Lunes, 23 de diciembre de 2024

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[21.10] 02. San Antonio Mª Claret (2)

por Victor in vínculis

21 de octubre de 2017, 10h. Sagrada Familia de Barcelona · beatificación de 109 mártires claretianos · 1815 santos y beatos mártires de la persecución religiosa en España
 
Agradecemos a Hispania Martyr la elaboración de estos artículos como preparación espiritual para la beatificación de este sábado.

ANTONIO MARÍA CLARET SANTO FUNDADOR QUE QUISO SER MÁRTIR
 

Antonio Claret vive la persecución religiosa del trienio liberal
Antonio Claret Clará, quinto hijo de cristiana familia de 11 hermanos, nació en Sallent el 23 de diciembre de 1807 en vísperas del alzamiento popular contra Napoleón con el que empezó la Guerra de la Independencia. Su juventud estuvo marcada por la persecución religiosa impuesta por los gobiernos liberales tras la sublevación de Riego en 1820 y durante el trienio liberal.

A sus 14 años en 1821 vio angustiado como el general Rotten detenía a su obispo de Vic, monseñor Ramón Strauch, gran opositor de la obra revolucionaria de las Cortes de Cádiz, y lo llevaba preso a la Ciudadela de Barcelona. Y supo cómo a la entrada en Cataluña de los Cien Mil Hijos de San Luis, Rotten en su retirada lo sacó de la prisión el 15 de abril de 1823 y al llegar a Vallirana, con excusa de un falso ataque de los realistas, lo hizo fusilar.

El 4 de agosto de 1822 habían sido martirizados los mercedarios del Portell de Cervera y los padres Luis y Miguel Pujol de Escornalbou, y el 16 de septiembre asesinados trece eclesiásticos cerca de Manresa. En octubre fueron deportados los franciscanos de Barcelona, y el P. Codorniu de Riudoms era sacrificado y lanzado al río en Mora de Ebro. En este ambiente de persecución creció Antonio Claret.

Antonio Claret enviado a Barcelona a perfeccionar el oficio
Su padre, fabricante de hilados y tejidos, le puso pronto a trabajar en la fábrica, y en 1825, al cumplir los 17 años, lo envió a aprender las novedades del oficio a un buen taller de Barcelona donde se ganaba la vida con su trabajo, que compaginaba con el estudio del dibujo y la gramática. Eran tiempos de la popular guerra de los realistas malcontents contra los constitucionalistas del gobierno liberal de Fernando VII. Claret escribe: “el mayordomo de la fábrica me tomó afecto… era buen cristiano y realista por principios y por convicción, y muy bien me vinieron algunas lecciones de este Señor por haberme yo criado en una población como Sallent, que en aquel tiempo hasta el aire que se respiraba era constitucional.” (Autobiografía, 61).

Matanza de frailes propiciada por el gobierno liberal de María Cristina
El 29 de septiembre de 1833 moría Fernando VII y comenzaba la primera guerra carlista. En la noche del 17 de julio de 1834, con el bulo de que los frailes envenenaban las aguas, se perpetró en Madrid la matanza de frailes en que las turbas pasaron a cuchillo a ochenta religiosos de los conventos de San Isidro, San Francisco y Santo Tomás. El gobierno liberal les dejó hacer, y los asesinos le agradecieron su pasividad con la copla: ¡Muera Don Carlos, Viva Isabel!, ¡Muera Cristo, Viva Luzbel! Las matanzas de frailes de Madrid tuvieron su réplica en Reus y Barcelona, donde El Catalán, periódico liberal de Pascual Madoz, invitaba a las turbas al asesinato con este pareado: “a todo fraile mostén, cortémosle el cuello a cercén”. El 25 de julio, día de los incendios de Barcelona, se publicaba un decreto ordenando clausurar todos los conventos que no contasen con doce profesos. Se suprimieron 900 conventos en toda España, medida que el Jefe de Gobierno Conde de Toreno justificaba diciendo que los frailes: “que comúnmente nacen de la plebe, forman una demagogia indigna”.

Antonio Claret, misionero apostólico
El 13 de junio de 1835 Antonio Claret era ordenado sacerdote en Solsona y luego investido misionero apostólico, predicando durante siete años por toda Cataluña. Muy querido por unos y muy aborrecido por otros, escribe que aspiraba a ser asesinado por odio la fe:

“En la provincia de Tarragona me querían muchísimo, pero había unos cuantos que querían asesinarme. El Sr. Arzobispo lo sabía, y un día le dije: E. S., yo por eso no me arredro ni me detengo. Mándeme V. E. a cualquier punto de su diócesis, que gustoso iré, y, aunque sepa que en el camino hay dos filas de asesinos con el puñal en la mano esperándome. Mi ganancia sería morir asesinado en odio a Jesucristo. Todas mis aspiraciones han sido siempre morir en un hospital como pobre, en un cadalso como mártir, o asesinado por los enemigos de la Religión sacrosanta que dichosamente profesamos y predicamos, y quisiera yo sellar con mi sangre las virtudes y verdades que he predicado y enseñado” (465-467).

En 1850 era preconizado Obispo de Santiago de Cuba, y añadía a su nombre de Antonio el de María. Al poco de llegar escribe: “Los enemigos de España no me podían ver, y decían que más daño les hacía el Arzobispo de Santiago que todo el ejército, y que mientras estuviera en la Isla no podrían adelantar en sus planes, y por esto intentaron quitarme la vida” (524).

Fallido atentado contra su vida
Fue en la ciudad de Holguín el 1 de febrero de 1856, y así lo cuenta Mons. Claret: “Dirigí la marcha a la ciudad de Holguín. Hacía algunos días que me hallaba muy fervoroso y deseoso de morir por Jesucristo… tenía hambre y sed de padecer trabajos y derramar la sangre por Jesús y María; aun en el púlpito decía que deseaba sellar con la sangre de mis venas las verdades que predicaba.

 

El 1 de febrero, víspera de la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María, les prediqué de este adorable misterio. El sermón duró hora y media. Al concluir la función salí de la Iglesia, y en la calle Mayor se acercó un hombre como si me quisiera besar el anillo, pero al instante alargó el brazo armado con una navaja de afeitar y descargó el golpe con toda su fuerza. Pero como yo llevaba la cabeza inclinada y con el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la boca, en lugar de cortarme el pescuezo como intentaba, me rajó la cara, desde frente [a] la oreja hasta la punta de la barba, y de escape me hirió el brazo derecho” (573-575).

“Por donde pasó la navaja partió toda la carne hasta rajar el hueso o las mandíbulas superior e inferior. Así es que la sangre salía igualmente por fuera como por dentro de la boca… dijeron los facultativos que la sangre que había salido por las heridas no bajaba de cuatro libras y media” (576).

“Inexplicable el gozo sentía al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor de Jesús y de María”.

“Los facultativos trataban de hacer una operación dolorosa; quedamos para el día siguiente. Yo me encomendé a la Santísima Virgen María y me ofrecí y resigné a la voluntad de Dios, y al instante quedé curado; por manera que, cuando los facultativos al día siguiente vieron el prodigio, quedaron asombrados” (579).

“No puedo explicar el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor de Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades evangélicas. Y hacía subir de punto mi contento el pensar que esto era como una muestra de lo que con el tiempo lograría, que sería derramarla toda y consumar el sacrificio con la muerte. Me parecía que estas heridas eran como la circuncisión de Jesús, y que después con el tiempo tendría la dichosa e incomparable (suerte) de morir en la cruz de un patíbulo, de un puñal de asesino o de otra cosa así” (577).

“El asesino fue cogido en el acto y llevado a la cárcel. Se le formó causa y el juez dio la sentencia de muerte, no obstante que yo, en las declaraciones que me había tomado, dije que le perdonaba como cristiano, como Sacerdote y como Arzobispo. Le supliqué el indulto al Capitán General de la Habana, D. José de la Concha, y le dije que le sacaran de la Isla para que la gente no le asesinara, como se temía, por haberme herido”.

“Me ofrecí a pagarle el viaje para que le llevaran a su tierra, que era de la Isla de Tenerife. Se llamaba Antonio Pérez, conocido como el Isleño, a quien yo el año anterior había hecho sacar de la cárcel sin conocerle, y en el año siguiente me hizo el favor de herirme. Digo favor porque yo lo tengo a grande favor que [me] hizo el Cielo, de lo que estoy sumamente complacido, y estoy dando gracias a Dios y a María Santísima continuamente” (583- 584).

Este atentado, obra de un sicario, pero fruto de una conspiración, será el catalizador de la espiritualidad martirial de san Antonio María Claret. Así lo confirmaría en diciembre de 1869 en la basílica vaticana durante el Concilio Vaticano aludiendo a las heridas recibidas en Holguín: “Llevo en mi cuerpo las señales de la pasión de Cristo, ¡ojalá pudiera, confesando la infalibilidad del Papa derramar toda mi sangre de una vez!”.
 
Monseñor Claret vuelve a España como confesor real y las Logias intentan de nuevo asesinarle en Madrid
Escribe monseñor Claret que en marzo de 1857 “llevaba unos días de misión en la Iglesia de San Francisco, cuando recibí una Real Orden para que pasara a Madrid, pues había muerto el Arzobispo de Toledo, confesor que era de S. M., y me había elegido a mí”, y, llegado a Madrid, el 5 de junio era nombrado Confesor de Su Majestad (587).

El 15 de octubre de 1859, día de Santa Teresa, debía ser asesinado
“El asesino entró en la Iglesia de San José de Madrid, calle de Alcalá, pero se convirtió por intercesión de San José, como el Señor me lo dio a conocer. El asesino me vino a hablar y me dijo que era uno de las logias secretas, y mantenido por ellas, y que le había caído en suerte el haberme de asesinar, y que, si no me asesinaba dentro de cuarenta días, él sería asesinado, como él mismo había asesinado a otros que no habían cumplido. El que me había de asesinar lloró, me abrazó, y se fue a esconder para que no le matasen a él por no haber cumplido su encargo” (688).
 

Iglesia de San José de Madrid, donde un sicario debía asesinar al Padre Claret
 
Juicio del Padre Claret sobre los males de España
El Padre Claret ha sido calumniado acusándole de haber sido faccioso trabucaire en su juventud, y de haberse entrometido luego en política cortesana mediante su cargo de confesor regio.

Frente a quienes le acusaban de prevalerse de su cargo, el arzobispo Claret escribió en su Autobiografía:

“Dios me ha mandado a este destino para que sea mi purgatorio, en que purgue y pague los pecados de mi vida pasada. En todos los años de mi vida no he padecido tanto como desde que estoy en la Corte. Siempre estoy suspirando por salir. Soy como un pájaro enjaulado, que va siguiendo las varitas para ver si puede escapar. Casi me habría alegrado de una revolución para que me hubiesen echado (621).

Premonición que pronto vería cumplida.

“En materias de política, jamás me he querido meter ni antes que era mero sacerdote ni ahora tampoco… considero que actualmente la España es como una mesa de juego; los jugadores son los dos partidos… que, al fin y al cabo, no son más que jugadores que tratan de ganar el tanto y tener el orgullo de mandar a los demás o el lucro del sueldo más crecido; por manera que el móvil de la política y de los partidos no es más que la ambición, el orgullo y la codicia” (629).

En su Autobiografía emite este sobrenatural juicio sobre la política española:

El día 27 de agosto de 1861, durante la bendición del Santísimo Sacramento que di después de la Misa, el Señor me hizo conocer los tres grandes males que amenazan la España, y son: la descatolización, la república y el comunismo. Para atajar a estos tres males me dio a conocer que se habían de aplicar tres devociones: el Trisagio, el Santísimo Sacramento y el Rosario. El Trisagio, rezándolo cada día. El Santísimo Sacramento, oyendo la Misa, recibiéndole con frecuencia y devoción, sacramental y espiritualmente. El Rosario, rezando las tres partes cada día, o a lo menos una; meditando los misterios” (695-696).

“El día 11 de mayo de 1862, hallándome en la Capilla de Palacio de Aranjuez en la reserva del Santísimo Sacramento, me ofrecí a Jesús y a María para predicar, exhortar y a pasar trabajos y la muerte misma, y el Señor se dignó aceptarme” (698).
 
El siervo de Dios Francisco Crusats, protomartir de la Congregación Claretiana: “Éste me pasará delante”
Unas semanas antes de que el padre Crusats fuera asesinado, el arzobispo Claret dijo de él: “Éste me pasará delante en la gloria del martirio” (Epistolario Claretiano, E.C. II, p. 1298). La corona que tanto deseó para sí su santo Fundador, Dios la tenía reservada para su compañero el padre Francisco Crusats Franch, primero de los centenares de misioneros claretianos que luego la conseguirían.

Francisco Crusats fue ordenado presbítero en 1858 en Vic, y la espiritualidad y el modo de misionar al pueblo le llevaron a incorporarse a la Congregación del padre Claret pocos meses después. Predicó como misionero por tierras de Cataluña evangelizando a niños y campesinos, que pronto le llamaron el “santo Crusats”, siendo destinado luego a misiones populares por Castilla.

La Revolución de septiembre de 1868 sumió a España en el desorden, y, como toda Revolución, desató persecución anticatólica con asaltos e incendios de iglesias y conventos. El Gobierno quiso ensañarse especialmente con la Congregación del confesor regio, suprimiéndola por decreto de 18 de octubre, y sus misioneros tuvieron que marchar a Francia. El Padre Crusats, recién llegado de Segovia, se hallaba en la comunidad de Selva del Campo en Tarragona, y a la vista de los acontecimientos, preguntó al superior: “En la revolución que se avecina, si nos matan, ¿seremos verdaderos mártires?” Un secreto presentimiento le hacía repetir estas jaculatorias: “¡Que venga tu Reino! ¡Señor, traspásame el corazón antes que desertar de mi vocación! ¡Quién pudiera derramar la sangre por Cristo!”.

La noche del 30 de septiembre, escopeteros de la libertaria ciudad de Reus se presentaban en el vecino pueblo de la Selva del Camp, y con teas encendidas asaltaban el convento claretiano. Cuatro hermanos pudieron fugarse por el huerto, y varios padres refugiarse en lo alto de la iglesia mirando la lamparita del Sagrario. Forzadas las puertas, los invasores se encuentran en el claustro con los Padres Reixac y Crusats. En medio de la confusión el primero consigue esconderse, pero el P. Crusats con actitud serena les dice: “¿Qué queréis?, hermanos”. Por respuesta recibe insultos, amenazas y golpes, hasta que un cuchillo le corta la yugular, cayendo en tierra, bañado en su sangre. Quieren incendiar el convento, pero el alcalde de La Selva con gente llegada del pueblo, tras violentas discusiones les obliga a marcharse. Los salvadores preguntan: ¿Cuántos muertos hay? Sólo uno: el Padre Crusats. En su losa sepulcral se lee: “insigne por la candidez de su espíritu y celo de la salvación de las almas”. El Padre Claret escribiría: “Demos gracias al Señor y a su Santísima Madre que se han dignado aceptar las primicias de los mártires. Yo deseaba muchísimo ser el primer mártir de la Congregación, pero no he sido digno, y otro me ha ganado la mano.  Doy el parabién al mártir y santo Crusats y a todos los de la Congregación, por la dicha que tiene de ser perseguida” (E.C. II, p. 1297).
 
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