Lunes, 23 de diciembre de 2024

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La belleza de la Misa por Don Marcelo

por Victor in vínculis

El cardenal Marcelo González Martín había presentado su renuncia al Papa como arzobispo de Toledo y primado de España, el 16 de enero de 1993, al cumplir 75 años. El 23 de junio de 1995, dos años más tarde, el Papa San Juan Pablo II admitió su renuncia al ejercicio activo del ministerio episcopal, y el 24 de septiembre del mismo año pasó a la situación de arzobispo emérito de la archidiócesis de Toledo.
 
La promoción que comenzó en el Seminario Conciliar de San Ildefonso de Toledo en 1989-90 finalizó los estudios eclesiásticos en junio de 1995. Fue Don Marcelo quien, el 25 de junio de 1995, ordenó a esa última hornada de sacerdotes, que completarían el número de 414 sacerdotes ordenados por él durante su pontificado en Toledo.
 
Todos los años que pudieron se reunían cada 25 de junio para conmemorar su aniversario y pasar junto el día con don Marcelo. Ahora que nos disponemos a celebrar el centenario de su nacimiento (1918-2018) recogeremos durante este mes algunos escritos inéditos o poco conocidos.
 
El primero es la homilía que dirigió a esos sacerdotes, en 2002, cuando cumplían su séptimo aniversario. El Sr. Cardenal, a pesar de su edad, seguía lleno de proyectos y de escritos que pudieran sembrar el bien.
 
Gracias sean dadas a Dios Omnipotente por tanto bien recibido de manos de Don Marcelo, al que recordaremos siempre.

 

LA BELLEZA DE LA MISA Y EL HUMANISMO CRISTIANO
 
Estoy muy contento de veros. Mientras os mantengáis así, puedo decir que por donde vais despertaréis anhelos de belleza espiritual. Seguid así, seguid así. Yo no había pensado en que íbamos a celebrar esta Misa de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Y aunque lo hubiera sabido, habría tomado la determinación de hacer reflexión sobre otras lecturas. Porque quería comunicaros una cosa; quería que después me dijerais vuestro parecer sobre una cosa. Estoy pensando en escribir un pequeño libro, para el que ya tengo el título; cosa rara, porque normalmente suele suceder lo contrario: se piensan las ideas, etc, y al final viene el título. Aquí es al revés. Yo pienso en algo que sea respondiendo a este título: La belleza de la Misa y el humanismo cristiano.  Voy a ver si puedo hacerlo, porque da mucho de sí. La belleza de la Misa y el humanismo cristiano.  Belleza de la Misa quiere decir que esa representación que hacemos sobre un altar todos los días es algo muy hermoso. Pero se nos van los días y los años sin haber meditado suficientemente en este aspecto, lo hermoso que es, la belleza que hay. Belleza espiritual, claro; pero belleza humana, lo cual quiere decir que toca las fibras del corazón del hombre. En la Misa hay un conjunto de valores que hacen que se presente y se viva lo que se llama el humanismo cristiano. El humanismo es un sistema semifilosófico, social. Es un sistema en el cual el hombre se encuentra a sí mismo. Y no rehuye, no se harta, no le molesta. Al contrario: cuando el hombre tropieza con un sistema de valores, de pensamientos, de atractivos...  que hacen relación a él mismo y tocan su corazón, su pensamiento, le agradan, le fortalecen, le dan gusto. Todo eso es humano; el hombre que en una acción determinada encuentra valores de este tipo podemos decir que está tocando lo más bonito que puede encontrar él en la relación de sí mismo con el mundo. Y eso es el humanismo. Vamos a ver si con el tiempo -si Dios me lo da- puedo escribirlo como fruto de estas reflexiones que hago aquí hoy por primera vez y que seguiré haciendo, incluso preguntándoos a vosotros. Vayamos por partes. Algún día habrá posibilidad de verlo en conjunto. Ahora, más bien parcialmente.
 
La Misa. ¿Por qué empiezo diciendo: Belleza de la Misa... y humanismo cristiano? La Misa tiene una belleza espiritual que construye y eleva; eleva mucho. El humanismo es una atención al hombre. Pero es el humanismo cristiano del que yo quiero hablar. En él no hay egoísmo. Cuando no es cristiano, es egoísmo a la fuerza. El humanismo no cristiano es feo, es egoísta, recoge todo lo que puede para su propio bien. Nosotros en la Misa, fijaos: en el acto penitencial primero -que no es la Misa, es un acto penitencial- ya empezamos por decir: Señor, no podemos celebrar dignamente estos sagrados misterios. Es como una cortesía inicial para entrar en esa cámara donde nos vamos a ver reunidos, cantando, meditando, etc. Dignamente. La palabra dignamente es un adverbio que exige mucho; mucho. Lo que pasa es que tenemos que extraerle nosotros todo lo que encierra. Y mirándonos a nosotros mismos, ¿pues qué encierra? Inmediatamente viene en el acto penitencial la confesión del pecado. Y parece como que no es nada esto. Pues esa confesión de los pecados -que no se especifican, porque no es confesión sacramental- es sencillamente una manifestación proclamada de que uno es pecador. Esto es muy hermoso. Uno es pecador. Tenemos muchas faltas, muchas manchas. ¿Cuánto tiempo hace que nos hemos ordenado? ¿Cómo han sido nuestras Misas tras las Órdenes? Ni lo sabemos ya. Pero lo recitamos. Y proclamamos dignamente que es como una confesión humilde en que nos colocamos ante Dios con mucha valentía; porque nos la da la Misa. No con temor, sino con humildad, porque hemos sido tantas veces tan pobres espiritualmente...

En esa proclamación que hacemos de nuestras faltas, tras haber dicho esa primera frase de que queremos actuar dignamente, no nos detenemos, aunque hablemos de nuestros pecados; no nos detenemos, porque hace tiempo que Cristo los ha retirado. Lo que vamos a hacer es el Sacrificio de Cristo. Y ese Sacrificio está repitiéndose constantemente en el mundo entero. Y por eso Dios no destruye el mundo, no le destruye. No se le ocurre a Dios: vamos a hacer que desaparezca este mundo creado. No. Está lleno de pecados, pero hemos pedido perdón y Dios nos lo ha perdonado. Y va caminando con nosotros ahora, en la forma en que la Misa se desarrolla.

¿Pues cómo se desarrolla? ¿Qué pasa ahí para que tenga este valor y sea tan hermoso? Y viene el Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison. Padre, Hijo, Espíritu Santo. Ten piedad, ten piedad, ten piedad. Y confiamos plenamente en esa piedad que tiene con nosotros Dios. ¡Qué hermoso estar seguros de que Dios tiene piedad de nosotros y que nos puede liberar de lo que quede de esos pecados que hemos confesado algún día! Nos libera de todos. Y esto todos los días, todos los días. Porque se nos recomienda que celebremos la Misa todos los días. De manera que aunque luego tengamos durante el día muchas distracciones, trabajos muy diversos, conversaciones, etc... desde el principio estamos seguros de que podemos decir: Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison.  Ya asoma la Trinidad, ya va apareciendo algo que es tan grandioso. Aparecerá a lo largo de la Misa más veces. Se presentará ante nosotros con su grandeza infinita: trinidad en la unidad. No nos asustemos, no tengamos preocupación ninguna.

Enseguida vamos a pronunciar y proclamar una glorificación. Esto que acabamos de hacer -Kyrie eleison, Christe eleison, etc.- ahora lo vamos a hacer mucho más explícitamente en el Gloria. Dios es Uno y Trino. En este himno del Gloria se glorifica particularmente al Hijo, porque estamos en la Misa, que es un sacrificio del Hijo. Ya glorificamos a Dios Padre también. Vamos recitándolo con palabras que parecen una repetición innecesaria, y, sin embargo, no es así. Fijaos bien: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra -ya está la tierra apareciendo- paz a los hombres que ama el Señor.  Humanismo; empieza a aparecer algo humano. Por tu inmensa gloria -y ahora todo seguido-  te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias.  ¿A quién? Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso, Señor Hijo único, Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre. Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque solo Tú eres Santo, solo Tú Señor, solo Tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.

Esta confianza con que nos dirigimos a Jesucristo y estas palabras de cariño, de amor, de alabanza -porque todo es poco para Él- las vamos a repetir... ¿cuántas veces? Yo llevo ya más de 60 años diciendo Misa. Y Misas que tienen Gloria... pues calculad todos los años en que he celebrado la Misa en días que tienen Gloria. Y no me he cansado nunca, nunca. Y a veces me he quedado -si yo digo la Misa solo- como repitiéndolo, ofreciéndolo a Él, como buscándole. Le encuentro como deseando salir a mi encuentro Él, Jesucristo, el Hijo de Dios. Terminamos diciendo la última invocación, dirigida al Espíritu Santo... y en la gloria de Dios Padre. Pero dentro ha quedado ese collar de perlas dirigido a Jesucristo resucitado.

Enseguida viene una oración. Ahora sí; ahora ya podemos. De lo contrario, ¿cómo nos íbamos a atrever a hablarle a Cristo o a Dios Nuestro Señor para pedirles algo, nada más entrar en la Misa? Acabamos de entrar y ya estamos pidiendo. Y no está mal; hacemos bien en pedir.

Y terminamos diciendo Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.  Lo decimos después de las lecturas, porque con esas lecturas se nos facilitan también todas las posibilidades interiores de decirle algo que estamos pugnando por decírselo. Algo para mí, algo para mis amigos, algo para mis superiores, algo para mi madre, algo para mis abuelos, algo... Aparte de lo que diga la oración del Misal, muchas otras cosas podemos añadir, en la seguridad de que son recogidas por manos de Cristo. Humanismo: las manos de Cristo recogiendo peticiones mías. ¿A quién puedo yo hablar en la vida de esa manera? ¡A nadie! A nadie tan digno, a nadie tan poderoso, a nadie tan rico, a nadie tan bueno, a nadie tan humilde, a nadie tan santo, a nadie tan puro... ¡A Jesús! ¡Tenemos que hacer un esfuerzo por celebrar estas peticiones con mucha calma y con mucha delicadeza! Con mucha delicadeza.

Sobre el Credo hay algo que a mí me llama la atención y que en ese libro que digo habría que explicitar y que comentar detenidamente. Porque alabamos a Dios Padre y a Dios Hijo y al Espíritu Santo también, pero en el Credo añadimos algo más: la Iglesia. Credo sanctam Ecclesiam.  La Iglesia. Y ahí sí que estamos metidos de los pies a la cabeza. Y la ponemos junto a Dios Padre y Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

El Bautismo, el perdón de los pecados, la Resurrección, la vida del mundo futuro... Todo esto añadimos al Credo. Después de haber hecho la primera lectura, una excursión por los campos por donde transita Jesús, nuestro Redentor. De eso hablamos en el Credo, pero añadimos otras cosas que nos ha dicho Él, nos ha predicado Él. ¿De la Iglesia quién habló? ¿Y por qué no amarla, por qué no rendirnos ante ella con cariño, como ante una madre? ¿Y quiénes pertenecen a la Iglesia? No lo sabemos... Y la vida del mundo futuro, etc.

Humanismo, el sistema filosófico que subordina todo a lo que pueda servir al hombre. El servicio al hombre. Y para eso, valores humanos. Y lo que no sea humano, rechazarlo. Humanismo, ordenación de la política, de la economía, del arte... según venga bien al hombre. ¿Nada más? ¿Basta con que venga bien?
 

Enseguida vienen los Prefacios.  Y son ya la Plegaria eucarística. Los Prefacios son Plegaria eucarística. Y daos cuenta: ahora se han enriquecido mucho, pues cuando yo me ordené sacerdote los Prefacios eran muy pocos. Ahora son 20 ó 30; no sé cuántos. Y no cansan; al contrario: se presentan con una riqueza de sentimiento, que no me resisto a buscar uno para haceros notar lo que tiene de humanismo. La Plegaria cuarta: el texto y luego al final el Santo, que lo dice el pueblo con el sacerdote. Pero hay dentro un texto en cada Misa muy original. Y este de la Plegaria eucarística cuarta es colosal. Es sobrio y bonito: Hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste el hombre y le encomendaste el universo entero, para que sirviéndote sólo a Ti, su Creador, dominara todo lo creado... Creaste al hombre y le encomendaste el universo entero. De manera que desde aquel tiempo tan remoto en que son creados Adán y Eva, poco a poco, hasta estas fechas en que un hombre es capaz de construir un avión o una bomba atómica, el hombre puede crearlo “todo”. Le encomendó Dios a él hacerlo todo. Y cuando por desobediencia perdió el hombre tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca. ¡Precioso! Que te encuentre el que te busca. Hay que buscarle; si se le busca, se le encuentra. Está Él por puertas y portales, por calles y por plazas, en los templos y en teatros... ¡en todas partes!

Reiteraste, además, tu alianza a los hombres. Por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación. Antiguo Testamento, los profetas. Pero ¿por qué se les va a ocurrir en ese pueblo escogido decir las cosas que dijeron Elías, Isaías...? Y todos insistiendo sobre lo mismo, sobre una historia, sobre una alabanza, sobre un deber, sobre una exigencia. Los profetas han ido llevando a ese pueblo durante siglos. En ningún sitio ha habido profetas; en ninguno. Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que al cumplirse la plenitud de los tiempos nos enviaste como Salvador a tu único Hijo. Al cumplirse la plenitud viene el Hijo, el cual se encarnó por obra del Espíritu Santo y nació de María la Virgen. ¡Qué preciosa alusión, referencia a la Virgen Madre! Y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado.  Humanismo puro. Humanismo cristiano. Anunció la salvación a los pobres  -“Pauperes evangelizantur”-, la liberación a los oprimidos, a los afligidos el consuelo. Y para cumplir tus designios, Él mismo se entregó a la muerte. Y resucitando destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros mismos -es humanismo cristiano; si vivimos solo para nosotros mismos no es cristiano-, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo.
 

Se manejan aquí unos conceptos... No hay nada hermoso en el mundo que no esté metido aquí...

Basta. Os he anunciado algo que llevo dentro de mí queriendo hacerlo; y voy a ver si hago, en un par de años, esto. Os haré algunas preguntas. Y si lo logro diré que este libro está hecho por un grupo de sacerdotes que entienden lo que es el humanismo y todo lo bello del mundo, creado por Dios, redimido por Cristo y santificado por el Espíritu Santo. Ahora nada más.
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