Lunes, 06 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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Testimonio.y carta abierta de un cristiano homosexual

por Estamos en Sus Manos

Transcribo lo que me ha enviado un amigo. Espero que os ayude. 

 

Querido lector: 

 

Como a buen seguro sabes en junio se celebra el llamado “Orgullo LGTBIQ+”, y durante este mes, son también numerosas las voces que abogan tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica, por que ésta cambie sus enseñanzas sobre los actos sexuales homosexuales, dado que pese a que estos parece que a día de hoy gozan de gran aceptación social en algunos países de Occidente, siguen siendo considerados como “intrínsecamente desordenados” por esta institución, declarando también que “no pueden recibir aprobación en ningún caso” (punto 2357 del Catecismo de la Iglesia Católica). Y dado que estas enseñanzas se encuentran en entredicho en la actualidad dentro de la propia Iglesia (siendo buena muestra de ello la intención de la Conferencia Episcopal alemana de celebrar ceremonias de bendición de unión de parejas homosexuales), es importante que se alcen voces defendiendo esta postura de rechazo a los actos (que JAMÁS a las personas) homosexuales. Es por ello que escribo esta carta, haciéndolo además sin ser alguien que ve “los toros desde la barrera”, sino que por el contrario soy parte directamente afectada por este asunto, dado que yo soy el primero que tengo tendencia sexual homosexual. Con ella quiero también hacer una serie de apreciaciones sobre lo que es tener tendencia homosexual, y le pido a Dios que esta carta llegue a quienes les pueda ser útil leerla.

 

Pero antes de nada, una breve presentación de mi historia. Aunque ahora mismo resido en Madrid, nací en una ciudad del norte de España hace treinta años. Y fue en mi ciudad natal cuando teniendo trece años aproximadamente, me di cuenta de que mi cuerpo se excitaba no pensando en mujeres sino en hombres. Por tanto y viendo además que mis compañeros de colegio ya empezaban a tener sus primeros encuentros con chicas, decidí que yo también los tendría con otros “gays” como ya empezaba a decirse por entonces. Todo ello pese a que yo sabía perfectamente (gracias a la buena formación cristiana que recibí tanto en casa como en mi colegio), que no siendo ni bueno ni malo tener esta tendencia (dado que es algo que no se elige), los actos derivados de ella sí lo son, como lo son todos los actos sexuales fuera del matrimonio, tal y como ha recordado recientemente el Papa Francisco.

 

Por ello y teniendo esta intención de vivir mi sexualidad como el mundo nos dice a las personas con esta tendencia, durante los años 2010 y 2011 tuve tres encuentros con chicos (que gracias a Dios y subrayo lo de gracias a Dios, no fueron relaciones sexuales completas) a los que había contactado a través de una red social. Y tras cada uno de ellos me sentía peor que tras el anterior, dado que yo acudía en busca de amor y cariño y lo único que encontraba era una búsqueda de placer momentáneo y vacío. Irónicamente podría decir que esos chicos me utilizaron, aunque a buen seguro que ellos también podrían decir que fui yo quien les usó a ellos. Por ello tras el tercero de dichos encuentros, decidí que dijeran lo que dijeran las modas, viviría mi sexualidad tal y como enseña la fe en la que creo. Y no puedo sino darle las gracias a Dios por esa decisión que llega hasta el día de hoy.

 

Le doy gracias por dos motivos. El primero de ellos es por todo lo que me ha cuidado durante todos estos años, en los que lógicamente ha habido dudas o momentos en los que uno pensaba si esta cruz no sería quizá demasiado grande. Pero con una vida de gracia intensa y con voluntad de vivir una vida de santidad (a la que recuérdese todos estamos llamados), se puede vivir de este modo si se invoca para ello la ayuda de Dios, ya que sin Él ya se sabe que los hombres no llegamos ni a la vuelta de la esquina. También le agradezco la oportunidad que he tenido en los últimos años de desarrollar un proceso de conocimiento de mi mismo, gracias al cuál he identificado una serie de heridas emocionales en mi vida que poco a poco voy sanando usando para ello la mejor medicina que existe, que no es otra que el perdón a las personas que me las causaron. Y este perdón ha provocado una gran reducción de la tendencia sexual homosexual en mí, dado que en mis fantasías eróticas solo buscaba ser abrazado por necesitar precisamente un abrazo a causa de estas heridas presentes en mí. Animo a cualquier persona que lea esta carta a hacer lo mismo y a averiguar si en su historia hay heridas de este tipo y a perdonarlas a continuación. 

 

Por otra parte, en paralelo a ese proceso de sanación emocional, he podido también trabajar mi masculinidad a través del ejercicio físico. Y es que desde siempre había arrastrado un gran complejo de debilidad e inferioridad que hacía que no practicara deporte delante de otras personas. Y creo que esto se da en un altísimo porcentaje de hombres con tendencias sexuales homosexuales, que desconectan así de su corporalidad y potencian otras facetas como la sensibilidad artística o las actividades más intelectuales, como fue en mi caso. Con esto no estoy diciendo que esas actividades sean malas (al contrario de hecho), pero en tanto que el ser humano es mente y cuerpo, estos han de vivir en un sano equilibrio. Dado que de lo contrario lo que se da es un desconocimiento de la propia corporalidad que lleva a que esta se sexualice, dado que el instinto sexual del ser humano no es otra cosa que la búsqueda de algo desconocido, lo que se manifiesta en la complementariedad entre el hombre y la mujer. Por ello y pese a que esta idea puede parecer algo estúpida, creo que es realmente positivo que las personas que tienen este tipo de complejos físicos, hagan deporte y que además lo practiquen delante de sus amigos y conocidos para así afirmarse en su corporalidad. 

 

Lo dicho en el párrafo anterior puede parecer contradictorio con el hecho de que a día de hoy en el estilo de vida gay, hay una gran exaltación de la belleza masculina y del culto al cuerpo. Pero no obstante, esa concepción del estado físico esta pensada no para sentirse bien con uno mismo, sino para ser considerado atractivo por los demás (en otras palabras, querer ser querido). Por tanto, subyace una idea del cuerpo orientado hacia el exterior y no hacia uno mismo. 

 

A continuación quiero dirigirme (desde el máximo respeto a la libertad personal de cada uno, solo faltaría lo contrario) a las personas con tendencia homosexual que no viven de este modo, esto es, que sí tienen relaciones sexuales (sea en pareja o no). A vosotros os invito a pararos un momento y a preguntaros a vosotros mismos en el silencio de vuestro corazón si verdaderamente sois felices con vuestra vida. Si la respuesta es que sí, nada que añadir. Pero si es que no, os invito a pedir a Dios que os lleve a esa felicidad a la que todos como seres humanos aspiramos, teniendo en cuenta que tal y como dice el salmo 19, 8 “Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón”.

 

Por otro lado a las personas con esta tendencia que viven del mismo modo que yo solo puedo deciros que debería escribir la palabra ánimo un trillón de veces y aún así me quedaría corto. Hay que ser conscientes de que en este camino habrá momentos de duda y de zozobra ya que poco a poco iremos viendo como las personas con las que hemos compartido nuestra juventud (hermanos y amigos principalmente), irán entrando en dinámicas de vida diferentes a la nuestra, siendo posible que ello nos cause sensación de desubicación o aún peor de soledad. Sería absurdo negar que eso nos va a pasar. Pero precisamente si pasa, lo que ha de hacerse es pedir a Dios que nos ayude a seguir este camino hacia Él, y cuanto mayor sea el sufrimiento que pueda haber, más insistencia debería haber en este ruego. Lógicamente esto no quita para que intentemos buscar “cireneos” que nos ayuden a portar esta cruz, del mismo modo que nosotros debemos ayudarles a ellos a llevar las que tengan, sean las que sean.

 

También quisiera dirigirme por medio de esta carta a las personas del entorno de la Iglesia Católica que disienten de las enseñanzas de ésta sobre este asunto. A ellas les suplico que sean muy pero que muy prudentes a la hora de tratar este tema, y que sean conscientes de que un consejo ambiguo o interpretable pensado más en agradar al oyente que en decirle la verdad, puede empujar a que esa persona se meta en una espiral de sufrimiento e infelicidad de la que es muy difícil salir. Y también les rogaría que recuerden la escena de Jesucristo y la adúltera, en la que el Señor le manifestó que Él no la juzgaba y por tanto le invitaba a marcharse libre (esto es, tratándole con misericordia), pero también le dijo que sus pecados quedaban perdonados, manifestando por tanto que sus actos no habían sido correctos. Y es que nunca ha de olvidarse que la misericordia no es un fin en si mismo, sino que es el camino sobre el que va la verdad. Por otro lado, es relevante también tener en cuenta de que en tanto que creemos en un Dios que nos quiere como hijos suyos que somos, todo lo que nos ha sido enseñado por medio de la Revelación (tanto sobre este tema como sobre cualquier otro), no es solo que esté bien sino que también es bueno para nosotros, y nos dará la mayor felicidad posible en esta vida (pese a los sinsabores que evidentemente habrá), y quizá algún día también en la otra. Y nunca olvidéis que Jesucristo dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

 

Por otra parte, a aquellos miembros de la Iglesia Católica que sí comparten estas enseñanzas de su magisterio, les pido que sean tan misericordiosos a la hora de acoger a las personas con tendencia homosexual (vivan como vivan), como valientes a la hora de decir la verdad. Y es que es necesario reconocer por igual que en no pocas ocasiones no se ha aplicado en este tema la máxima de diferenciar entre acto y autor, y se ha juzgado a personas por sus actos. Y eso jamás es correcto tampoco. Por ello igual que ha de decirse la verdad, ésta ha de ser dicha con misericordia. 

 

Nada más. Concluyo pidiéndole a Dios una vez que esta carta llegue a aquellas personas a las que les pueda ser útil y que les haga tanto bien leerla como a mí me lo ha hecho escribirla. Acabo con una frase del Señor en el Evangelio: “He venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia”.

 

Que Dios os bendiga y la Virgen os guarde.

 

D.C.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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