Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Domingo 32 T.O. (A) y pincelada martirial

por Victor in vínculis

Según las costumbres judías, la celebración de una boda comenzaba con la puesta del sol. La novia esperaba en su casa, rodeada de amigas, la llegada del novio, que venía a buscarla acompañado de un grupo de amigos; y con todo el resto del grupo de familiares y demás amistades, la llevaban, unidos los dos cortejos, a casa del esposo, en la que viviría. La esposa ceñía su cabeza con una corona y era llevada en una litera a casa de su esposo. Este y los suyos rodeaban la litera. Tanto los amigos del esposo como las amigas de la esposa iban entonando cánticos festivos y alusivos a los mismos. A la llegada del cortejo se celebraba el banquete de bodas[1].
 

Tres de las cinco vírgenes sensatas mostrando su alegría, en la catedral alemana de Magdeburgo

San Mateo, en el evangelio que hoy meditamos, presenta un cortejo de diez vírgenes. Hay una serie de rasgos irreales: el que se duerman esperando al cortejo del esposo, lo cual nos habla de la tardanza por llegar a la casa de la esposa, o sea, de la mala organización; el que las lámparas se hubiesen apagado y no calculasen la necesidad de repuesto; el ir a medianoche a comprar aceite; el que se cierre la puerta tras el cortejo, y el que estas jóvenes, poco previsoras, tengan que llamar a la puerta y al esposo para que les abra; tampoco le llamarían señor, pues eran familiares o gentes amigas. Y por último, incluso la respuesta del mismo: -No os conozco…

Jesús, como siempre, nos lleva a una lección práctica a través de la parábola, basada en las propias ceremonias de los judíos, para hablarnos de la preparación para la vida eterna. -No os conozco... El Señor nos hace entender cómo esa puerta que se cierra, se cierra porque no estaban preparadas. Se destaca que en la actitud de vigilancia o actitud espiritual en orden a esta preparación de la venida del Señor, no basta con asistir, sin más, a este cortejo de bodas, (aquí nupcial, allí parusíaco), sino que hay que estar preparados, hay que cooperar de una manera muy directa para poder intervenir o sumarse al cortejo. No basta con alzar la voz para pedir: -Dadnos un poco de vuestro aceite. Aquí, y no nos cansamos de repetirlo para hacer una lectura correcta, no se da un problema de solidaridad o de egoísmo; quien lee así este pasaje se equivoca. Esta preparación es personal; cada una de las vírgenes prudentes ha cooperado y se ha preparado. Cada uno de nosotros tiene que preparar a lo largo de su vida el aceite con el que va a llenar su lámpara.
 

Tres de las cinco vírgenes necias mostrando su desconsuelo, en la catedral alemana de Magdeburgo

En el Concilio de Trento el Decreto sobre la justificación fue, y es, el más importante. Lutero concebía la naturaleza humana incapaz de todo bien; a consecuencia del pecado original, al hombre no le quedaba otro remedio sino suprimir la libertad interior para el bien, y concebir la justificación como algo enteramente pasivo y externo. El hombre no tenía nada que hacer. Dejémonos de interpretaciones personales, o sea, las que muchas veces de manera muy partidista podemos leer en la prensa; y nosotros aprovechemos ese pequeño paso que se ha dado de cara a la unidad entre los católicos y los luteranos para coger el Catecismo de la Iglesia Católica y aprender lo que se nos dice sobre Gracia y Justificación. Porque allí leemos:

La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe, y a la santificación mediante la caridad. Porque Dios completa en nosotros lo que Él mismo comenzó; porque Él, por su acción, comienza haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida (CEC nº 2001).
No es tan difícil de entender. Se nos da la libertad para que sigamos lo que Dios pone delante. Se nos permite pertenecer o no al cortejo, pero a nosotros nos compete el tener el aceite.

Y afirma San Agustín[2]:

Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin Él no podemos hacer nada.

Cristo pide de nosotros una respuesta; no que nos sentemos a esperar, porque como Él ya lo ha hecho todo... Se nos pide seguir la doctrina católica. Y en estos momentos podemos acercarnos al Catecismo para descubrir cuál es la vida en Cristo, cómo tenemos que vivir la gracia y la justificación. No se ha hecho más que dar un pequeño paso; la unidad seguirá adelante cuando la soberbia de los corazones desaparezca, cuando nosotros, no con soberbia sino con sencillez, descubramos que vivimos en la verdad, y no nos dejemos llevar por cualquier viento que viene. Yo no me predico a mí mismo; ningún cristiano se predica a sí mismo. Predicamos la Verdad, con mayúsculas. Por eso no hay que tener miedo a decir que se vive en la verdad, con humildad. Pero el Señor espera una respuesta de nosotros.

Según lo que se nos relata en la parábola evangélica, el único modo de conservar siempre dispuestas las lámparas es mantenerlas bien provistas, como si cada momento fuera el último. Con la serenidad de lo bien hecho, de la obra generosa, de la entrega constante. Nada de nervios; con la confianza absoluta en Dios.

Así de sencillo es el mensaje que se nos ofrece en este día. A nosotros se nos recomienda una actitud clara: buscar el aceite para nuestras lámparas, estar en espera. El Señor viene a buscarnos. El Evangelio termina diciéndonos esa expresión que conocemos sobradamente: No sabemos el día ni la hora. Pero Jesucristo no nos habla de esto para tenernos intranquilos y nerviosos. Los autores se refieren a una espera amorosa. Amamos a Jesús y le estamos esperando. Porque lo único que nos interesa -y el que no quiera hablar de esto no está hablando del evangelio de Cristo- es ir al Cielo. Pero no vivimos en una utopía; vivimos en el mundo, en España, nuestra nación. Y es necesario que sepamos -como sacerdotes, como Iglesia, como seglares- dar una respuesta firme, dar la respuesta del Evangelio.

No nos enredemos en socializaciones, en formas de conducta de cara a la galería, en solidaridades baratas. El Señor nos dice que a nosotros se nos preguntará personalmente por nuestras obras. Y San Juan de la Cruz, en esa expresión que conocemos, nos dice que al final de nuestra vida se nos examinará sobre el amor con que hayamos vivido nuestra vida cristiana, sobre el amor que hayamos dado a los demás hombres.
 

Miguel Ángel en su inigualable Juicio Final de la Capilla Sixtina, coloca debajo de Cristo, María y los Santos a ocho ángeles con  trompetas. Otros dos ángeles sostienen el Libro de la Vida y el Libro de la Muerte, donde están los nombres de los salvos y los condenados respectivamente.

 
PINCELADA MARTIRIAL
Todos tenían las lámparas encendidas

El 21 de octubre de 2014 tuvo lugar la ceremonia de clausura de la Causa de Martirio de los siervos de Dios Ignacio Aláez Vaquero y diez compañeros mártires.
 

El Seminario Conciliar junto al Parque de las Vistillas, en el Madrid de los años 30.

El 18 de julio de 1936, estábamos comiendo en el seminario de Madrid. Bajó el portero para decirnos que estaban las turbas para apoderarse del seminario. Enseguida nos fuimos a la capilla a consumir las Sagradas Especies; y, vestidos de paisano, tuvimos que salir por la puerta posterior que había en la huerta del seminario. Nos separamos, y cada uno se fue a su casa. Al día siguiente, el domingo 19 de julio, llamé al seminario preguntando si podía ir a celebrar la Santa Misa, y me contestó un miliciano diciendo que me iba a escabechar. Éste es el relato de uno de los testigos que estuvieron presentes en el seminario de Madrid y que recoge José Francisco Guijarro en su libro Persecución religiosa y Guerra Civil. La Iglesia en Madrid, 1936-1939 (ed. La Esfera de los Libros).

En los días de la contienda española, fueron siete los seminaristas de Madrid que recibieron el martirio; además de ellos, murieron otros dos seminaristas de otras diócesis que estaban en la capital por esas fechas; y otros dos familiares de dos de ellos, que les acompañaron al martirio.

Ignacio Aláez Vaquero: El 9 de noviembre de 1936, nueve milicianos fueron a detener a su padre, denunciado por un familiar. Preguntaron a Ignacio por qué no se había incorporado a filas, y contestó que era estudiante y se preparaba al sacerdocio, por lo que también se lo llevaron. Fue asesinado junto con su padre esa misma tarde junto al cementerio de Fuencarral.

Pablo Chomón Pardo: Junto con su tío, Julio Pardo Pernía -confesor de las Hermanas Hospitalarias de Ciempozuelos-, fue asesinado en el kilómetro 5 de la carretera de Torrejón de la Calzada, en el término municipal de Valdemoro. Se sabe que cuando los milicianos fueron a detener a su tío sacerdote, Pablo decidió no separarse de él y correr su misma suerte.

Antonio Moralejo Fernández-Shaw: Al estallar la persecución religiosa, quiso evitar la profanación de la iglesia del Carmen. El 28 de septiembre de 1936 los milicianos fueron a detenerlo a casa de sus padres. Su padre, Liberato Moralejo Juan, quiso evitar su detención y, al no conseguirlo, decidió acompañar a su hijo y correr su misma suerte. Ambos fueron conducidos a la cárcel Modelo, y el 7 ó el 8 de noviembre fueron asesinados en Paracuellos.

Jesús Sánchez Fernández-Yáñez: En el domicilio familiar le sorprendió la persecución religiosa, que pudo esquivar hasta mediados de septiembre de 1936. Sin embargo, fue denunciado por algunos vecinos y conducido a la checa de Fomento, siendo martirizado a las pocas horas. Su cadáver apareció el día siguiente en el barrio de la China.

Miguel Talavera Sevilla: Natural de Boadilla del Monte, al estallar la persecución se encontraba en su pueblo. El 7 de octubre de 1936, unos miembros del Comité de Radio Comunista Puerta del Ángel llegaron a su casa y se lo llevaron, no habiendo aparecido nunca su cadáver.

Ángel Trapero Sánchez-Real: Con trece años, Ángel se trasladó al seminario de Madrid. Sus notas fueron siempre excelentes. El 11 de octubre de 1936, fue detenido y llevado a la cárcel de Porlier, hasta que el 9 de noviembre fue fusilado junto a las tapias del cementerio de la Almudena.

Cástor Zarco García: El 6 de junio de 1936 fue ordenado subdiácono. Comenzada la Guerra Civil, fue movilizado y enrolado en la Brigada de El Campesino. Estaba hospitalizado en Alcalá de Henares cuando fue reconocido y delatado como seminarista por algunos paisanos suyos, siendo fusilado en septiembre de 1937. Algunos testigos afirman que fue obligado a cavar su propia tumba.

Mariano Arrizabalaga Español: En 1928 ingresó en el seminario de Comillas (Cantabria). Con motivo de las vacaciones de verano, se trasladó a Madrid, donde vivía su familia. Fue detenido junto a su hermano Rafael y un cuñado. Fueron asesinados en Torrejón y sepultados en Paracuellos.

Ramón Ruiz Pérez: En 1925, ingresó en el seminario de Jaén, pero pasó en 1929 al de Toledo. La persecución religiosa le sorprendió en su pueblo, adonde había ido a pasar las vacaciones. Detenido y sometido a diversas torturas, fue subido a un tren con dirección a la prisión de Alcalá de Henares. Al llegar a Villaverde, el tren fue desviado por jóvenes libertarios, y fueron asesinados casi todos los viajeros del tren de Jaén, Ramón entre ellos. (Bajo estas líneas, listado de seminaristas de Toledo, donde aparece el nombre de Ramón).
 
 

[1] PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia comentada. Va Evangelios, pág. 401 (Madrid 1967).
[2] SAN AGUSTÍN, Nat. et grat. 31.
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