Jueves, 21 de noviembre de 2024

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La estafa de los Derechos Humanos

por Estamos en Sus Manos

Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo estaba totalmente conmocionado. En ella habían muerto millones de seres humanos. Y, cuando llegó la liberación de Alemania, Occidente contempló con horror los crímenes que se habían cometido bajo el régimen nazi, sobre todo en los campos de concentración. Y tras la victoria aliada, las noticas que llegaban del bloque soviético no eran nada alentadoras, como se comprobaría años después cuando se dieron a conocer los millones de muertos bajo el régimen comunista.

El comunismo mató incomparablemente más gente que el nacionalsocialismo; pero el impacto del horror de los nazis fue mucho más fuerte que el de los crímenes comunistas. Esto tiene una explicación sencilla. Lo que sobrecogió a las almas de la locura nazi no fue el número de muertos, sino la crueldad con la que trataron a seres humanos a los que ellos consideraban inferiores.

En su ingenuidad, Europa pensaba que, al quitar de en medio a Dios, el ser humano ser iría haciendo más humano, al quitar de en medio una idea supersticiosa que encorsetaba al hombre. La Iglesia, que era vista como una institución oscura y amenazante, había perdido su poder y su reputación debido a la leyenda negra que se había vertido sobre ella. Pero lo que sustituyó a la religión no fue el humanismo. Fue el horror. Y los crímenes nazis y comunistas fueron la constatación de ello.

Al quitar a Dios de en medio, se eliminaba la razón por la que había que considerar al otro como un igual, como un hermano, con una dignidad inviolable. Por eso Occidente se volvió a Dios justo después de la Guerra, particularmente al catolicismo. Los años siguientes fueron de un florecimiento de la fe en Europa, que llevó a la proclamación de los Derechos Humanos en 1948. Esta declaración, imbuida de espíritu cristiano, pretendía salvaguardar los derechos de todos los seres humanos y defender su igualdad, su dignidad y su vida, para que nunca volvieran a repetirse los horrores nazis.

La ONU había nacido en 1945, e hizo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos su hoja de ruta para salvaguardar la vida del ser humano en el mundo entero. Estos Derechos fueron siendo ratificados progresivamente por casi todos los países del mundo. Parecía que todo iba a ir bien. Cuando Jruschov en 1956 dio a conocer los crímenes de Stalin, el mundo entero volvió a conmoverse al ver las purgas y los crímenes que se habían dado en el régimen comunista, máxime cuando aún tenía reciente en su memoria los crímenes nazis. Se renovó el esfuerzo por la implantación de los Derechos Humanos en el mundo entero; y este impulso fue también alentado por los papas san Juan XXIII, san Pablo VI y san Juan Pablo II.

A pesar de la Guerra Fría, Occidente conoció un período de paz que fue bastante duradero. Parecía que todo iba bien. Nada hacía sospechar que en la Declaración Universal de los Derechos Humanos se había sembrado una semilla de corrupción que acabaría retoñando en nuestros días. Puesto que, a pesar de que nació en un contexto cristiano, tenía un gran fallo en sus fundamentos. Pues el fundamento de los Derechos Humanos fue el consenso. Pero ¿qué tiene esto de malo?

Durante la mayor parte de la historia se ha creído y se ha aceptado que hay una “ley natural”, inscrita en la conciencia moral del hombre. Y esa ley, explicitada en los diez mandamientos, ha marcado la historia moral de Occidente y, a través de él, del mundo entero. La ley natural se aceptaba como la ley que Dios había inscrito en el corazón de todos los hombres. Además, como se consideraba a todos los hombres como criaturas de Dios creadas a su imagen y semejanza, se fundamentaba su dignidad en ello y de ahí brotaba necesariamente la fraternidad. Todos somos hermanos porque somos hijos de un mismo padre. Esto se llamó iusnaturalismo (ley natural).

Pero cuando el relativismo moral y el escepticismo religioso se extendieron por Europa en la “Ilustración”, surgió, contra al iusnaturalismo, el iuspositivismo (nosotros ponemos la ley). Según esta teoría moral, no hay ningún Dios que nos haga a todos iguales y ninguna ley natural objetiva que tengamos que cumplir. Nosotros somos libres, según esta teoría, de elegir cuáles queremos que sean las leyes que queremos cumplir para regular nuestra convivencia. Estas leyes ya no tienen un fundamento divino y absoluto, sino que son fruto del consenso; y, obviamente, el consenso puede cambiar.

Así pues, los Derechos Humanos, escritos en un ambiente cristiano, se fundamentan sin embargo en el iuspositivismo, y su fuerza reside en el mero hecho de que han sido consensuados por una mayoría. No tienen un fundamento transcendente, ni son inamovibles. No fundan una hermandad universal, porque no invocan un padre común. Pueden cambiarse. O interpretarse.

La ONU fue colonizada ideológicamente por el ateísmo y por las nuevas teorías sexuales y de género, y comenzó a efectuar un retorcimiento de los Derechos Humanos que ha ido abriéndose a realidades que están en contra de la ley natural, como el crimen abominable del aborto. En efecto, el artículo 3 de la Declaración dice que todo ser humano tiene derecho a la vida; pero el artículo 1 dice que todo ser humano “nace” libre; es decir, sitúa el comienzo del ejercicio de los Derechos Humanos en el nacimiento, no en la concepción. Desde el primer momento, la trampa estaba puesta.

Un no nacido no es considerado un ser humano, sujeto de Derechos. En esa ambigüedad el aborto fue extendiéndose con la excusa de que no se podía considerar a un feto un ser humano, reduciendo cada vez más los “meses” en los que el no nato se podía considerar “persona”. Hasta que, en nuestros día, se ha generado un neo – derecho por consenso: el “derecho” de la mujer a decidir sobre “su cuerpo”. De este modo, la Declaración no sólo no evita el aborto, sino que abre la puerta a que se blinde como un derecho.

Lo mismo puede aplicarse, a otros niveles, a los “derechos sexuales” y a la ideología de género que infesta la ONU. Esos neo – derechos acaban haciendo que un niño no pueda tener como referencia fundamental a un padre y una madre, como sería lo natural; sino a dos o más “papás”, o “mamás”, o gente de génere fluide. Estos neo – derechos acaban llevando a que un menor pueda mutilarse los genitales y así reciba un cambio irreversible. Y así, se sacrifica la infancia a las nuevas ideologías antinaturales en nombre de los Sagrados Derechos Humanos.

Esto no lo veíamos venir. Nos parecía que los Derechos Humanos eran un gran logro. Que preparaban una gran era de paz. Estábamos equivocados. Porque nunca se basaron en la ley natural. Por tanto, no pueden dar dignidad inviolable al ser humano. Están al albur de las ideologías dominantes. Y cambiarán, cada vez más, para favorecerlas. Aborto, eutanasia, ideología de género, se van imponiendo al tiempo que cualquier voz disidente es considerada criminal. La libertad que se pretendía con los Derechos Humanos acaba siendo arrebatada por esos mismos derechos, porque se ha neutralizado el derecho a pensar diferente. Se imponen los neo – derechos y se silencia y sanciona a los que los cuestionan.

De este modo, la Declaración de los Derechos Humanos ha sido el caballo de Troya por el que el mal ha vuelto a adueñarse del mundo después de la barbarie nazi y comunista. Los nazis mataban a los discapacitados, y los hombres de hoy los abortan. Los comunistas permitían la muerte por hambre de millones de personas, y los hombres de hoy previenen el hambre impidiendo que esas personas nazcan, en lugar de buscar soluciones dignas a la pobreza. Los nazis consideraban a unas personas superiores a otras, tal como hace el hombre de hoy considerando la vida y los derechos de una mujer como superiores a los de su propio hijo.

Nos escandalizaba la desigualdad, y ahora la hemos blindado por ley al dejar indefensos a los niños ante el aborto o la ideología de género. Las cuotas de género en las carreras, universidades y trabajos han acabado con la igualdad, pues privilegian a unos por encima de otros. Y parece que tenemos las manos atadas, porque todo eso son “derechos”.

Esa vía lleva a una nueva tiranía en la que el ser humano ya no es oprimido, instrumentalizado y asesinado a plena luz del día como hicieron los nazis y los comunistas; sino a una dictadura dócilmente aceptada por un Occidente narcotizado por el consumismo y el entretenimiento que ha perdido su brújula moral, porque ha abandonado a Dios.

Es nuestro deber, entonces, evangelizar. Poner a Dios como el fundamento de todo. Recuperar el iusnaturalismo. Volver a defender la ley natural. Esta no es una ideología opresiva de la Iglesia. Es el verdadero fundamento inviolable de la dignidad, de la igualdad y de la libertad humanas. Hemos de salir de los esquemas que llevaron al ingenuo sueño del consenso tras los desastres del siglo XX. Ante nuestros propios ojos se están cometiendo muchos crímenes y mucho más atroces que los que se han visto en dicho siglo.

Es difícil recuperar el terreno perdido. Pero es necesario. Está en juego la vida y la dignidad del hombre. Abandonemos los esquemas viciados del mundo y aportemos lo que tenemos de genuino como cristianos.

Pues todos somos hijos de Dios, y por eso somos hermanos; no por ningún consenso, sino por derecho divino. Todos tenemos derecho a la vida, desde la concepción, porque poseemos ya un alma inmortal. Todo somos iguales y libres porque Cristo nos ha reconciliado y liberado. Todos hemos de obrar el bien, porque tenemos la ley de Dios inscrita en el corazón, y conforme a ella hemos de ser juzgados.

Abandonemos ya el paripé de los Derechos Humanos. Nos han engañado. Es hora de despertarnos del sueño y de plantear al mundo hablándole con claridad que lo que está haciendo es precisamente aquello que prometió combatir.

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