Con Cristo en la cárcel
por Sólo Dios basta
Llego de la capilla y me pongo a escribir. Lo de anoche es algo increíble. No pensaba que algún día en mi vida sacerdotal me iba a encontrar con esta situación: ¡se han llevado al Señor preso en las vísperas del Triduo Pascual! Ha sido la noche del Martes al Miércoles Santo. De noche, en la hora de las tinieblas, cuando parece que todos duermen, los hijos de la noche entran en acción. Satanás está despierto, se mueve y anima a sus secuaces a cometer una ofensa terrible: robar formas del sagrario del Santuario del Carmen de Calahorra.
Esa noche no duermo en el convento porque la tarde del Martes Santo sale en procesión por Logroño mi cofradía, La Flagelación de Jesús, y ahora que estoy cerca de Logroño no pierdo la oportunidad de acudir con mis padres a ver salir el paso que tantas veces he contemplado desde niño y hasta que me fui al seminario y después al Carmelo Descalzo en que ya no era tan fácil vivir la Semana Santa en Logroño.
Vuelvo a Calahorra y al mediodía, al saludar a nuestra cocinera, me dice muy asustada que vaya con ella a la sacristía, que han entrado esta noche. Voy con ella. Llegamos y veo la realidad: la ventana cerrada después de encontrársela ella abierta y una parte del cristal roto y los barrotes gruesos externos forzados para poder pasar alguien por ahí y acceder al interior. Me dice y confirmo que no se han llevado nada. No hay cajones abiertos ni nada tirado. Pero en realidad sí que se han llevado algo. ¡Han robado formas consagradas! ¡Dios mío! ¡Mi Señor en estos días puesto en manos de crueles carceleros que se lo llevan preso donde sólo ellos saben! ¿Y por qué descubrimos que ha sucedido este terrible desastre? Porque junto a la puerta que da a la huerta estaba la llave del sagrario y además las puertas que dan acceso a la iglesia están sin los cerrojos echados. Entonces con gran respeto y dolor salgo con la cocinera a la iglesia y abro el sagrario. Me arrodillo, respiro con paz, y veo cómo está dentro. ¡El copón se encuentra bien, pero la tapa no está bien puesta! ¡Menos mal que no han tirado las formas por el suelo o se lo han llevado todo, que era mi sentimiento! Sólo algunas, pero con eso vale. ¡Cristo está en la cárcel! En manos de alguien que no ama al Amor de los amores. ¡Qué dolor! ¡Qué sufrimiento! ¡Qué impotencia! No se puede hacer ya nada. El acto está cometido.
Y lo han sacado por la huerta, justo por la zona en que tenemos olivos. El Señor vuelve a iniciar su Pasión, ahora en otro huerto de olivos. En el huerto de los olivos del Santuario del Carmen de Calahorra. Y allí le perdemos la pista ¿Dónde está el que el Domingo pasado, el de Ramos, entra en compañía de cientos de calagurritanos con gran alegría y júbilo en procesión desde el Raso hasta la catedral para dar inicio a la Semana Santa? ¿Dónde estás? ¿Qué te están haciendo?
Y todo esto tiene lugar después de hacer la oración de la mañana con una escena que rara veces se medita, desde luego yo nunca lo había hecho, pero esta mañana de Miércoles Santo el Espíritu me ha empujado a meterme con Cristo en la cárcel. Acompañarle en esas horas que pasa preso en la cárcel la noche de Jueves Santo antes de que llegue el juicio condenatorio. Y es lo mismo, de noche el Señor se encuentra preso. He tomado una guía a la que quiero mucho. La Madre Sor María de Jesús de Ágreda. En su Mística Ciudad de Dios nos ofrece la vida de la Virgen con todo detalle en unión a su Hijo Jesucristo. Recoge muchas escenas que no aparecen en la Biblia como es esta en la que me meto. Dedica el capítulo 17 de la segunda parte a describir esas horas que el Autor de la libertad sufre las penurias de la cárcel.
Comparto algunos momentos de esta dolorosa historia: “Le mandaron encerrar atado como estaba en un sótano que servía de calabozo para los mayores ladrones y facinerosos de la república. Era esta cárcel tan oscura que casi no tenía luz y tan inmunda y de mal olor que pudiera infestar la casa, sin no estuviera bien cubierta, porque había muchos años que no la habían limpiado ni purificado […] Ejecutóse lo que mandó el concilio de maldad, y los ministros llevaron y encarcelaron al Criador del cielo y la tierra en aquel inmundo y profundo calabozo […] llevaron a su Majestad tirando de las sogas y casi arrastrándolo con inhumano furor y cargándole de golpes y blasfemias execrables. […] Salía del suelo un escollo que era como un pedazo de columna, ataron y amarraron a Cristo con un modo despiadado, dejándole en pie, le pusieron de manera que estuviese amarrado y juntamente inclinado el cuerpo, sin que pudiera estar sentado, ni tampoco levantado derecho para aliviarse. Con esta forma de prisión le dejaron y le cerraron las puertas con llave” (Mística Ciudad de Dios, Parte II, 1284-1285).
Ahí, en esta escena, me metía esta mañana con Cristo, para sentirme preso, sin libertad, encerrado, atado, maltratado y sin saber lo que estaba por venir. Qué camino sería ese hasta llegar a la cárcel, de esos modos atroces, bajar a lo profundo de la tierra dejando atrás la luz del día. Luego quedar ahí atado al antojo de hombres sin corazón, ver cómo se cierra la puerta y escuchar la llave que da la vuelta señalando que no hay posibilidad de escapatoria. Y aguantar ahí entre paredes de piedra, con frío, humedad, mal olor, apenas sin luz, como el peor de los criminales, a la espera de que se abra de nuevo la puerta y los carceleros tengan un rato de entretenimiento. Ahí me quedo. En silencio. En unión con Cristo. En oración.
Termina el día, después de avisar a la Guardia Civil y hacer las gestiones necesarias, ceno con pocas ganas. No tengo casi ni fuerzas, no me entran las tiernas alcachofas que son las primeras de la temporada que tenemos en la huerta. Y subo a mi habitación, es triste el momento. No aguanto aquí. Me voy a la capilla. Me faltan de rezar las vísperas y completas después de una tarde tan agitada. Luego me quedo en silencio. Antes de rezarlas también hago silencio. No me sale nada. Sólo callar. Hacer silencio. Pedir por esas manos que han sido capaces de llevar adelante este sacrilegio. Lo mismo que hacía esta tarde al celebrar la misa en privado en la capilla ofreciéndola por la conversión de los que se han llevado preso al Libertador. Y de nuevo silencio. Silencio que llena mi alma y me hace sentir la cercanía del Preso. Invoco a su Madre, a la Inmaculada y eso me da una fuerza impresionante. Empiezo a remontar el dolor y sufrimiento y es que el llamar a mi Madre con el título de Inmaculada es la mejor arma contra el demonio. El mentar la Inmaculada supone un dolor y ataque sin para el Príncipe de las tinieblas. Cuando escucha su nombre huye rápido, veloz, rabioso, porque sabe que no puede hacer nada. Ella vence y le pisa la cabeza una y mil veces. Entonces me viene esa luz intensa y penetrante que me hace ver de un modo claro que lo orado esta mañana, que con todo lo vivido después había dejado en un segundo plano, no era más que la preparación a lo que iba a vivir luego a mediodía en primera persona y volver a orar y poner por escrito de noche. Sentir ese dolor de Cristo cuando está en la cárcel. Las cosas no pasan porque sí, la providencia divina es patente, como lo sucedido el Miércoles Santo cuando me encuentro con Cristo en la cárcel.