Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Domingo 21 T.O. (A) y pincelada martirial

por Victor in vínculis

¿Quién decimos nosotros que es Jesús? ¿En quién creemos cuando confesamos la fe en Jesús? ¿Qué es lo que queremos afirmar cuando decimos creer en Jesucristo? Estas preguntas se las debe de hacer todo cristiano. Hoy más que nunca. Es la única manera de purificar la fe y de poder dar testimonio de ella. Como nos cuesta interrogarnos, el mismo Jesús se encarga de hacerlo: ¿Quién decís que soy yo?

La meditación de este pasaje del Evangelio me lleva siempre al recuerdo de la hermosa catequesis que San Juan Pablo II predicó ante dos millones de jóvenes en Tor Vergata[1]. Fue durante la Vigilia de Oración de la XV Jornada Mundial de la Juventud. Comenzaba el año 2000. Era el sábado 19 de agosto. Aquella vez tuve que conformarme con seguirlo por la televisión…
 

Una vez más aprovechemos las palabras de un santo. Cuando se dirige a los jóvenes, pongámonos todos, las preguntas y aseveraciones nos valen por igual:

Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,15). Jesús plantea esta pregunta a sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo. Simón Pedro contesta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). A su vez el Maestro les dirige estas sorprendentes palabras: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17).

¿Cuál es el significado de este diálogo? ¿Por qué Jesús quiere escuchar lo que los hombres piensan de Él? ¿Por qué quiere saber lo que piensan sus discípulos de Él?

Jesús quiere que los discípulos se den cuenta de lo que está escondido en sus mentes y en sus corazones y que expresen su convicción. Al mismo tiempo, sin embargo, sabe que el juicio que harán no será solo el de ellos, porque en él mismo se revelará lo que Dios ha derramado en sus corazones por la gracia de la fe.

Este acontecimiento en la región de Cesarea de Filipo nos introduce, en cierto modo, en el “laboratorio de la fe”. Ahí se desvela el misterio del inicio y de la maduración de la fe. En primer lugar está la gracia de la revelación: un íntimo e inexpresable darse de Dios al hombre; después sigue la llamada a dar una respuesta y, finalmente, está la respuesta del hombre, respuesta que desde ese momento en adelante tendrá que dar sentido y forma a toda su vida.

Aquí tenemos lo que es la fe. Es la respuesta a la palabra del Dios vivo por parte del hombre racional y libre. Las cuestiones que Cristo plantea, las respuestas de los Apóstoles y la de Simón Pedro, son como una prueba de la madurez de la fe de los que están más cerca de Cristo […].

Queridos jóvenes, ¿es difícil creer en un mundo así? En el año 2000, ¿es difícil creer? Sí, es difícil. No hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible, como Jesús dijo a Pedro: “No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17). Esta tarde os entregaré el Evangelio. Es el regalo que el Papa os deja en esta vigilia inolvidable. La palabra que contiene es la palabra de Jesús. Si la escucháis en silencio, en oración, dejándoos ayudar por el sabio consejo de vuestros sacerdotes y educadores con el fin de comprenderla para vuestra vida, entonces encontraréis a Cristo y lo seguiréis, entregando día a día la vida por Él.
 

En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna. 

Queridos jóvenes, para estos nobles objetivos no estáis solos. Con vosotros tenéis a vuestras familias, a vuestras comunidades, a vuestros sacerdotes y educadores y a tantos de vosotros que, en lo oculto, no se cansan de amar a Cristo y de creer en Él. En la lucha contra el pecado no estáis solos: ¡muchos como vosotros luchan y con la gracia del Señor vencen!

Queridos amigos, en vosotros veo a los “centinelas de la mañana” (cf. Is 21,1112) en este amanecer del tercer milenio. A lo largo del siglo que termina, jóvenes como vosotros eran convocados en reuniones masivas para aprender a odiar, eran enviados para combatir los unos contra los otros. Los diversos mesianismos secularizados, que han intentado sustituir la esperanza cristiana, se han revelado después como verdaderos y propios infiernos. Hoy estáis reunidos aquí para afirmar que en el nuevo siglo no os prestaréis a ser instrumentos de violencia y destrucción; defenderéis la paz, incluso a costa de vuestra vida si fuera necesario. No os conformaréis con un mundo en el que otros seres humanos mueren de hambre, son analfabetos, están sin trabajo. Defenderéis la vida en cada momento de su desarrollo terreno; os esforzaréis con todas vuestras energías en hacer que esta tierra sea cada vez más habitable para todos.

Queridos jóvenes del siglo que comienza, diciendo “sí” a Cristo decís “sí” a todos vuestros ideales más nobles. Le pido que reine en vuestros corazones y en la humanidad del nuevo siglo y milenio. No tengáis miedo de entregaros a Él. Él os guiará, os dará la fuerza para seguirlo todos los días y en cada situación.

Que María Santísima, la Virgen que dijo “sí” a Dios durante toda su vida, que los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y todos los Santos y Santas que han marcado el camino de la Iglesia a través de los siglos, os conserven siempre en este santo propósito.
 
PINCELADA MARTIRIAL
Compañeros de ministerio, de martirio y de beatificación (1993), el 30 de agosto de 1936 son asesinados en el Barranco de los Chismes, en Volcar (Almería), Monseñor Ventaja y Monseñor Medina: en total, desde que estalla la Guerra Civil española, han sido martirizados ¡10 Obispos! Celebraremos su fiesta litúrgica este miércoles.

El beato Diego Ventaja Milán, obispo de Almería, y beato Manuel Medina Olmos, obispo de Guadix, han sido mártires por el motivo más esencial, antiguo y permanente: por la profesión de fe, por la fidelidad a Jesucristo, por el cumplimiento de la vocación cristiana y de la misión encomendada, animados por la esperanza de la salvación y de la vida eterna, movidos por la caridad, el amor a Dios y a los hermanos hasta entregar la propia vida.
 

Así se expresaba el obispo Rosendo Álvarez Gastón (1926-2014), en 1993, con motivo de su beatificación:

"Nuestros mártires han ejercitado la paciencia en las tribulaciones, el perdón ante los insultos, la humildad hasta el extremo de las más grandes humillaciones, el dolor moral de los desprecios y el dolor físico de los tratos vejatorios. Y todo, con el perdón en los labios, con la bendición en las manos y visible amor en sus corazones. En el caso del obispo Diego Ventaja podemos añadir que con una mirada penetrante, difícil de olvidar, que fue una llamada al arrepentimiento de sus verdugos".

"La Iglesia de Almería, apostólica por su primer obispo San Indalecio, contempla con inmensa alegría la singular grandeza que mueve a sus mártires al frente de los cuales está su obispo Diego Ventaja Milán que, en reconocimiento de la supremacía de Cristo ofrecieron heroicamente sus vidas, regando esta tierra reseca con su sangre, expresando así que, si Dios lo es todo y todo lo hemos recibido de Él, es justo entregarse totalmente a Él, único absoluto, fuente inagotable de vida y de paz".

"Durante las duras pruebas que Dios permitió que experimentara la Iglesia en España, hace ya algunas décadas, mártires como Diego Ventaja Milán, supieron permanecer fieles al Señor, a sus comunidades eclesiales y a la larga tradición católica de nuestro pueblo. En el caso de nuestro obispo, su entrega al Señor y a la Iglesia fue tan firme que, aun teniendo la posibilidad de ocultarse y ausentarse, decidió, a ejemplo del buen pastor, permanecer entre los suyos para ejercer el cuidado pastoral para el que había sido elegido. En ningún momento abrigó sentimientos que enfrentaran a hermanos contra hermanos. Así entregó su vida poniéndose al frente de más de un centenar de sacerdotes y algunos religiosos y seglares, que con él ofrecieron el sacrificio supremo del martirio”.
 

[1] San JUAN PABLO II, Discurso en la Vigilia de Oración de la XV Jornada Mundial de la Juventud, sábado 19 de agosto de 2000. Jubileo de los Jóvenes en el año 2000.
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