Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Domingo 16 T.O. (A) y pincelada martirial

por Victor in vínculis

Jesús nos manda que en nuestra oración digamos al Padre venga tu reino (Mt 6,10)… Esta cuestión hay que tenerla presente a la hora de ocuparnos del Evangelio de Cristo como “Buena Nueva” del reino de Dios. Éste era el tema “guía” del anuncio de Jesús cuando hablaba del reino de Dios, sobre todo, en sus numerosas parábolas.

Primero, podemos meditarlo en el Evangelio de este domingo, se compara el reino de los cielos con un grano de mostaza, que es la más pequeña de todas las semillas (cf. Mt 13, 31-32). En Oriente abundan las diversas clases de mostaza. Esta, de la que habla el Señor, crece rápidamente y puede llegar a tener tres o cuatro metros de altura; su base se hace leñosa, posándose en ella los pájaros en bandadas. La comparación fundamental es ésta: de lo mínimo se hará lo máximo. El árbol alto era imagen corriente del poder terreno; pero aquí no se habla tanto de la instauración del Reino como de la extensión del mismo. Se habla en proyección de la universalidad de la Iglesia. Y eso, bien lo ha probado la Iglesia.
 

Jesucristo compara también, en segundo lugar, el crecimiento del reino de Dios con la levadura que hace fermentar la masa para que se transforme en pan que sirva de alimento a los hombres (Mt 13,35). La escena es de un gran realismo palestino. Las tres medidas de harina de las que habla el Evangelio equivalen a unos trece litros. Aquí el tema también es claro: el vigor que tiene el Reino para fermentar a todo el mundo. Si en el grano de mostaza se habla del hecho de la universalidad, en esta comparación se atiende más directamente al vigor que tiene para la fermentación, para la extensión de la Palabra de Dios.

En estas dos parábolas se habla ya de la presencia del Reino. No importa su insignificancia aparente: unas medidas de harina o una pequeña semilla. Lo más importante es su fuerza transformadora, pues su crecimiento es irreversible. La gracia de Dios no ha dejado de seguir actuando con vigor en las almas y hoy como ayer continúan verificándose abundantes conversiones al catolicismo. Y no sólo de gente sencilla, o pertenecientes a grupos determinados, como por ejemplo hace unos años ocurrió con los anglicanos, sino también entre personas de reconocida talla intelectual y de los más diversos ambientes y posiciones de la vida.

De especial relevancia es el caso del médico norteamericano Bernard Nathanson. De un pasado ateo y amoral, en la década de los 70, su experiencia médica -con más de 75.000 abortos practicados- le llevó a cambiar y a convertirse en un entusiasmado militante pro-vida.

En el libro que narra su conversión[1] recuerda, con el cardenal Newman: nadie se ha convertido con un argumento. Una pequeña anécdota refleja muy bien de qué modos se sirve Dios para atraer un alma. Nathanson recuerda que un doctor internista, amigo suyo, le contó cómo un día visitaba a uno de sus pacientes, enfermo de cáncer. Aquel hombre estaba continuamente rezando. El médico le preguntó por qué rezaba y el enfermo le dijo que por nada en especial. Pero -dijo el médico- si la oración no es pedir algo, ¿qué es entonces? El hombre respondió:
-No pido nada; principalmente me recuerda que no estoy solo.
No volveré a estar solo, pensó Nathanson…
Es la semilla más pequeña, pero luego anidan los pájaros.
 
Se dice que Galileo Galilei citaba con frecuencia a San Agustín cuando afirma que la razón de ser de la Iglesia no es explicar a la gente cómo funciona el Cielo, sino cómo ir al Cielo. Se trata de la difusión del Evangelio, del Reino auténtico, no de esas mercancías trasnochadas que algunos, hoy todavía, pretenden vendernos. Cuando el Catecismo de la Iglesia Católica (números 2.816 y siguientes) expone la petición venga a nosotros tu reino del Padrenuestro, afirma:

En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo. Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien compromete… Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz.
 
Sin embargo, Jesús dedica todavía la parábola del trigo y la cizaña al crecimiento del reino de Dios en el terreno, que es este mundo. En el campo del mundo, el bien y el mal, simbolizados en el trigo y la cizaña, crecen juntos hasta la hora de la siega; es decir, hasta el día del juicio divino; otra alusión significativa a la perspectiva escatológica de la historia humana, a la salvación: cómo ir al cielo. En cualquier caso, Jesús nos hace saber que el crecimiento de la semilla, que es la Palabra de Dios, está condicionado por el modo en que es acogida en el campo de los corazones humanos; en cómo tú acoges su Palabra. De esto depende que produzca fruto según las disposiciones y respuestas de aquellos que la reciben[2].
 

El enemigo sembrando cizaña (1540), Heinrich Füllmaurer, pieza de un altar en Montbéliard (Francia).

Llegados a este punto de la existencia de la “cizaña”, es donde se unen las tres comparaciones que realiza el Maestro. Y es cuando debemos preguntarnos: pero, ¿cuál es la aplicación para nuestras vidas? La cizaña está mucho más presente de lo que creemos.

Cuenta don Justo López Melús, en sus Pinceladas que un día se fue a confesar una mujer muy aficionada a murmurar. El confesor la escuchó y le dijo: “Como penitencia, coge una gallina y recorre las calles del barrio, arrancando lentamente las plumas y soltándolas al viento poco a poco. Luego regresa otra vez a mí”.

La mujer obedeció. Cuando volvió al confesor, éste le dijo: La penitencia no ha concluido. Ahora debes volver a andar por las calles y recoger todas las plumas que has sembrado.
-Pero eso es imposible, contestó la mujer.
-Así es la murmuración, respondió el confesor. Tú la esparces alocadamente, y no te das cuenta de que algunas personas van a sufrir un daño irreparable.

Igual que el Divino Sembrador no deja de echar la semilla, el maligno, el diablo, del que habla hoy Jesucristo en el Evangelio, seguirá haciendo crecer la cizaña. Estemos, pues, alerta y por lo tanto perseverando en la vida de gracia.
 
PINCELADA MARTIRIAL
Los Beatos Mártires Claretianos de Barbastro son los 51 misioneros claretianos martirizados y asesinados por milicianos anarquistas en el inicio de la guerra civil española en la localidad oscense de Barbastro, y cuya festividad se celebra el día 13 de agosto.

Estuvieron presos en el colegio de las Escuelas Pías de Barbastro junto con el obispo de Barbastro, beato Florentino Asensio Barroso, los benedictinos, los propios escolapios, el beato Ceferino Giménez Malla, de etnia gitana, y algunos laicos que corrieron la misma suerte que ellos. Los claretianos fueron asesinados en diversas sacas entre el 2 y el 18 de agosto de 1936. En la diócesis de Barbastro durante la persecución religiosa vivida en la guerra civil fue asesinado el 88% del clero.

En un papel de chocolatina
El grito de ¡Viva Cristo Rey! fueron las últimas palabras que brotaron de los labios de la mayoría de los mártires del siglo XX después del perdón a sus verdugos. A falta de otro papel, 40 religiosos claretianos escribieron en un papel de chocolatina el 12 de agosto de 1936 una hermosa carta colectiva de despedida, expresando su perdón a los verdugos, su amor a los obreros, a la Iglesia, a la Congregación y a sus familias.

El beato Teodoro Ruiz de Larrinaga García suscribió la carta de despedida a la Congregación con estas palabras: Venga a nos el tu reino (segunda despedida, margen superior derecha).
 


El Hno. Teodoro había nacido en Bargota (Navarra) el 9 de noviembre de 1912. Ingresó en el colegio de Alagón (Zaragoza), continuó en Cervera (Lérida), Vic (Barcelona), Solsona (Lérida), de nuevo Cervera. Y, finalmente, Barbastro. Sufrió el martirio en la saca del 13 de agosto de 1936. Era clérigo profeso, estudiante de teología, tenía 23 años.
 
 
 
[1] Dr. Bernard NATHANSON, La mano de Dios, (Madrid 1997). Nathanson era judío y durante más de diez años antes de convertirse en provida se describía a sí mismo como un "ateo judío". Tras convertirse al catolicismo, en diciembre de 1996 recibió el bautismo en la Catedral de San Patricio de Nueva York.
[2] SAN JUAN PABLO II, Audiencia General, 27 de abril de 1988.


 
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