La noche de la Luna
Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 25
Dentro de la Iglesia Católica existen corrientes de pensamiento contrarias, que nunca afectan al núcleo central de las verdades contenidas en el Credo, que dominicalmente proclamamos en la celebración de la Misa. Una de las líneas muy actual es el negacionismo, consistente en negar evidencias aceptadas por la ciencia, la historia y la propia experiencia. La llegada del hombre a la Luna, hace ahora medio siglo, fue y es negada en redondo por católicos sencillos y por cristianos ilustrados. Se basan en que Dios no puede permitir que el hombre se iguale tanto a Él que desee enmendar la plana de la creación.
Tal mentalidad la encontré en aquella famosa, noche en España, durante la cual los americanos pusieron sus pies en el espacio lunar. Me encontraba dando clases a niños y adultos, en una aldea junto al río Guadalquivir, desprovista de luz eléctrica, que un servidor suplía con un transistor a pilas, conectado a Radio Nacional, donde los locutores nos narraron tan importante acontecimiento y la imaginación era la que suplía la falta de imágenes televisivas.
Un corro de más de cincuenta personas prendíamos los oídos de las ondas sonoras que salían de aquel aparato que aún conservo. En el silencio de la noche una anciana rayando la centena de años pegó una voz afirmando: “Eso que dicen es falso, porque yo miro la Luna desde aquí y no veo lo que cuentan esos mamarrachos, porque Dios no puede permitir ese viaje. ”El silencio y la paz del grupo se fueron a pique. El resto de vecinos trató de calmar a la abuela, quien presa del miedo a ser apaleada, fue conducida por una de sus hijas camino de la cama a que durmiera sus síntomas de negacionismo tan habitual en la vida eclesial de todos los tiempos. Los presentes comenzaron a preguntar que decía la Iglesia sobre tal suceso. Aduje que la Iglesia apoya toda evolución y preocupación por el avance de la ciencia, ya que lo que no destruye la vida humana, siempre es querido por Dios.
Sin verlo, ni caberlo, solamente la prensa del día siguiente lo trajo a primera vista: el propio papa Pablo VI estuvo viendo la transmisión televisada de aquel acontecimiento. Desde aquella histórica noche, he tenido muy presente que negar los hechos que estamos oyendo o viendo es una manera de vivir como los avestruces, es sentir miedo al futuro de la ciencia y de la cultura humana, tentación muy humana, pero nunca basada en el raciocinio que Dios puso en nuestra alma, cuyas potencias son la memoria, la inteligencia y la voluntad. Aún resuena la voz de Dios en el jardín del Edén, cuando dijo a la primera pareja: “Creced, multiplicaos, dominad la tierra, comed de sus frutos, porque todo esto es muy bueno”. Por lo tanto, los avances de la tecnología y de la ciencia son una prueba de la voluntad de Dios, que nos hizo libres para hacer el bien o el mal, para construir y destruir, de estas buenas o mediocres actuaciones seremos juzgados cuando vayamos al fin del mundo, cuando Cristo venga a juzgar a vivos y muertos, y todos comparezcamos ante su presencia, donde ya no cabe ser negacionista, porque somos los mismos protagonistas de la propia escena. El negacionista suele ser un tanto cobarde intelectualmente, el valiente asume los hechos y sabe hacerse responsable de todo, conocedor del don de la libertad humana, el mayor don de Dios, según nuestro Don Quijote a Sancho.
Tomás de la Torre Lendínez