Lunes, 23 de diciembre de 2024

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[11.11] 01.Sor Toribia y Sor Dorinda

por Victor in vínculis

11 de noviembre de 2017, 11h. Palacio de Vistalegre de Madrid · beatificación de 60 mártires de la familia vicenciana · 1875 santos y beatos mártires de la persecución religiosa en España

Agradecemos nuevamente a Hispania Martyr la elaboración de estos artículos como preparación espiritual para la beatificación de este sábado.

En tres semanas la Santa Madre Iglesia va a proceder en España a dos beatificaciones que suman ciento sesenta y nueve nuevos mártires de la persecución religiosa en España (19311939), todos ellos miembros de congregaciones con carisma fundacional misionero:109 de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, beatificados el 21 de octubre, y 60 de la Congregación de la Misión este sábado, 11 de noviembre de 2017, ambas beatificaciones dentro del jubileo del centenario de las Apariciones de Nuestra Señora en Fátima. En total son 1875 los santos y beatos de esta persecución que ya han llegado a los altares.

San Vicente de Paúl, gran devoto de los mártires, escribía: Si viésemos en la tierra el lugar por donde ha pasado un mártir, nos acercaríamos a él con respeto y lo besaríamos con gran reverencia (San Vicente de Paúl a las Hijas de la Caridad, el 19 de agosto de 1646). ¡Cuántos motivos tenemos para dar gracias a Nuestro Señor por haber concedido a esta Compañía el espíritu de martirio, luz y gracia que lo hace ver como algo grande, luminoso, esplendoroso y divino!, y añadía: Por uno que reciba el martirio, vendrán otros muchos; su sangre será como una semilla que dará fruto, y un fruto abundante (SVP IX, 1089).

Entre los sesenta nuevos mártires de la Familia Vicenciana serán beatificadas dos Hijas de Caridad, Sor Toribia (a la derecha) y Sor Dorinda (a la izquierda), a las que queremos que conozcáis.
 

BEATA TORIBIA MARTICORENA SOLA
Nacía Sor Toribia en Murugarren, pequeño pueblo del Valle de Yerri cerca de Estella (Navarra) en 1882, tercera de los seis hijos de Santiago y Manuela, agricultores acomodados. Deseando desde pequeña entregarse a Dios, a los 23 años solicitaba formalmente su entrada en la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Instruida en Madrid en el carisma de San Vicente Paúl y Santa Luisa de Marillac, en mayo de 1905 marchaba feliz a su primer destino en el Asilo Refugio de Granada. En el hospital de Valladolid en 1910 pronunciaba sus primeros votos, permaneciendo en él hasta que en 1921 era enviada al hospital militar de Larache en Marruecos, destacando como “hermana valiente que salía al campo de batalla para recoger a los soldados heridos en la guerra del Rif”.

En 1917 el Doctor Jorge Anguera y el párroco de San Adrián fundaban en una colina de Santa Coloma de Gramanet el Hospital del Espíritu Santo como sanatorio antituberculoso, regido por una junta bajo la presidencia del Obispo de Barcelona. Su médico director Dr. Don José Mª Barjau Martí estaba asistido por los doctores Juan Roset y Gerardo Manresa. El director llamaba a las Hijas de la Caridad, de las que ocho llegaban en 1929, entre ellas Sor Toribia a sus 47 años.
 

La viuda del Dr. Barjau describe a Sor Toribia: Tenía genio vivo. Era muy recta y muy limpia; no podía ver nada en el suelo, ni una colilla. Cuando tenía un enfermo muy grave, hasta que le acompañaba en el bien morir, ni comía ni dormía. Otro médico dice: Era alegre, campechana y animosa con los enfermos, que la querían muchísimo.
 
BEATA DORINDA SOTELO RODRÍGUEZ
Nació Dorinda en Lodoselo (Orense) en 1915, primera hija del modesto labrador Manuel y de Rosa. Destacó desde muy niña por su piedad, y dicen sus vecinos que era la primera en llegar siempre a la iglesia para la misa y el rosario y la última en marchar. Un día vio a unas Hermanitas de los pobres en la iglesia del pueblo y deseó ser como ellas.

A sus 15 años moría su madre, y tomó a su cargo el cuidado de la casa y la familia. Sintiendo la llamada de Dios a la vida religiosa pidió permiso a su padre, pero éste le dijo que aplazase su proyecto pues era muy necesaria en casa. Poco después, aconsejado por el párroco, el padre accedía, y la llevaba al aspirantado de las Hijas de la Caridad. Al despedirse de su padre y hermanos, en vista de los malos tiempos que se avecinaban, algunos intentaron disuadirla, pero Dorinda, dio esta profética respuesta: Aunque me den todo Lodoselo, no dejaré mi vocación; quiero ser religiosa, aunque me maten. Estoy dispuesta a morir por Cristo.

Admitida en la Compañía de las Hijas de la Caridad en Madrid, tras seis meses de formación, en 1934 marcharía feliz a sus 19 años hacia su primer y único destino: el sanatorio antituberculoso de Santa Coloma de Gramanet en Barcelona donde encontró una alegre comunidad de Hijas de la Caridad entregadas totalmente a Dios y al servicio de los enfermos.
 

Dª María Luisa Riu, esposa del Director del Hospital declara: Sor Dorinda era un angelito de 19 años, obediente y angelical. Mi esposo que era el Director del Sanatorio que trajo a las Hijas de la Caridad, tenía mucha estima de las dos; y su hija Montserrat Barjau Riu dice: Estas hermanas eran enfermeras del Sanatorio de mi padre, que estaba muy satisfecho de ellas, hasta el punto que cuando vino la persecución les ofreció su propio domicilio para proteger sus vidas. Eran unas buenas Hijas de la Caridad.

La Revolución desata la persecución religiosa
El 19 de julio Sor Dorinda despertó asustada por el ruido de las sirenas, y poco después veía el humo de la quema de iglesias y conventos de San Adrián y Santa Coloma. Los comités de ambos pueblos lucharon toda la noche por apoderarse del sanatorio, venciendo los de Santa Coloma, con lo que las Hermanas se libraron por el momento de la muerte que les habían anunciado los de San Adrián. El 30 de noviembre sería asesinado su capellán mosén Juan Camps Vergés.

El sanatorio del Espíritu Santo era obra social de la Iglesia dependiente del Obispado, dirigido por un médico católico y atendido por las Hijas de la Caridad, por lo que la revolución triunfante dispuso incautarlo y expulsar a su personal religioso. La Generalitat se hizo formalmente cargo del centro, y lo ocupó el Comité Antifascista. Pusieron otro director y todo cambió. Separaron a Sor Dorinda de la sala de enfermos y la bajaron a la cocina a preparar la comida para enfermos y milicianos. La superiora provincial le propuso gestionar su regreso a casa al ser sólo novicia que no había emitido votos, pero ella se negó. Los médicos intentaron dejar a las Hermanas con uniforme de enfermeras de las Cruz Roja, pero los milicianos se opusieron.

Ante el terror que impuso la revolución decía Sor Toribia: Con tal que se termine esta espantosa guerra, y no se ofenda más a Dios, poco importan nuestras vidas. Su expresión habitual era la que le había enseñado el párroco de Mataró, mosén José Samsó, ya beatificado: Que sea lo que Dios quiera, ¡Dios sobre todo! Su sobrino Juan Echeverría declarará que su tía aceptó la muerte por el Señor para confirmar su entrega al servicio de los pobres… no le importaba la muerte, con tal que la guerra terminara, pero sí le preocupaba el riesgo de ser violada.

Doctor Barjau, testigo ejemplar de Jesucristo
El 9 de agosto las Hermanas de la Caridad eran expulsadas del Sanatorio, y su director Dr. José María Barjau Martí proporcionó refugio a Sor Toribia y Sor Dorinda en casa de sus padres en calle Roger de Flor 135, 1º,2ª.

El Doctor Barjau, congregante de la Purificación y Presidente de la Asociación de Médicos Cristianos de los Santos Cosme y Damián, amenazado de muerte, dormía cada noche en lugar distinto. Tuvo que huir de Barcelona con su esposa y refugiarse en Santa Fe del Montseny. Dejó a sus hijos repartidos, a los mayores en casa de su buen amigo el doctor Gerardo Manresa, y al pequeño Francisco de 13 meses en su casa de la Avenida de las Corts Catalanas, 696 al cuidado de una sirvienta. El 27 de enero de 1938 fue detenido por agentes de la Generalitat en el pueblo donde se había refugiado, y llevado al vapor Argentina donde estuvo preso hasta ser juzgado por alta traición, siendo condenado a 20 años de trabajos forzados y conducido a la cárcel modelo. Se ofreció como médico de los reclusos, y contagiado del tifus, fue trasladado al hospital de san Pablo.
 

El Dr. Barjau (el primero por la izquierda), Presidente de la Asociación de Médicos Católicos, entrega un pergamino de reconocimiento a su antecesor, el Dr. Corominas. El primero por la derecha es el doctor Manresa.

El 31 de diciembre de 1938 moría prisionero en la más absoluta soledad. Su hermano que era religioso capuchino, padre José Oriol de Barcelona (Jaume Barjau Martí), había sido asesinado en el camino del Pouet de Manresa la noche del 24 al 25 de julio de 1936.

La Hermana Dorinda, a primeros de septiembre pasó de casa de los padres del Dr. Barjau al domicilio de éste para hacerse cargo del pequeño Francisco, y para que no estuviera sola vino también a refugiarse con ella la Hermana Toribia. Su esposa declara: Las dos estaban muy unidas. Se metían en la habitación donde dormían, y oíamos sus rezos. Un día las sorprendí en la cocina, arrodilladas, rezando el rosario. Sor Toribia se ocupaba de la casa y Sor Dorinda cuidaba al niño al que sacaba a pasear. El Dr. Barjau tenía en su domicilio un consultorio de tisiología, y ante su forzada ausencia, lo atendía su amigo el Dr. Manresa, pasando las dos religiosas como sus enfermeras.

Martirio de las dos Beatas en la víspera de Cristo Rey
Fueron delatadas por la antigua sirvienta, y a primeros de octubre sufrían un registro. La señora, que estaba aquel día en casa, las presentó como cocinera y niñera, pero las interrogaron por separado y no negaron ser Hijas de la Caridad. Al atardecer del 24 de octubre se presentaron seis patrulleros del Comité del Clot en dos coches. Bajaron a empellones a las Hermanas que se lamentaban por la situación en que quedaba el niño, que los milicianos entregaron a la portera. Sor Dorinda metió en el bolsillo del niño el número de teléfono de su madre y entregó las llaves a la portera para que las hiciera llegar al Dr. Manresa.

A media mañana del sábado 24 de octubre de 1936, vigilia de Cristo Rey, emprendían su escalada hacia el monte de mártires del Tibidabo con sus lámparas encendidas y aceite de repuesto. Allí les esperaba el Señor para darles merecida corona. Media docena de desalmados cumplían su macabra rutina diaria de regar con sangre inocente la tristemente famosa carretera de la Rabassada de Barcelona. En el cruce con la Carretera de las Aguas quedaron en la cuneta los cuerpos de las dos Hermanas.
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