Postal desde el monasterio de Silos
¡Qué bien se está en Silos, en la hospedería del Monasterio, participando con los monjes en el rezo de las horas, concelebrando con ellos la misa coral, charlando con el prior de la comunidad, padre Moisés Salgado, por la huerta extensa en terreno e intensa en árboles frutales y variadas hortalizas! Vivir unos días en Silos constituye, sin duda, una experiencia única, porque es, como si de pronto detuviéramos nuestra vida y nos internáramos por una senda de silencio, mientras sentimos en el rostro la brisa monacal: silencio, orden, estética, historia viva, claustros poblados de pasos iluminados por la fe y por el misterio. El hombre moderno necesita hoy más que nunca encontrarse con el misterio que alumbre las auténticas verdades y valores. Estamos metidos de lleno en la sociedad de la "postverdad". Ya no se trata solo de una característica peculiar de una persona concreta, sino de una táctica, una manera de enfocar la relación con los ciudadanos en la que lo que se dice, se mantiene y reafirma puede ser absolutamente mentira, sin que eso tenga la menor relevancia. La negación absoluta de los hechos, de los datos y de la evidencia, sin la menor precaución ni decencia, está a la orden del día en conferencias de prensa, comparecencias públicas y discursos. La palabra se ha puesto de moda, pero es vieja. Incluso Sócrates murió por oponerse a la "postverdad de los sofistas. Lo peor de todo es esta especie de perversión por la que hoy la gente admite que hay palabras que se dicen que no se atienen a la realidad, sino que la ocultan, pero no les importa, porque "funcionan". La mentira está hoy superada. Vivimos en la "postverdad" de lo que dice la prensa, los politicos, los que hacen promesas que sabemos que nunca se cumplirán. Por todo esto, vivir en el monasterio de Silos supone siempre un encuentro con la verdad desnuda, enraizada en la Palabra de Dios, que se canta y proclama en un gregoriano con poder de convocatoria. En torno al coro de los monjes, los grupos de visitantes, en su peculiar búsqueda de paz y de sosiego. Y luego, en el claustro central, el ciprés, elevado a su categoría mítica por el poeta Gerardo Diego, quien en el verano de 1924, concretamente al atardecer del dia 3 de julio, llegó a Silos, con tres amigos y allí permaneció 24 horas. Después de cenar, y mientras recorría el claustro, se sintió cautivado por la presencia del ciprés y compuso un soneto que expresa, de manera sencilla y espontánea, el deseo de elevación espiritual. A la mañana siguiente, antes de partir, lo dejó escrito en el libro de firmas del cenobio. En su visita a Silos, Julio Anguita dejó escrito que "escuchando gregoriano se tienen esos momentos, que ojalá todos los tengan, de encontrarse con uno mismo, con serenidad, sin necesidad de apartarse del mundo". Silos deja en alma la suficiente paz para la batalla, el misterio encendido para continuar la búsqueda.Porque, como dice el prior Moisés Salgado, "todos somos buscadores de Dios".
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