Palurdos de Aldea

La información que gira en torno al mundo en tal volumen y a tal velocidad hoy en día nos hace sentir ciudadanos planetarios. Estamos orgullosos de la  sincronía asombrosa con que conocemos los hechos y las noticias.

No cabe remitirse a comparación alguna con tiempos remotos, y no tan remotos, en que las nuevas iban a lomo de mula o dependían de la buena singladura de una embarcación. Esto es un hecho abrumadoramente locuaz.

Es así. Punto.

Lo que nos falla es la diacronía. Nuestra perspectiva del pasado encuentra un horizonte, si acaso no lo tapa algún edificio ideológico, muy limitado. Limitado lisa y llanamente por la ignorancia. En materia de diacronía somos palurdos de aldea.

Cuando se trata de ver, de conocer, de comprender las realidades no en la simultaneidad del hoy mediático, sino en la perspectiva de la historia, de ciudadanos planetarios pasamos a ser palurdos de aldea.

Decía Chesterton que ya exigía el mismo respeto por la opinión del vecino, pero aplicado a la opinión de los muertos, que son nuestros antepasados. Una suerte de democracia histórica. En esta materia somos autócratas de la más rancia estirpe. A nuestro menguado horizonte histórico agregamos el collar de la ideología, de modo que no vamos más lejos de lo que nos permite una corta cadena, y lo peor es que ni siquiera advertimos nuestro encadenamiento.

Acollarados por la información hipertrofiada y el modo tuerto y sesgado de ver el pasado, limitados por la “skyline” ideológica, no sabemos casi nada de lo que fuimos, y lo poco que sabemos, lo sabemos mal.

Y cuando recurrimos a la diosa Internet y a su gran sacerdote Google para saber algo, nos vomita un revoltijo lodoso de datos, sin jerarquía ni escalafón, como dice el tango.

Así pues, si ponemos en el buscador de verdades la palabra inquisición, además de una cantidad de indecencias veremos hogueras, bonetes y aparatos de tortura. Allí se sacia nuestro apetito de verdad y ya no queremos saber más.

Si escribimos tradición aparecerán trajes folklóricos y referencias a gente ruda y supersticiosa. Suficiente. ¿Para que más?

Si acertamos a tipear autoridad, veremos una oscura masa de tiranía que gracias a la diosa evolución ha devenido en este wonderful world que nos toca vivir, donde la libertad campea por sus fueros. Así, ad nauseam.

Pájaros de poco vuelo, apenas gallinas de corral, los ciudadanos de este mundo planetario y globalizado aceptamos la tapia que nos plantó alguien a una distancia de 50 o 70 años. Tapia sabiamente disimulada por medio de un trompe l’oeil de cielo abierto, pintado con los colores del prejuicio y la ignorancia.

Palurdos de aldea, eso somos, respecto a nuestra historia, nuestras tradiciones, humanas y divinas. Europa ya no se reconoce, se odia sin saberlo, puesto que odia a sus padres, sus glorias y sus orígenes. América nació amnésica. Hispanoamérica nació prematura y sufre las consecuencias...

Si hasta la Iglesia parece haberse asestado un golpe formidable en el espinazo de su pasado histórico, doctrinal, cultual y cultural. Gracias a Dios, su capacidad regenerativa está garantizada por la promesas de Jesús.

¿Se acuerdan de él...? No, no el “Jesús de Nazaret”, personaje bondadoso y moralista que acabó muerto por ser buen tipo. No, ese es parte del trompe l’oeil.

Me refiero al Verbo encarnado, al autor de las infalibles promesas divinas, al Dios hecho Hombre, cuyo advenimiento recordaremos en un par de semanas.

¿Se acuerdan de El? La Navidad tiene que ver con El.

Bueno, vamos mejorando nuestra perspectiva...