Fecundidades. Lucas 1,39-45
por Alfonso G. Nuño
Este encuentro es sencillamente estremecedor. Y lo es porque, como todos los misterios del Señor, no es algo ajeno a mí. La virgen-madre es la que viene a mí, la maternidad de María se me dona, yo no voy a por ella, no la puedo arrebatar, no la puedo conquistar. La Iglesia me entrega a Jesús.
Y este misterio nos habla también del encuentro de dos fecundidades distintas. María es virgen y madre, Isabel es estéril y madre, como otras mujeres del Antiguo Testamento. Nuestra vida es semejante a la de la prima de la Virgen. Somos estériles y no podemos dar frutos de vida eterna con nuestras solas fuerzas. Pero no es solamente que seamos estériles, es que hemos intentado ser fecundos con nuestro esfuerzo meramente humano; esto es la soberbia. Pero Dios, lo mismo que en el caso de Isabel y Zacarías, se ha apiadado de nosotros, y ha hecho que, por gracia, podamos ser fecundos. Nos ha regalado la conversión.
¡Qué distinta la fecundidad de la Madre, la nuestra! Ella nunca ha intentado dar frutos de vida eterna con las solas fuerzas humanas, ella nunca ha obrado soberbiamente. Todas sus obras, desde su concepción inmaculada, tienen una misteriosa fecundidad virginal.
La Virgen viene a mí y me abraza y yo me agarro a ella. Solamente así, manteniéndome unido a su fecundidad, puedo permanecer unido como miembro al cuerpo de su Hijo, que es la Iglesia. Madre de Dios, que ninguno de nosotros se aleje de tus brazos.
Y este misterio nos habla también del encuentro de dos fecundidades distintas. María es virgen y madre, Isabel es estéril y madre, como otras mujeres del Antiguo Testamento. Nuestra vida es semejante a la de la prima de la Virgen. Somos estériles y no podemos dar frutos de vida eterna con nuestras solas fuerzas. Pero no es solamente que seamos estériles, es que hemos intentado ser fecundos con nuestro esfuerzo meramente humano; esto es la soberbia. Pero Dios, lo mismo que en el caso de Isabel y Zacarías, se ha apiadado de nosotros, y ha hecho que, por gracia, podamos ser fecundos. Nos ha regalado la conversión.
¡Qué distinta la fecundidad de la Madre, la nuestra! Ella nunca ha intentado dar frutos de vida eterna con las solas fuerzas humanas, ella nunca ha obrado soberbiamente. Todas sus obras, desde su concepción inmaculada, tienen una misteriosa fecundidad virginal.
La Virgen viene a mí y me abraza y yo me agarro a ella. Solamente así, manteniéndome unido a su fecundidad, puedo permanecer unido como miembro al cuerpo de su Hijo, que es la Iglesia. Madre de Dios, que ninguno de nosotros se aleje de tus brazos.
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