Carta abierta a los obispos
Reproduzco a continuación la carta abierta a los obispos que he publicado en Aciprensa.
Queridos padres: Soy un sacerdote diocesano, no pertenezco a ningún grupo o movimiento, llevo ordenado 14 años y actualmente soy párroco de tres parroquias en Madrid (España). Me he sentido impulsado a escribirles estas líneas con todo cariño y respeto, en parte por las noticias que han llegado a nuestra tierra sobre la Conferencia Episcopal Belga y la Conferencia Episcopal Alemana. Ruego a Dios que esta carta pueda llegarles, si bien quiero dirigirla a todos aquellos que han sido elegidos como sucesores de los Apóstoles.
Aunque mis padres han sido creyentes y trataron de transmitirme la fe, hubo una época en mi adolescencia en que anduve lejos del Señor, moralmente confundido y sin un horizonte en la vida. Pero el Señor me rescató. Tuve una experiencia de Dios que cambió totalmente el sentido de mi vida, y después experimenté la vocación al sacerdocio que, tras años de formación, fue confirmada por la Iglesia en mi ordenación sacerdotal. Les cuento esto porque no soy un creyente de toda la vida, sino un converso. Encontré en la Iglesia a mi Madre, y en su enseñanza el agua viva con la que mi alma se ha alimentado durante estos años.
He intentado ser siempre un buscador de la verdad. Soy una persona muy racional, y he ido avanzando en mi fe en la medida que he ido siendo capaz de comprender ciertas cosas, y siempre he tratado de encontrar las razones por las que la Sagrada Escritura o el Magisterio enseñan ciertas cosas. Y he de decir que, gracia a la teología, así ha sido. Particularmente el estudio de los Padres de la Iglesia me hizo comprender la importancia de la misión que la Iglesia tiene de mantener el depósito de la fe inalterado para que la verdad de Cristo pueda llegar a todos los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. ¡Qué hermosa misión ser testigos de quien se definió a sí mismo como la Verdad! En mis años de ministerio he experimentado cómo esa verdad libera, como enseña Jesús, y he visto a cientos de personas, de todas las edades, sanar y liberarse gracias a la fuerza del Espíritu Santo y de la Verdad de Cristo.
Pero, queridos padres, estos últimos años mi alma se ha agitado, al contemplar cómo ese depósito sagrado de la fe se está poniendo en duda. Sabemos que desde la Verdad, y animada por el Espíritu Santo, la Iglesia ilumina cada nueva época desde la Revelación, sacando las consecuencias teológicas y morales aplicables a cada situación; y así ha hecho nuestra Madre durante veinte siglos. Desde esta intención de iluminar la situación presente, algunos de ustedes, padres, parecen haber tomado el camino de cambiar la disciplina de la Iglesia y el depósito de la Revelación, para hacer el Evangelio más cercano al hombre de hoy. Estoy seguro de que la intención es buena, y que el propósito es la Evangelización de los alejados.
Pero no puedo dejar de señalar, con dolor, que el camino no es cambiar el depósito de la fe, y de la moral. No se trata de una rigidez patológica por mantener tradiciones humanas y costumbres rituales, sino de la llamada que hemos recibido, como ministros del Señor, de transmitir inalterada y sin adulterar la única Verdad que viene de Cristo, y la moral que de ella se deriva, que es interpretada de un modo verdadero, no por cada persona, ni por los presbíteros u obispos, sino por el Magisterio auténtico de la Iglesia. Nosotros somos transmisores de la verdad, no sus dueños. No podemos cambiarla, ni disfrazarla para presentarla como lo que no es.
¿No dijo el Señor que la verdad nos hará libres? ¿Creemos esto realmente? Si es así, ¿por qué tratamos de cambiar, ocultar o disfrazar esta verdad? A nadie se le escapa que el gran problema en la actualidad tiene que ver con la moral de la Iglesia en relación a la intimidad sexual y reproductiva, y sobre el papel de la mujer en la Iglesia.
Con sumo cuidado y respeto, los Pontífices han enseñado la verdad del amor humano, sacando las últimas consecuencias de la verdad que Cristo enseña sobre el propio hombre y la grandeza de su vocación. Esta enseñanza ha sido un acto heroico por parte de los papas ante un mundo, e incluso una Iglesia, que no estaban dispuestos muchas veces a acoger esta verdad moral, por ir en contra de la corriente dominante. La enseñanza sobre el aborto, la contracepción, la apertura a la vida o la complementariedad entre hombre y mujer, han sido un acto de auténtico valor por parte de los Sumos Pontífices, y han sido acogidos de buena fe por multitud de hombres de buena voluntad. Pero en ocasiones hemos sido nosotros, los pastores, los que no las hemos acogido ni las hemos enseñado. Hemos faltado a nuestro deber como ministros de la verdad, hemos faltado al juramento que hicimos cuando nos ordenamos. Hemos dejado de creer que la verdad libera.
Y ahora, al ver cómo estas enseñanzas se ponen en duda públicamente por parte de algunos de ustedes, desgarra el Corazón de Jesús, rasga la túnica inconsútil de la Iglesia, confunde a los fieles que, con un espíritu de fe, han aceptado la verdad enseñada por el Magisterio. Cum Petro et sub Petro, en comunión con el Magisterio y la Tradición, sin duda se dan nuevas luces sobre los nuevos tiempos; pero no nos corresponde a nosotros, por nuestra cuenta y como pastores que van por libre, proponer cosas contrarias al Magisterio. Queridos padres, necesitamos que ustedes, con valor y convicción, enseñen la verdad del Magisterio de la Iglesia, y que no se arredren ante las presiones recibidas del exterior o del interior de la Iglesia. Necesitamos que la voz de nuestros obispos se alce al unísono, como una sinfonía sin disonancias, aunque con acordes distintos, que ponga en nuestros oídos la Voz de Cristo. Necesitamos, en estos tiempos de confusión, su comunión entre ustedes y con el Magisterio de la Iglesia, particularmente en tema de moral.
La moral cristiana libera, aunque sea difícil de vivir. Pero una moral rebajada al nivel de lo que el mundo quiere, no puede por menos de esclavizar. Esto lo he experimentado en mi propia carne, y, como sacerdote, lo he podido ver en multitud de hombres y mujeres heridos que han llamado a las puertas de mis parroquias.
Por eso me atrevo a pedirles, padres, por favor, por el amor de Dios y por el celo santo de las almas, que cumplan con su misión de enseñar la verdad. Me atrevo a pedirles que cejen en las disonancias o en las propuestas que no son conformes al Magisterio de la Iglesia. Me atrevo a pedirles que renueven, que todos renovemos, nuestra fe en Cristo y la confesión de que su Verdad nos hace libres. Les suplico que nos den la leche no adulterada que, como infantes, necesitamos para crecer en nuestra vida espiritual. Les pido, por favor, que cese la multiplicidad de voces disonantes que está dispersando a las ovejas.
Ustedes son nuestros padres y pastores. Les queremos, les necesitamos. Necesitamos su voz, no su silencio; y necesitamos que su voz se alce para defender, no opiniones humanas, sino la verdad de Dios. Les necesitamos más que nunca, porque el mundo es cada vez más confuso. Necesitamos de su fidelidad y de su caridad pastoral. Si han llegado a ustedes estas palabras, por favor, pondérenlas en su corazón, y, si les place, ante el Sagrado Corazón que late en el Sagrario, examinen su conciencia, examinémosla todos. Y actuemos en consecuencia. Pido a Dios la coherencia de todos nosotros y la comunión entre nosotros y con toda la Iglesia, la que ha sido, la que es y la que será.
Rezo por ustedes de todo corazón.
Jesús María Silva Castignani +