SIERVO DE DIOS ANTONIO MOLLE LAZO
“Me mataréis, pero Cristo triunfará” (y 3)
Ese mismo día 10 se produjo un fuerte ataque de los milicianos frentepopulistas a Peñaflor, que cogió de sorpresa a los defensores; el pueblo finalmente no sería perdido por éstos al llegar refuerzos, pero entretanto se produjo el martirio de Antonio Molle.
Habiendo permanecido para defender a las Hermanas de la Cruz y a otras mujeres, en un acto de caballerosidad, fue apresado por los milicianos, que le sometieron a una tremenda paliza y a vejaciones, burlándose de él e intentando hacerle blasfemar y renegar de su fe. Gracias a algunos testigos, el relato de lo acontecido es bien conocido. Intentaron varias veces que gritara: “¡Muera la religión!” y “¡Viva Rusia!”; a lo cual sólo respondía: “¡Viva Cristo Rey!” y “¡Viva España!” También, cuando le amenazaban con ir a matarle y a beber su sangre, dijo: “Me mataréis, pero Cristo triunfará”. De los labios de Antonio, sin embargo, no se escuchó ningún insulto. Ante su negativa a blasfemar y a renegar de la fe, le mutilaron las orejas y le sacaron los ojos y parte de la nariz, pero únicamente decía: “¡Ay, Dios mío!” y seguía profesando: “¡Viva Cristo Rey!” Recibía golpes en todo el cuerpo, pero fundamentalmente en la cabeza. Sobre su pecho seguía llevando, también ensangrentado, el “detente” con el Corazón de Jesús sobre el fondo de la bandera española. Y, comprendiendo que llegaba ya su final, pues uno de los asesinos dijo que iba a dispararle, extendió cuanto pudo sus brazos en forma de cruz, colocó sus piernas asemejándose a las del Crucificado y, con todas cuantas fuerzas pudo sacar aún de su interior, gritó con voz potentísima: “¡Viva Cristo Rey!”.
Entonces le fusilaron así, en posición de cruz. Cayó al suelo de la carretera, con los brazos abiertos y cruzada su pierna derecha sobre la izquierda. Algunas gotas de sangre habían coloreado sus alpargatas blancas. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde. Conservaba todavía cierto movimiento y algunos quisieron rematarle, pero otro les gritó: “¡No arrematarlo, dejadlo que sufra!”. Sin embargo, muchos no se contentaron con esto y le volvieron a propinar golpes y cuchilladas. Finalmente, dejó de respirar y su corazón se detuvo. Murió en la carretera y quedó allí solo.
Fama de santidad
Las fuerzas nacionales consiguieron finalmente mantener Peñaflor y entonces se recogió el cadáver de Antonio. De inmediato, los testigos contaron el relato de lo sucedido y se le dio fama de muerte martirial. En la iglesia, restaurado el culto tras las destrucciones y la profanación, se celebró una Misa por su alma y por otros caídos en la localidad. Los restos de su sangre fueron también enseguida besados por la gente. El cadáver, con honores militares, fue trasladado a Jerez de la Frontera, donde recibió sepultura, y tiempo después se llevó desde el cementerio a la iglesia del Carmen ante el creciente número de visitas de devotos a su sepultura [bajo estas líneas].
Por suscripción popular se construyó un monumento conmemorativo en Peñaflor y pronto se difundió la fama de su muerte martirial por toda España. Durante la guerra, corrieron estampas y oraciones entre los combatientes y entre la población civil por miles y miles, e incluso llegaron a varios países de Europa y de América.
También empezaron a llegar noticias de curaciones atribuidas a él por intercesión milagrosa y se escribieron algunas biografías. Todo ello fomentó la idea de abrir el proceso de beatificación y canonización y se constituyó canónicamente ya en 1940 en el convento de Nuestra Señora del Carmen, de los Padres Carmelitas Calzados de Jerez de la Frontera, la “Junta de Cristo Rey”, actualmente Asociación de Fieles “Servidores de Cristo Rey”, desde la cual se trabaja en este fin, con gran empeño sobre todo por parte de Sixto de la Calle Jiménez, quien fue amigo de Antonio Molle.
Acaba de publicarse el Boletín de la causa de beatificación del siervo de Dios.