor, es Salvador de la humanidad, es Pontífice Supremo por todos los hombres, por toda la humanidad, abriendo a todos las puertas de la salvación. Infinitamente sabio, entregado al sacrificio que es la predicación del Evangelio, la vida con sus apóstoles, el abandono del hogar, el camino que tuvo que recorrer constantemente de un sitio a otro, la predicación mansa y humilde con los humildes, fuerte y exigente con los fariseos, porque había que desmontar la prevalencia de que querían servirse en relación con el pobre pueblo, y les habló con claridad.
Jesucristo Amigo. ¿Pero es que hay cosa más bonita que poder llamarle Amigo? Porque Redentor e Hijo de Dios, ya lo sabemos. Y todo eso lo confesamos. Es dogmático. Es el dogma de fe en Jesucristo, pero cuando yo digo Amigo, busco otra cosa. No estorba ser todo lo demás que es para que además sea conmigo un Amigo. ¿Por qué no cultivamos esto los sacerdotes y obispos? Y todos los días le ofrecemos las cosas como obsequios, tratamos con Él en conversación, en ratos de oración; conversaciones sencillas que tratan con Él, le exponen las cosas: me ocurre esto, me han dicho esto, necesito esto, ayúdame en esto, en lo otro; si no me ayudas, dame fe para entender que es que no tenías que ayudarme tal como yo lo quería, que me ayudas de otra manera, yo no puedo dudar de Ti.
¿Y qué dijiste, qué dijiste a tus apóstoles cuando estabas con ellos solo? ¿Qué dijiste sobre lo que tenían que hacer? “Bautizad a todos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. ¿Qué dijiste a Pedro? “Sobre esta roca...” ¿Por qué le cambiaste el nombre? “Cefas, que significa piedra”. ¿Qué buscabas? “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. ¿Cómo fueron tus últimos días? Yo no estuve allí ¿Qué hubiera hecho si hubiera estado en el Huerto de los Olivos o durante la noche mientras estabas con el Sumo Sacerdote y luego a la mañana, con Pilatos, hasta que sales camino del Calvario?
Es esta la Iglesia. Luego en la Iglesia hay un Crucificado. Es esencial que esté el Crucificado; claro que lo es. Pero también es esencial que esté un Resucitado. Y Tú eres mi Amigo. “Ya no os llamo siervos, sino amigos”. ¿Quién mejor Amigo? ¿Por qué no cultivamos un trato de amigo, con confianza plena? Que Él lo admite. Que ya sabemos que es el Hijo de Dios, pero no se le falta al respeto. Ha querido Él. Fue una monada de criatura, un niño pequeñín en manos de la Virgen. Si le hubiéramos visto entonces, le habríamos hecho una caricia; como el padre acaricia al hijo. Y, ya mayor, estuvo trabajando en su casa pobre, contribuyendo con el trabajo de sus manos al sostenimiento de la familia. Pero Amigo. Si yo hubiera estado con Él en ese momento, ayudándole, me lo habría agradecido. Y estaría deseando que volviera al día siguiente, como cuando deseamos que vuelva el amigo. Un Amigo que me llena de gozo con su sabiduría y su atención. Él es el que dijo: “Mi yugo es suave y mi carga ligera... Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré”. Pues si lo ha dicho, ¿por qué no puedo creerlo de verdad? Y decir: ¿quién es tu amigo? Pues Jesucristo, nada más. Todo lo demás no lo rechazo, no ; pero en tanto en cuanto tiene relación con Él. Que no le estorben a Él, que no le eclipsen a Él, que le respeten a Él, para que Él ocupe el primer lugar en mi amistad y en mi corazón.
Y tercero. Un modelo: el Papa Juan Pablo II. El Papa es alguien que se me ofrece para poder imitarle como un modelo en el cual tengo puestos los ojos. Cristo no es modelo propiamente. Cristo más que modelo es Dios omnipotente, Redentor mío, que me cura con su gracia y me regala deliciosamente con lo que quiere darme a través de los sacramentos y, sobre todo, de la Eucaristía. Yo no puedo hacer lo que Él. Yo soy un hombre, ordenado; como Juan Pablo II era un hombre que se hizo sacerdote en Polonia, y fue obispo y un día fue elegido Papa. ¡Pero que ha hecho lo que hace un hombre! ¡No lo que hace Cristo! Juan Pablo II no puede multiplicar los panes, Juan Pablo II no puede reunir a una muchedumbre y ponerse a predicar las Bienaventuranzas; si lo hace es repitiendo lo que dijo Cristo.
El modelo de paciencia, de amor, de amistad cariñosa, de sufrimiento paciente... El modelo de todo eso es Cristo, dijo Juan Pablo II. Es un modelo. Un hombre que lleva varios atentados, con el cuerpo medio deshecho, que le insisten -esto es histórico- un día para evitar el viaje que iba a hacer a un país africano y le dicen médicos, curiales, su secretario, todos... le insisten que no vaya, que no: que no puede, que no vaya. Y él se calla. Y ya un día después de la cuarta o quinta intervención de unos y otros -“que no vaya”- contesta: “-Iré, aunque al bajar del avión caiga muerto. No se hable más”. E hizo el viaje y volvió sano y salvo. Está enfermo muchos días, se le nota.
Yo he concelebrado varias veces la Misa así, a su lado. Y he visto cómo le tiemblan las manos, cómo tiene el rostro enrojecido. Ahora, últimamente, en las beatificaciones últimas, cuando entramos los concelebrantes a la Basílica la norma es, según entramos, los que van primero: los más jóvenes o los que no sean cardenales, pues se quedan un poco más alejados y luego van poniéndose, en semicírculo, junto a una puertecita que hay en la entrada, a la capilla de la Pietá. Y por allí se sube en ascensor a las habitaciones privadas... Pues allí nos ponemos los que estamos más cerca de él. Por antigüedad y todo eso, pues a mí me ha tocado varias veces estar allí. Y esta vez, el maronita que estaba, que lo veríais por la tele, pues fue -como norma también- cuando ya el Papa llegó y se volvió... La norma era que todos le saludáramos. Le besábamos el anillo... Y éste, el maronita, pues lo hizo el primero de todos. Y el Papa... el Papa dejó caer la mano. Se reclinó un poco sobre la verja de entrada a la capilla y dijo mirando a todos: “-Mañana, mañana”. ¡Y es que no podía más! Y dejamos de besarle la mano, para no entretenerle más. Nos bendecía a un lado y a otro, mirando. Y lo que quería decir era: “Ya veis, ya veis cómo estoy. No puedo más...”. Ese es el modelo.
En 1994, en la creación de nuevos cardenales, al fondo el Cardenal González Martín felicita al nuevo cardenal albanés Miquel Koliqui
Ningún Papa ha hecho tantas visitas como él. Ningún Papa ha recibido tantas visitas como él. Ningún Papa ha hecho tantos escritos como él: encíclicas, exhortaciones apostólicas y discursos. Ningún Papa ha reunido tantas muchedumbres como él. Ningún Papa se ha puesto en contacto con tantas culturas como él. Ningún Papa ha dado pasos tan eficaces, tendentes a la búsqueda de la unidad -posible- con judíos, con musulmanes, como él. Ningún Papa ha tratado asuntos tan diversos como él, de índole general, de Catecismo de la Iglesia, de Código de Derecho Canónico... Está todo, todo, todo lo que busquéis.
¿Cómo es posible esto? ¿Amor a la Virgen? Insuperable. ¿Amor a la Eucaristía? ¡Padre Santo! En la Misa -esas Misas que os digo que yo he estado a su lado- le siento cuando se arrodilla el golpe que pega con la rodilla en el suelo. Y estar allí un poco arrodillado, con sus dos ojos cerrados. ¡Es un santo!
Todas las fiestas de la Iglesia las celebra con veneración. Si se le habla de los Santos Ángeles -una materia de la que no solemos hablar nunca- él habla de los ángeles y hace un discurso precioso.
¿Beatificaciones? Más de mil van ya. Ningún Papa en la historia ha hecho esto. Y un día que dijeron -un cardenal parece que dijo que eran muchos- que no tantas, que no tantas..., el Papa contestó: “¿Y cuál es el fin de la Iglesia sino promover la santidad? Luego si se promueve y se comprueba que existe, hay que celebrarla, reconocerla. Estamos para promover la santidad”.
Yo quiero un Papa así, un sacerdote así, un obispo así. En grados más pequeños, claro, porque él es un gigante, pero modelo.
No perder el tiempo en tonterías. Más unión de los sacerdotes, la “communio presbyteralis”, esto que habéis hecho: celebrad el aniversario de la ordenación y reuníos. Pues hay que hacerlo, por ejemplo, cada dos meses; y un rato de espiritualidad y otro rato de coloquio sobre algún tema, y charla amistosa... y hasta otro día. Sin ningún reparo, ninguna molestia de unos con otros, llenos de cariño y de atención para poder seguir haciendo una labor y rectificándonos también: “Pues mira, yo creo que es mejor esto o lo otro...”. Y cuando no hay por qué rectificar, alabar: “Hombre, qué bien eso que dices, es estupendo”. Y ese detalle por demostrar un interés... Los sacerdotes somos muy mezquinos muchas veces. No nos alabamos nada por hechos que muchas veces merecen aplauso y alabanza. Por nada. No lo damos importancia, no. ¡Bah! Lo que hago yo sí que la tiene. No, no, no. Hay que hablarse. Hay que trazar muchos lazos de unión, y de alabanza, y de cariño, y de reconocimiento de unos a otros. Ser hombres delicados, limpios de corazón. Y limpios de corazón no es solo en la castidad. En todo. Limpios de corazón es no tener envidias, no tener reparos unos con otros; ayudarnos nada más y en paz.
Nada más, hijos. A lo mejor me he excedido mucho, más que aquel día de las Órdenes. Pero hoy no están aquí vuestros padres y amigos, como estaban aquel día. Y no se podía entonces hablar tanto tiempo. Hoy me he dejado llevar un poco de lo que yo había pensado deciros y lo he ampliado un poco según hablo. Ya veo que ha pasado el tiempo.
Enhorabuena por vuestra Ordenación recordada y por vuestro amor a Cristo renovado. Tened un lema que os guíe, buscad el Amigo bueno -Cristo- y tened también de la mano al modelo, el Papa, que está haciendo una labor tan maravillosa.
El mundo está hoy muy mal, pero la Iglesia dentro de unos años va a florecer, va a florecer. Tiene que dar fruto esta acción del Papa, y de muchos santos que hay ocultos.
Ya veis. Ahora ha estado en Austria. En Austria ha habido grupos hostiles. Le han querido rechazar. Han lanzado globos negros para demostrar la repulsa. Él ha ido porque Austria es un país católico que no debe perderse. Y porque hay problemas entre los obispos, y sobre todo por el problema de ese cardenal del que se ha dicho las faltas que cometió. Él se ha retirado, vive en un monasterio benedictino. Y el Papa ha ido a decir: “Pero la Iglesia no la dejéis. ¿Qué tiene que ver las faltas de uno o de diez o de veinte? La Iglesia es otra cosa. No la dejéis”. No la dejéis, les ha dicho. No dejéis la Iglesia.
Y ya veis: como quien no hace nada, un día ha tenido el encuentro con gentes incluso que le rechazaban. Al día siguiente -esta Iglesia- ha beatificado a tres austríacos, entre ellos a una religiosa que Hitler, con el dominio nazi, cuando Austria fue dominada por Alemania, ésta fue una monja mártir, decapitada. De manera que frente a las faltas de uno -sea seglar o sea cardenal o sea quien sea- la Iglesia dice: “¿Por qué os vais? Aquí tenéis a esta otra, que dio su vida, tan santa como era, por amor a la Iglesia ¡Bien merece la pena seguir dentro de ella!, cuando en ella se dan plantas tan bonitas como esta mujer decapitada por haber defendido la fe frente a la tiranía nazi de la época hitleriana”. La Iglesia siempre es hermosa.
Con un grupo de seminaristas menores, en 1987
Me alegro mucho de que hayáis tenido esta idea feliz, la de pedirme que pudiéramos concelebrar juntos esta Misa, después de aquella otra que fue la primera, la de la Ordenación, hace tres años ya ¿no? ¡Tres años! ¡Cómo pasa el tiempo enseguida! Pues me alegro mucho, repito, porque renueva dentro de mí actitudes espirituales y pastorales muy limpias. Un día en que el obispo ordena a un grupo de sacerdotes, y no pequeño -el grupo no era pequeño-, es un día siempre de gloria para la Iglesia, para Dios Nuestro Señor, para Jesucristo Redentor. Y todo esto el obispo lo medita y lo piensa; y lo habla. Yo no me acuerdo de qué hablé aquel día, ni tengo por qué acordarme. Haría un guión, como es mi norma, y en mis carpetas encontraría algo. Pero estoy seguro de que yo sentía por dentro, como siempre que he ordenado sacerdotes, una alegría muy viva, que se renueva hoy por vuestra ocurrencia de invitarme a celebrar lo que estamos celebrando. Demos, pues, gracias a Dios. Y que las palabras que voy a pronunciar produzcan un efecto saludable en nuestras almas; en la mía y en la vuestra, puesto que yo me las aplico a mí mismo.
Tres puntos: Un lema que guíe nuestra vida, un Amigo, un modelo.
Lo primero de todo, un lema que guíe nuestra vida y nos invite a caminar con arreglo a un principio normativo que nos guíe. Y esto me lo ha sugerido una carta que he recibido hace cosa de un mes de un sacerdote de algunos cursos por encima del vuestro. Y me dice resumidamente lo siguiente: “Sé que ha celebrado usted las Bodas de Plata de Cardenal, 25 años de Cardenal, y que está ya jubilado. Y no le he escrito y he cometido una falta. Ahora le escribo para felicitarle. Y quiero decirle que le estoy muy agradecido a usted y al Seminario. La parroquia en que estoy es muy populosa. Y estoy solo. Pero me defiendo. (Estoy seguro de que se defiende...). Y yo me acuerdo mucho de una frase que usted me dijo y que me repitió. La tengo... -dibujaba muy bien este muchacho, si os acordáis-, la tengo escrita y dibujada en un cuadro en mi despacho rectoral. Y, de cuando en cuando, miro. También una fotografía de usted. Y para mí todo eso tiene un recuerdo muy grande, porque la frase es nada menos que esta: CADA DÍA PROPÓNTE HACER TODO EL BIEN QUE PUEDAS. Yo no me acuerdo que le dijera eso. Él sí se acordó y la apuntó. Proponte hacer todo el bien que puedas, con todos. Viene siendo mi guía práctica en mi actuación sacerdotal. Y estoy muy contento de tenerlo como norma de conducta”.
Claro. Se pone uno a pensar un poco en lo que encierra esa frase y naturalmente es para estar contento, si se empeña en cumplir bien lo que la frase pide: “Procura cada día hacer todo el bien que puedas”. ¡Amigo...! No cabe lugar para la pereza, por ejemplo; para la pereza, para la ambición, para la envidia, para los celos pastorales contra otro, para preferir un sistema a otro simplemente porque me guste más... Ya no cabe dejar de colaborar con el Obispo, respetarle y quererle. Ya no cabe hacer una separación caprichosa entre las ovejas del rebaño. Amaré a todos: ricos, pobres... Porque es que cualquier cosa de estas que falle, ya no estoy haciendo todo el bien que puedo. Y, claro, como el problema está en esto -santidad sacerdotal: hacer todo lo que puedas-, en cuanto dejes de hacer el bien que puedes, ya está fallando la santidad. Entonces, déjate guiar. Si te humillan, acepta la humildad. Si te piden consejo, dale como si estuvieras delante de Dios. Si un día no has hecho oración, hazla por la noche; que no quede ningún día sin hacerla. En cuanto a las normas litúrgicas, que no las cambies tú a tu capricho. ¿Quién eres tú para cambiarlas? ¿Quién eres tú? Obsérvalas. Cumple bien con ellas. Con la gente oirás tantas tonterías, verás tantos egoísmos, te parecerá todo el esfuerzo tan inútil, pensarás que no sirve de nada... Y, sin embargo, tienes que quererles, tienes que trabajar con ellos como son, tal como son.
Y hacer así todos los días todo: los actos litúrgicos, con esmero; el trato social, con delicadeza; el trabajo humano, con respeto; la atención al enfermo, con suma caridad; la atención a los niños, como si fueran tus hijos; a los ancianos, buscándoles expresamente para poder hablar con ellos un poco y romper su soledad. Según vas de un sitio a otro, recordando a Jesucristo y a la Virgen María; pues ofreciendo cosas durante el día. Mortificando tu apetito, comiendo lo necesario para sustentarte, nada más. Procurando siempre estar contento y alegre. Y si te viene la tristeza, espantarla. Y no dar un paso sin haberla espantado ya. Hay medios para eso y hay que buscarlos. Nada de tristezas.
A todo esto nos lleva esa frase: PROCURA HACER DURANTE EL DÍA, TODOS LOS DÍAS, TODO EL BIEN QUE PUEDAS. Porque se puede mucho. Se puede hacer mucho. Es para asustarse cuando uno se pone a pensar lo mucho bueno que puede hacer durante el día, si es bueno; si lo tiene como norma de atención. Un sacerdote que obra así no se aburre, no se cansa, da gracias a Dios. Y esté en una parroquia grande o pequeña, con este estilo o con el otro, ese sacerdote es feliz.
Segundo. Un Amigo se necesita también. ¿Y quién es el Amigo? Jesucristo. Así como suena: Jesucristo. Como Amigo. Ya sé que es mucho más. Es Hijo de Dios, es Redentor, es Salvador de la humanidad, es Pontífice Supremo por todos los hombres, por toda la humanidad, abriendo a todos las puertas de la salvación. Infinitamente sabio, entregado al sacrificio que es la predicación del Evangelio, la vida con sus apóstoles, el abandono del hogar, el camino que tuvo que recorrer constantemente de un sitio a otro, la predicación mansa y humilde con los humildes, fuerte y exigente con los fariseos, porque había que desmontar la prevalencia de que querían servirse en relación con el pobre pueblo, y les habló con claridad.
Jesucristo Amigo. ¿Pero es que hay cosa más bonita que poder llamarle Amigo? Porque Redentor e Hijo de Dios, ya lo sabemos. Y todo eso lo confesamos. Es dogmático. Es el dogma de fe en Jesucristo, pero cuando yo digo Amigo, busco otra cosa. No estorba ser todo lo demás que es para que además sea conmigo un Amigo. ¿Por qué no cultivamos esto los sacerdotes y obispos? Y todos los días le ofrecemos las cosas como obsequios, tratamos con Él en conversación, en ratos de oración; conversaciones sencillas que tratan con Él, le exponen las cosas: me ocurre esto, me han dicho esto, necesito esto, ayúdame en esto, en lo otro; si no me ayudas, dame fe para entender que es que no tenías que ayudarme tal como yo lo quería, que me ayudas de otra manera, yo no puedo dudar de Ti.
¿Y qué dijiste, qué dijiste a tus apóstoles cuando estabas con ellos solo? ¿Qué dijiste sobre lo que tenían que hacer? “Bautizad a todos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. ¿Qué dijiste a Pedro? “Sobre esta roca...” ¿Por qué le cambiaste el nombre? “Cefas, que significa piedra”. ¿Qué buscabas? “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. ¿Cómo fueron tus últimos días? Yo no estuve allí ¿Qué hubiera hecho si hubiera estado en el Huerto de los Olivos o durante la noche mientras estabas con el Sumo Sacerdote y luego a la mañana, con Pilatos, hasta que sales camino del Calvario?
Es esta la Iglesia. Luego en la Iglesia hay un Crucificado. Es esencial que esté el Crucificado; claro que lo es. Pero también es esencial que esté un Resucitado. Y Tú eres mi Amigo. “Ya no os llamo siervos, sino amigos”. ¿Quién mejor Amigo? ¿Por qué no cultivamos un trato de amigo, con confianza plena? Que Él lo admite. Que ya sabemos que es el Hijo de Dios, pero no se le falta al respeto. Ha querido Él. Fue una monada de criatura, un niño pequeñín en manos de la Virgen. Si le hubiéramos visto entonces, le habríamos hecho una caricia; como el padre acaricia al hijo. Y, ya mayor, estuvo trabajando en su casa pobre, contribuyendo con el trabajo de sus manos al sostenimiento de la familia. Pero Amigo. Si yo hubiera estado con Él en ese momento, ayudándole, me lo habría agradecido. Y estaría deseando que volviera al día siguiente, como cuando deseamos que vuelva el amigo. Un Amigo que me llena de gozo con su sabiduría y su atención. Él es el que dijo: “Mi yugo es suave y mi carga ligera... Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré”. Pues si lo ha dicho, ¿por qué no puedo creerlo de verdad? Y decir: ¿quién es tu amigo? Pues Jesucristo, nada más. Todo lo demás no lo rechazo, no ; pero en tanto en cuanto tiene relación con Él. Que no le estorben a Él, que no le eclipsen a Él, que le respeten a Él, para que Él ocupe el primer lugar en mi amistad y en mi corazón.
Y tercero. Un modelo: el Papa Juan Pablo II. El Papa es alguien que se me ofrece para poder imitarle como un modelo en el cual tengo puestos los ojos. Cristo no es modelo propiamente. Cristo más que modelo es Dios omnipotente, Redentor mío, que me cura con su gracia y me regala deliciosamente con lo que quiere darme a través de los sacramentos y, sobre todo, de la Eucaristía. Yo no puedo hacer lo que Él. Yo soy un hombre, ordenado; como Juan Pablo II era un hombre que se hizo sacerdote en Polonia, y fue obispo y un día fue elegido Papa. ¡Pero que ha hecho lo que hace un hombre! ¡No lo que hace Cristo! Juan Pablo II no puede multiplicar los panes, Juan Pablo II no puede reunir a una muchedumbre y ponerse a predicar las Bienaventuranzas; si lo hace es repitiendo lo que dijo Cristo.
El modelo de paciencia, de amor, de amistad cariñosa, de sufrimiento paciente... El modelo de todo eso es Cristo, dijo Juan Pablo II. Es un modelo. Un hombre que lleva varios atentados, con el cuerpo medio deshecho, que le insisten -esto es histórico- un día para evitar el viaje que iba a hacer a un país africano y le dicen médicos, curiales, su secretario, todos... le insisten que no vaya, que no: que no puede, que no vaya. Y él se calla. Y ya un día después de la cuarta o quinta intervención de unos y otros -“que no vaya”- contesta: “-Iré, aunque al bajar del avión caiga muerto. No se hable más”. E hizo el viaje y volvió sano y salvo. Está enfermo muchos días, se le nota.
Yo he concelebrado varias veces la Misa así, a su lado. Y he visto cómo le tiemblan las manos, cómo tiene el rostro enrojecido. Ahora, últimamente, en las beatificaciones últimas, cuando entramos los concelebrantes a la Basílica la norma es, según entramos, los que van primero: los más jóvenes o los que no sean cardenales, pues se quedan un poco más alejados y luego van poniéndose, en semicírculo, junto a una puertecita que hay en la entrada, a la capilla de la Pietá. Y por allí se sube en ascensor a las habitaciones privadas... Pues allí nos ponemos los que estamos más cerca de él. Por antigüedad y todo eso, pues a mí me ha tocado varias veces estar allí. Y esta vez, el maronita que estaba, que lo veríais por la tele, pues fue -como norma también- cuando ya el Papa llegó y se volvió... La norma era que todos le saludáramos. Le besábamos el anillo... Y éste, el maronita, pues lo hizo el primero de todos. Y el Papa... el Papa dejó caer la mano. Se reclinó un poco sobre la verja de entrada a la capilla y dijo mirando a todos: “-Mañana, mañana”. ¡Y es que no podía más! Y dejamos de besarle la mano, para no entretenerle más. Nos bendecía a un lado y a otro, mirando. Y lo que quería decir era: “Ya veis, ya veis cómo estoy. No puedo más...”. Ese es el modelo.
En 1994, en la creación de nuevos cardenales, al fondo el Cardenal González Martín felicita al nuevo cardenal albanés Miquel Koliqui
Ningún Papa ha hecho tantas visitas como él. Ningún Papa ha recibido tantas visitas como él. Ningún Papa ha hecho tantos escritos como él: encíclicas, exhortaciones apostólicas y discursos. Ningún Papa ha reunido tantas muchedumbres como él. Ningún Papa se ha puesto en contacto con tantas culturas como él. Ningún Papa ha dado pasos tan eficaces, tendentes a la búsqueda de la unidad -posible- con judíos, con musulmanes, como él. Ningún Papa ha tratado asuntos tan diversos como él, de índole general, de Catecismo de la Iglesia, de Código de Derecho Canónico... Está todo, todo, todo lo que busquéis.
¿Cómo es posible esto? ¿Amor a la Virgen? Insuperable. ¿Amor a la Eucaristía? ¡Padre Santo! En la Misa -esas Misas que os digo que yo he estado a su lado- le siento cuando se arrodilla el golpe que pega con la rodilla en el suelo. Y estar allí un poco arrodillado, con sus dos ojos cerrados. ¡Es un santo!
Todas las fiestas de la Iglesia las celebra con veneración. Si se le habla de los Santos Ángeles -una materia de la que no solemos hablar nunca- él habla de los ángeles y hace un discurso precioso.
¿Beatificaciones? Más de mil van ya. Ningún Papa en la historia ha hecho esto. Y un día que dijeron -un cardenal parece que dijo que eran muchos- que no tantas, que no tantas..., el Papa contestó: “¿Y cuál es el fin de la Iglesia sino promover la santidad? Luego si se promueve y se comprueba que existe, hay que celebrarla, reconocerla. Estamos para promover la santidad”.
Yo quiero un Papa así, un sacerdote así, un obispo así. En grados más pequeños, claro, porque él es un gigante, pero modelo.
No perder el tiempo en tonterías. Más unión de los sacerdotes, la “communio presbyteralis”, esto que habéis hecho: celebrad el aniversario de la ordenación y reuníos. Pues hay que hacerlo, por ejemplo, cada dos meses; y un rato de espiritualidad y otro rato de coloquio sobre algún tema, y charla amistosa... y hasta otro día. Sin ningún reparo, ninguna molestia de unos con otros, llenos de cariño y de atención para poder seguir haciendo una labor y rectificándonos también: “Pues mira, yo creo que es mejor esto o lo otro...”. Y cuando no hay por qué rectificar, alabar: “Hombre, qué bien eso que dices, es estupendo”. Y ese detalle por demostrar un interés... Los sacerdotes somos muy mezquinos muchas veces. No nos alabamos nada por hechos que muchas veces merecen aplauso y alabanza. Por nada. No lo damos importancia, no. ¡Bah! Lo que hago yo sí que la tiene. No, no, no. Hay que hablarse. Hay que trazar muchos lazos de unión, y de alabanza, y de cariño, y de reconocimiento de unos a otros. Ser hombres delicados, limpios de corazón. Y limpios de corazón no es solo en la castidad. En todo. Limpios de corazón es no tener envidias, no tener reparos unos con otros; ayudarnos nada más y en paz.
Nada más, hijos. A lo mejor me he excedido mucho, más que aquel día de las Órdenes. Pero hoy no están aquí vuestros padres y amigos, como estaban aquel día. Y no se podía entonces hablar tanto tiempo. Hoy me he dejado llevar un poco de lo que yo había pensado deciros y lo he ampliado un poco según hablo. Ya veo que ha pasado el tiempo.
Enhorabuena por vuestra Ordenación recordada y por vuestro amor a Cristo renovado. Tened un lema que os guíe, buscad el Amigo bueno -Cristo- y tened también de la mano al modelo, el Papa, que está haciendo una labor tan maravillosa.
El mundo está hoy muy mal, pero la Iglesia dentro de unos años va a florecer, va a florecer. Tiene que dar fruto esta acción del Papa, y de muchos santos que hay ocultos.
Ya veis. Ahora ha estado en Austria. En Austria ha habido grupos hostiles. Le han querido rechazar. Han lanzado globos negros para demostrar la repulsa. Él ha ido porque Austria es un país católico que no debe perderse. Y porque hay problemas entre los obispos, y sobre todo por el problema de ese cardenal del que se ha dicho las faltas que cometió. Él se ha retirado, vive en un monasterio benedictino. Y el Papa ha ido a decir: “Pero la Iglesia no la dejéis. ¿Qué tiene que ver las faltas de uno o de diez o de veinte? La Iglesia es otra cosa. No la dejéis”. No la dejéis, les ha dicho. No dejéis la Iglesia.
Y ya veis: como quien no hace nada, un día ha tenido el encuentro con gentes incluso que le rechazaban. Al día siguiente -esta Iglesia- ha beatificado a tres austríacos, entre ellos a una religiosa que Hitler, con el dominio nazi, cuando Austria fue dominada por Alemania, ésta fue una monja mártir, decapitada. De manera que frente a las faltas de uno -sea seglar o sea cardenal o sea quien sea- la Iglesia dice: “¿Por qué os vais? Aquí tenéis a esta otra, que dio su vida, tan santa como era, por amor a la Iglesia ¡Bien merece la pena seguir dentro de ella!, cuando en ella se dan plantas tan bonitas como esta mujer decapitada por haber defendido la fe frente a la tiranía nazi de la época hitleriana”. La Iglesia siempre es hermosa.
Comentarios