Roma, 1989. San Juan Pablo II (2)
La segunda beatificación, tuvo lugar dos años después, el 1 de octubre de 1989. Se trataba de un grupo de 26 pasionistas de Daimiel (Ciudad Real).
https://www.religionenlibertad.com/martires-pasionistas-toledo-36858.htm
BEATIFICACIÓN DE NICÉFORO y 25 COMPAÑEROS MÁRTIRES, DE LORENZO SALVI, DE GELTRUDE COMENSOLI Y DE FRANCISCA-ANA CARBONELL
2. Ella (la Iglesia) se alegra por los mártires de la Comunidad de los Pasionistas de Daimiel, en España. Era una comunidad dedicada exclusivamente a la formación de los jóvenes que allí al amparo del Cristo de la Luz, se preparaban para ser sacerdotes y anunciar un día el Evangelio en tierras americanas, preferentemente en México, Cuba y Venezuela. La comunidad se componía casi en su totalidad de jóvenes de 18 a 21 años, asistidos por un selecto claustro de profesores y hermanos que cuidaban de su formación. Era un ambiente de gran entusiasmo misionero en un clima de retiro, estudio y oración. Hombres de Dios, que siguiendo el consejo de San Pablo amaban “la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre”.
Ninguno de los religiosos de la comunidad de Daimiel se había mezclado en cuestiones políticas. No obstante, en el clima del momento histórico que les había tocado vivir, también ellos se vieron arrastrados por la tempestad de persecución religiosa, dando generosamente su sangre, fieles a su condición de religiosos, y émulos, en pleno siglo veinte, del heroísmo de los primeros mártires de la Iglesia.
Cuando la noche del 21 de julio de 1936 se presentaron en el convento los milicianos armados, el Superior Provincial, P. Nicéforo, los reunió a todos en la iglesia, donde se confesaron y recibieron la santa comunión como Viático. Allí el P. Nicéforo les exhortó vivamente:
“Hermanos e hijos muy amados: Este es nuestro Getsemaní. La naturaleza, en su parte débil, desfallece y se acobarda. Pero Jesucristo está con nosotros. Os voy a dar al que es la fortaleza de los débiles. A Jesús le confortó un ángel. A nosotros es el mismo Jesucristo quien nos conforta y sostiene. Dentro de pocos momentos estaremos con Cristo. ¡Moradores del Calvario, ánimo y a morir per Cristo! ¡A mí me toca animaros, pero yo mismo me estimulo con vuestro ejemplo!”.
La mayoría, jóvenes de 18 a 21 años, vivía soñando en el sacerdocio, pero el Señor había dispuesto que su primera misa fuera la de su propio holocausto. Ahora nosotros les exaltamos y damos gloria a Cristo, que los ha asociado a su cruz: “El Señor ama a los honrados… Él sustenta al huérfano y a la viuda, y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente”.
Al día siguiente de la beatificación San Juan Pablo II se dirigía a los peregrinos reunidos para la beatificación. Y en castellano, dijo:
La Congregación Pasionista se gloría al ver elevados al honor de los altares a estos mártires de la fe, que hicieron de la Pasión de Cristo el centro de sus vidas y el camino que los condujo al cielo.
El sacrificio supremo de los mártires de Daimiel nos invita hoy a mirar a la Cruz de Cristo como llamada a la conversión y como punto de confluencia de nuestros corazones para saber perdonar.
Estos religiosos ejemplares, oriundos de Palencia, Navarra, Burgos, Zaragoza y de otras regiones de España, han de ser semilla de vocaciones misioneras y signos de reconciliación con su testimonio de suprema fidelidad y amor hasta la muerte.
https://www.religionenlibertad.com/martires-pasionistas-toledo-36858.htm
BEATIFICACIÓN DE NICÉFORO y 25 COMPAÑEROS MÁRTIRES, DE LORENZO SALVI, DE GELTRUDE COMENSOLI Y DE FRANCISCA-ANA CARBONELL
2. Ella (la Iglesia) se alegra por los mártires de la Comunidad de los Pasionistas de Daimiel, en España. Era una comunidad dedicada exclusivamente a la formación de los jóvenes que allí al amparo del Cristo de la Luz, se preparaban para ser sacerdotes y anunciar un día el Evangelio en tierras americanas, preferentemente en México, Cuba y Venezuela. La comunidad se componía casi en su totalidad de jóvenes de 18 a 21 años, asistidos por un selecto claustro de profesores y hermanos que cuidaban de su formación. Era un ambiente de gran entusiasmo misionero en un clima de retiro, estudio y oración. Hombres de Dios, que siguiendo el consejo de San Pablo amaban “la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre”.
Ninguno de los religiosos de la comunidad de Daimiel se había mezclado en cuestiones políticas. No obstante, en el clima del momento histórico que les había tocado vivir, también ellos se vieron arrastrados por la tempestad de persecución religiosa, dando generosamente su sangre, fieles a su condición de religiosos, y émulos, en pleno siglo veinte, del heroísmo de los primeros mártires de la Iglesia.
Cuando la noche del 21 de julio de 1936 se presentaron en el convento los milicianos armados, el Superior Provincial, P. Nicéforo, los reunió a todos en la iglesia, donde se confesaron y recibieron la santa comunión como Viático. Allí el P. Nicéforo les exhortó vivamente:
“Hermanos e hijos muy amados: Este es nuestro Getsemaní. La naturaleza, en su parte débil, desfallece y se acobarda. Pero Jesucristo está con nosotros. Os voy a dar al que es la fortaleza de los débiles. A Jesús le confortó un ángel. A nosotros es el mismo Jesucristo quien nos conforta y sostiene. Dentro de pocos momentos estaremos con Cristo. ¡Moradores del Calvario, ánimo y a morir per Cristo! ¡A mí me toca animaros, pero yo mismo me estimulo con vuestro ejemplo!”.
La mayoría, jóvenes de 18 a 21 años, vivía soñando en el sacerdocio, pero el Señor había dispuesto que su primera misa fuera la de su propio holocausto. Ahora nosotros les exaltamos y damos gloria a Cristo, que los ha asociado a su cruz: “El Señor ama a los honrados… Él sustenta al huérfano y a la viuda, y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente”.
Al día siguiente de la beatificación San Juan Pablo II se dirigía a los peregrinos reunidos para la beatificación. Y en castellano, dijo:
La Congregación Pasionista se gloría al ver elevados al honor de los altares a estos mártires de la fe, que hicieron de la Pasión de Cristo el centro de sus vidas y el camino que los condujo al cielo.
El sacrificio supremo de los mártires de Daimiel nos invita hoy a mirar a la Cruz de Cristo como llamada a la conversión y como punto de confluencia de nuestros corazones para saber perdonar.
Estos religiosos ejemplares, oriundos de Palencia, Navarra, Burgos, Zaragoza y de otras regiones de España, han de ser semilla de vocaciones misioneras y signos de reconciliación con su testimonio de suprema fidelidad y amor hasta la muerte.
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