¿Qué hacía padre Pío en 1936?
Vamos a conocer el episodio de la vida de algunos santos durante los trágicos días de la persecución religiosa en la España de 1936. Hoy es el turno de San Pío de Pietrelcina. El 20 de febrero de 1971, apenas tres años después de su muerte, el beato Pablo VI, dirigiéndose a los Superiores de la orden Capuchina, dijo de él: «¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Por qué era un sabio? ¿Por qué tenía medios a su disposición? Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento».
Francesco Forgione nace en Pietrelcina el 25 de mayo de 1887. Su familia era de clase humilde, trabajadora y muy devota. Desde niño mostró mucha piedad e incluso actitudes de penitencia. Su infancia se caracterizó por una salud frágil y enfermiza. Es desde esta edad donde manifestó un gran deseo por el sacerdocio, nacido por el encuentro que tiene con un fraile capuchino del convento de Morcone (a 30 km de Pietrelcina) llamado Fray Camillo quien pasaba por su casa pidiendo limosna. Su padre tuvo que emigrar a América para poder pagar sus estudios, en 1898 a Estados Unidos y en 1910 a Argentina. Desde su niñez sufrió los que él llamaba «encuentros demoníacos», que lo acompañarán a lo largo de su vida. Amigos y vecinos testificaron que en más de una ocasión lo vieron pelear con su propia sombra.
El 6 de enero de 1903, con 16 años, fue aceptado como novicio en el convento de Morcone. El 22 de enero de 1904 pronunció sus votos temporales. El 25 de enero de ese mismo año se trasladó al convento de Sant’Elía para continuar con sus estudios. Es en este convento donde sucede su primera bilocación asistiendo al nacimiento de Giovanna Rizzani, hija de un conocido masón y futura hija espiritual suya, nacida en Udine, Venecia, lejos de donde físicamente se encontraba el padre Pío en ese momento.
El 27 de enero de 1907 hizo la profesión de sus votos solemnes. En esta época la gente de su pueblo confiaba en él, pidiéndole consejo, y así Francisco empezó una dirección de almas. El 10 de agosto de 1910 fue consagrado sacerdote en la catedral de Benevento. Pero permaneció con su familia hasta 1916 por motivos de salud.
Cuando el Padre Pío cantó su primera Misa solemne, su antiguo confesor, el P. Agostino, dirigió a su pupilo en el sermón unas palabras que se mostraron proféticas: “No tienes mucha salud, no puedes ser un predicador. Te deseo, pues, que seas un gran confesor”. Décadas más tarde alguien le preguntó qué misión Cristo le había encomendado; el santo capuchino respondió con sencillez: “¿Yo? Yo soy confesor”.
Los prodigiosos dones místicos recibidos de la Providencia no eran sino un anzuelo para arrastrar a las almas a purificarse de sus pecados en el sacramento de la Reconciliación. Pasaba hasta 15 horas al día en el confesionario. A sus pies se arrodillaban personas de todas las edades y condiciones sociales, hasta obispos y sacerdotes, en busca de absolución, consejo y paz de alma. Las colas para confesarse eran enormes, al punto de hacer necesaria la distribución de números con que ordenar la atención.
En septiembre de 1916 fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo, donde vivió hasta su muerte. Durante la Primera Guerra Mundial sirvió en el cuerpo médico italiano (19171918).
El día 25 de mayo de 1917 merece ser registrado en su larga y santa vida. Cumplió 30 años; y mientras rezaba en el coro de la iglesia, fue agraciado con los estigmas de la crucifixión de Jesús, que permanecerán en él por más de 50 años.
Muy pronto miles de personas acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besarle las manos, confesarse con él y asistir a sus misas. Se trató del primer sacerdote estigmatizado. Por mandato de la Santa Sede, el padre Pío pasó 10 años -de 1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior.
Padre Pío de Pietrelcina y España
En su biografía se dirá, por ejemplo, que en 1921 recibía unas setenta cartas cada día… “en gran parte ahora de España, Brasil, Argentina… -explica el capuchino padre Ignazio de Jelsi que le atendía, entre otras cosas, con la correspondencia- las cartas describen miserias, malarias, aflicciones espirituales y piden la ayuda de las oraciones del padre Pío”.
Las siguientes referencias respecto a su relación con España se refieren al trato que tuvo -una visita en Pietrelcina y una carta- con Conchita, una de las videntes de Garabandal.
Menos conocido en este episodio que comienza en 1919 y termina en 1936, en Paracuellos del Jarama.
Los diez años en Italia del beato Guillermo Llop
El beato Guillermo Llop Gayá o.h. vivió en la provincia romana de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios[1] desde el 12 de diciembre de 1912. Fue acogido en el Hospital de San Juan Cabilita en la Isla Tiberina, donde le nombraron Director de la Escolanía y después Maestro de los novicios, el 14 de mayo de 1919. El 8 de diciembre de 1919 el Capítulo Provincial de la Provincia Romana le nombró prior del Hospital de San Sebastián de Frascati, donde se quedó hasta el 21 de mayo de 1922 y, al final, se volvió a España.
En noviembre de 1919 acompañó a San Giovanni Rotondo a algunos hospitalarios españoles, venidos a Roma para el Capítulo General, y pudo conversar con el padre Pío de Pietrelcina, que le predijo: “-Usted morirá mártir”. He tenido modo de confirmar esta profecía, entrevistando en Granada a Fray Tomás Mena Ayala, mientras era sacristán de la Basílica de San Juan de Dios, encargo que mantuvo desdes 1982 hasta 2005, en que a los 88 años y 65 de vida religiosa entregó su alma a Dios. Él entró en el postulantado de Ciempozuelos el 26 de septiembre de 1935 e inició el noviciado el 7 de diciembre, pero el 9 de agosto de 1936 fue, juntamente con toda la Comunidad, encarcelado en el colegio de San Antón de Madrid, transformado en cárcel por el Gobierno. El Hno. Guillermo, que compartió prisión con él hasta su martirio el 28 de noviembre de 1936, muchas veces mencionó la profecía que le había hecho san Pío de Pietrelcina.
Beato Guillermo Llop Gaya, OH
Nace el 10 de noviembre de 1880 en Villarreal de los Infantes, Castellón, y entra en la Orden en 1898. Forma parte de varias comunidades de España, en Italia 19121922) y en Chile (19221928). Elegido Provincial (19281934), lleva a cabo grandes reformas en los hospitales, remarcando sobre el aspecto moral y la preparación científica de los jóvenes religiosos.
Funda la revista «Caridad y Ciencia» y hace que la Orden en 1929 participe en la magna exposición misionera de Barcelona. Reza largamente para «resolver sus papeletas» y prepara la división de la Orden en España en las tres Provincias actuales.
En la persecución religiosa se esfuerza por salvar a la comunidad y en la cárcel instaura «las pacomias», paseos reforzantes en el patio.
Los carceleros le decían: «Anda, bandido, ¿no les has pervertido bastante en el convento que sigues enseñándoles cosas malas? Te vamos a pegar cuatro tiros».
Está persuadido de su próximo fin, pero se considera indigno: «No, no; ¡no me caerá esa breva! Sería tan feliz que no me cambiaría por nadie».
Una vez le llamaron: «Eh, tú, frailón, ven acá»; le intimaron a blasfemar, pero él respondió: «Eso jamás»; los milicianos de nuevo: «Te pegaremos un tiro»; y él: «pueden darme ustedes ciento; no lo conseguirán jamás; estoy dispuesto a sufrir mil muertes antes que ofender a Dios».
En la madrugada del 28 de noviembre, al escuchar su nombre en la lista, se despide sereno, reflexivo, de los Hermanos con un abrazo: «Hasta el cielo»; maniatado, es llevado a Paracuellos del Jarama y fusilado. Tenía 56 años. Fue sepultado en una fosa común y no se conservan sus restos. Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II en Roma el 25 de octubre de 1992.
A raíz de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el padre fundó los «Grupos de Oración del Padre Pío». Los grupos se multiplicaron por toda Italia y el mundo. A la muerte del padre los grupos eran 726 y contaban con 68.000 miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1400 grupos con más de 150.000 miembros.
Las enfermedades del Padre Pío desconcertaron a cuanto médico las trató. Antes de los 30 años lo examinó un especialista en enfermedades pulmonares, que
le pronosticó pocas semanas de vida… y vivió aún más de medio siglo. Sus estigmas sangraron diariamente por más de cincuenta años, sin nunca infectarse ni cicatrizar.
Padre Pío y la Virgen de Fátima (recuerdo en este 2017, del centenario)
El 25 de abril de 1959 los médicos le diagnosticaron bronconeumonía complicada con pleuresía, que lo obligó a un reposo absoluto. Esto lo hacía sufrir, por privarlo de ejercer su ministerio para bien de las almas.
Ese mismo día llegó a Italia la imagen de Nuestra Señora de Fátima. En San Giovanni Rotondo fue recibida por el Arzobispo y todo el clero de la región, junto a una multitud de fieles.
El Padre Pío les había dicho: “Abramos nuestros corazones a la confianza y a la esperanza. Ella viene con las manos llenas de gracias y bendiciones. Debemos amar a nuestra madre celestial con perseverancia, y no nos abandonará en la pena cuando se vaya de aquí".
Moviéndose en silla de ruedas, el santo había podido besar los pies de la imagen sagrada y colocar un rosario entre sus manos. Por la tarde la imagen partió en helicóptero desde la terraza del hospital con destino a Sicilia, dando tres vueltas sobre al convento para una última bendición a la muchedumbre reunida en la plaza.
El Padre Pío, que miraba todo desde una ventana, no pudo contenerse y exclamó:
-¡Señora, Madre mía! Desde que has entrado a Italia estoy enfermo… ¿Ahora te vas y me dejas así!?
En el acto sintió un “escalofrío en los huesos” y dijo a sus hermanos presentes:
-¡Estoy curado!
Y lo estaba de verdad. El 10 de agosto pudo celebrar misa nuevamente, afirmando: “Estoy sano y fuerte como nunca en mi vida".
La hermana muerte lo sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. Sus funerales se caracterizaron por una extraordinaria concurrencia de personas.
Francesco Forgione nace en Pietrelcina el 25 de mayo de 1887. Su familia era de clase humilde, trabajadora y muy devota. Desde niño mostró mucha piedad e incluso actitudes de penitencia. Su infancia se caracterizó por una salud frágil y enfermiza. Es desde esta edad donde manifestó un gran deseo por el sacerdocio, nacido por el encuentro que tiene con un fraile capuchino del convento de Morcone (a 30 km de Pietrelcina) llamado Fray Camillo quien pasaba por su casa pidiendo limosna. Su padre tuvo que emigrar a América para poder pagar sus estudios, en 1898 a Estados Unidos y en 1910 a Argentina. Desde su niñez sufrió los que él llamaba «encuentros demoníacos», que lo acompañarán a lo largo de su vida. Amigos y vecinos testificaron que en más de una ocasión lo vieron pelear con su propia sombra.
El 6 de enero de 1903, con 16 años, fue aceptado como novicio en el convento de Morcone. El 22 de enero de 1904 pronunció sus votos temporales. El 25 de enero de ese mismo año se trasladó al convento de Sant’Elía para continuar con sus estudios. Es en este convento donde sucede su primera bilocación asistiendo al nacimiento de Giovanna Rizzani, hija de un conocido masón y futura hija espiritual suya, nacida en Udine, Venecia, lejos de donde físicamente se encontraba el padre Pío en ese momento.
El 27 de enero de 1907 hizo la profesión de sus votos solemnes. En esta época la gente de su pueblo confiaba en él, pidiéndole consejo, y así Francisco empezó una dirección de almas. El 10 de agosto de 1910 fue consagrado sacerdote en la catedral de Benevento. Pero permaneció con su familia hasta 1916 por motivos de salud.
Cuando el Padre Pío cantó su primera Misa solemne, su antiguo confesor, el P. Agostino, dirigió a su pupilo en el sermón unas palabras que se mostraron proféticas: “No tienes mucha salud, no puedes ser un predicador. Te deseo, pues, que seas un gran confesor”. Décadas más tarde alguien le preguntó qué misión Cristo le había encomendado; el santo capuchino respondió con sencillez: “¿Yo? Yo soy confesor”.
Los prodigiosos dones místicos recibidos de la Providencia no eran sino un anzuelo para arrastrar a las almas a purificarse de sus pecados en el sacramento de la Reconciliación. Pasaba hasta 15 horas al día en el confesionario. A sus pies se arrodillaban personas de todas las edades y condiciones sociales, hasta obispos y sacerdotes, en busca de absolución, consejo y paz de alma. Las colas para confesarse eran enormes, al punto de hacer necesaria la distribución de números con que ordenar la atención.
En septiembre de 1916 fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo, donde vivió hasta su muerte. Durante la Primera Guerra Mundial sirvió en el cuerpo médico italiano (19171918).
El día 25 de mayo de 1917 merece ser registrado en su larga y santa vida. Cumplió 30 años; y mientras rezaba en el coro de la iglesia, fue agraciado con los estigmas de la crucifixión de Jesús, que permanecerán en él por más de 50 años.
Muy pronto miles de personas acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besarle las manos, confesarse con él y asistir a sus misas. Se trató del primer sacerdote estigmatizado. Por mandato de la Santa Sede, el padre Pío pasó 10 años -de 1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior.
Padre Pío de Pietrelcina y España
En su biografía se dirá, por ejemplo, que en 1921 recibía unas setenta cartas cada día… “en gran parte ahora de España, Brasil, Argentina… -explica el capuchino padre Ignazio de Jelsi que le atendía, entre otras cosas, con la correspondencia- las cartas describen miserias, malarias, aflicciones espirituales y piden la ayuda de las oraciones del padre Pío”.
Las siguientes referencias respecto a su relación con España se refieren al trato que tuvo -una visita en Pietrelcina y una carta- con Conchita, una de las videntes de Garabandal.
Menos conocido en este episodio que comienza en 1919 y termina en 1936, en Paracuellos del Jarama.
Los diez años en Italia del beato Guillermo Llop
El beato Guillermo Llop Gayá o.h. vivió en la provincia romana de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios[1] desde el 12 de diciembre de 1912. Fue acogido en el Hospital de San Juan Cabilita en la Isla Tiberina, donde le nombraron Director de la Escolanía y después Maestro de los novicios, el 14 de mayo de 1919. El 8 de diciembre de 1919 el Capítulo Provincial de la Provincia Romana le nombró prior del Hospital de San Sebastián de Frascati, donde se quedó hasta el 21 de mayo de 1922 y, al final, se volvió a España.
En noviembre de 1919 acompañó a San Giovanni Rotondo a algunos hospitalarios españoles, venidos a Roma para el Capítulo General, y pudo conversar con el padre Pío de Pietrelcina, que le predijo: “-Usted morirá mártir”. He tenido modo de confirmar esta profecía, entrevistando en Granada a Fray Tomás Mena Ayala, mientras era sacristán de la Basílica de San Juan de Dios, encargo que mantuvo desdes 1982 hasta 2005, en que a los 88 años y 65 de vida religiosa entregó su alma a Dios. Él entró en el postulantado de Ciempozuelos el 26 de septiembre de 1935 e inició el noviciado el 7 de diciembre, pero el 9 de agosto de 1936 fue, juntamente con toda la Comunidad, encarcelado en el colegio de San Antón de Madrid, transformado en cárcel por el Gobierno. El Hno. Guillermo, que compartió prisión con él hasta su martirio el 28 de noviembre de 1936, muchas veces mencionó la profecía que le había hecho san Pío de Pietrelcina.
Beato Guillermo Llop Gaya, OH
Nace el 10 de noviembre de 1880 en Villarreal de los Infantes, Castellón, y entra en la Orden en 1898. Forma parte de varias comunidades de España, en Italia 19121922) y en Chile (19221928). Elegido Provincial (19281934), lleva a cabo grandes reformas en los hospitales, remarcando sobre el aspecto moral y la preparación científica de los jóvenes religiosos.
Funda la revista «Caridad y Ciencia» y hace que la Orden en 1929 participe en la magna exposición misionera de Barcelona. Reza largamente para «resolver sus papeletas» y prepara la división de la Orden en España en las tres Provincias actuales.
En la persecución religiosa se esfuerza por salvar a la comunidad y en la cárcel instaura «las pacomias», paseos reforzantes en el patio.
Los carceleros le decían: «Anda, bandido, ¿no les has pervertido bastante en el convento que sigues enseñándoles cosas malas? Te vamos a pegar cuatro tiros».
Está persuadido de su próximo fin, pero se considera indigno: «No, no; ¡no me caerá esa breva! Sería tan feliz que no me cambiaría por nadie».
Una vez le llamaron: «Eh, tú, frailón, ven acá»; le intimaron a blasfemar, pero él respondió: «Eso jamás»; los milicianos de nuevo: «Te pegaremos un tiro»; y él: «pueden darme ustedes ciento; no lo conseguirán jamás; estoy dispuesto a sufrir mil muertes antes que ofender a Dios».
En la madrugada del 28 de noviembre, al escuchar su nombre en la lista, se despide sereno, reflexivo, de los Hermanos con un abrazo: «Hasta el cielo»; maniatado, es llevado a Paracuellos del Jarama y fusilado. Tenía 56 años. Fue sepultado en una fosa común y no se conservan sus restos. Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II en Roma el 25 de octubre de 1992.
A raíz de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el padre fundó los «Grupos de Oración del Padre Pío». Los grupos se multiplicaron por toda Italia y el mundo. A la muerte del padre los grupos eran 726 y contaban con 68.000 miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1400 grupos con más de 150.000 miembros.
Las enfermedades del Padre Pío desconcertaron a cuanto médico las trató. Antes de los 30 años lo examinó un especialista en enfermedades pulmonares, que
le pronosticó pocas semanas de vida… y vivió aún más de medio siglo. Sus estigmas sangraron diariamente por más de cincuenta años, sin nunca infectarse ni cicatrizar.
Padre Pío y la Virgen de Fátima (recuerdo en este 2017, del centenario)
El 25 de abril de 1959 los médicos le diagnosticaron bronconeumonía complicada con pleuresía, que lo obligó a un reposo absoluto. Esto lo hacía sufrir, por privarlo de ejercer su ministerio para bien de las almas.
Ese mismo día llegó a Italia la imagen de Nuestra Señora de Fátima. En San Giovanni Rotondo fue recibida por el Arzobispo y todo el clero de la región, junto a una multitud de fieles.
El Padre Pío les había dicho: “Abramos nuestros corazones a la confianza y a la esperanza. Ella viene con las manos llenas de gracias y bendiciones. Debemos amar a nuestra madre celestial con perseverancia, y no nos abandonará en la pena cuando se vaya de aquí".
Moviéndose en silla de ruedas, el santo había podido besar los pies de la imagen sagrada y colocar un rosario entre sus manos. Por la tarde la imagen partió en helicóptero desde la terraza del hospital con destino a Sicilia, dando tres vueltas sobre al convento para una última bendición a la muchedumbre reunida en la plaza.
El Padre Pío, que miraba todo desde una ventana, no pudo contenerse y exclamó:
-¡Señora, Madre mía! Desde que has entrado a Italia estoy enfermo… ¿Ahora te vas y me dejas así!?
En el acto sintió un “escalofrío en los huesos” y dijo a sus hermanos presentes:
-¡Estoy curado!
Y lo estaba de verdad. El 10 de agosto pudo celebrar misa nuevamente, afirmando: “Estoy sano y fuerte como nunca en mi vida".
La hermana muerte lo sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. Sus funerales se caracterizaron por una extraordinaria concurrencia de personas.
[1] Giuseppe MAGLIOZZI PIRRO O.H., artículo publicado en Archivo Hospitalario. Nº 10. Año 2012 (413-432).
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