Venezuela, oremos eficazmente por la paz y la libertad de este pueblo hermano
Por sus recursos naturales Venezuela podría ser la nación más rica de Latinoamérica. En estos momentos como dice la Conferencia Episcopal Venezolana, en su Mensaje urgente a los católicos y personas de buena voluntad en Venezuela[1], del 12 de julio de 2017: «La gente que se siente golpeada por el hambre, la falta de garantías para la salud, la difícil adquisición de medicinas y la inseguridad en todos los sentidos. […] En nuestro país se percibe de manera muy clara cómo la violencia ha adquirido un carácter estructural. Son variadas sus expresiones: desde la represión irracional, con su dolorosa cuota de muertos y heridos, los daños a viviendas y estructuras residenciales; y persecuciones, hasta la desatención frente a las necesidades básicas de la gente. […] La detención de numerosas personas, sobre todo jóvenes, por disentir del Gobierno agrava más la situación. Se escuchan serias denuncias acerca de torturas y de maltratos; […] confinados en lugares insalubres y condiciones infrahumanas. Existe un menosprecio de la dignidad humana que se expresa en la violación y negación continua de los derechos humanos por parte de las autoridades» (n. 1-2).
I. La oración, una fuerza poderosa para alcanzar la paz y la libertad
Aunque la crisis que padece Venezuela data de varios años, en los últimos meses se ha profundizado, el Gobierno no reconoce la autonomía de los poderes públicos, y hace uso de una represión inhumana a quienes disienten de él, dejando actuar impunemente a grupos paramilitares que azotan tanto a las comunidades como a las Instituciones. Son muchísimos los venezolanos que luchan incluso a riesgo de su propia vida por restablecer la democracia hoy secuestrada en Venezuela. Dirán los Obispos: «Aunque el pueblo mantiene la esperanza y la capacidad de superar las dificultades, hoy sufre mucho más. Pide le sea respetada su voluntad democrática, lo estipulado en el ordenamiento jurídico y constitucional, así como la real posibilidad de vivir en concordia, paz, libertad y con un creciente desarrollo humano integral» (n. 2).
En esta grave situación el anhelo por la paz, por el respeto a las instituciones democráticas y la soberanía del pueblo, surge de lo más profundo del corazón de tantos venezolanos y de personas de todo el mundo que comparten este dolor. Pero muchos se preguntan, como el salmista: «¿Dé donde me vendrá el auxilio?» (Sal 121,1), el mismo salmista responde, «el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121,2), ya que «para Dios no hay nada imposible» (Lc 1,37. Cf. Gn 18,14; Jr 32,17.27; Za 8,6). La paz y la libertad no es algo que pueda conseguirse solo con esfuerzos humanos, aunque éstos son imprescindibles, sino que además depende de Dios porque la paz es un don de El, y la oración es el camino para que nos la conceda.
En la jornada de oración por la paz realizada en Asís el 27 de octubre de 1986, san Juan Pablo II dijo: «La fe nos enseña que la paz es un don de Dios en Jesucristo, un don que habrá de expresarse en la plegaria hacia Aquel que tiene en sus manos los destinos de los pueblos». A todos los cristianos san Juan Pablo II nos sigue diciendo: «como discípulos de Cristo tenemos la obligación especial de trabajar para llevar al mundo la paz». Así lo manifestaba el Consejo Pontificio Justicia y paz en la Jornada Mundial de Oración por la paz en los Balcanes el 23 de enero de 1994: «Sí, la paz es posible, si sabemos “velar y orar” (Mc 14,38). [...] La oración es la única arma de la Iglesia para lograr la paz, y se encuentra, de manera especial, en manos de los pobres, de los oprimidos y de las víctimas de la injusticia. La oración, resistente como el acero cuando se templa bien en el fuego del sacrifico y del perdón, es la única arma eficaz para penetrar hasta el corazón, que es donde nacen los sentimientos y las pasiones del hombre. […] Sí, la paz es posible, pues es un don de Dios. […] Shalon, Salam, Paz, es la palabra más seductora revelada por Dios a los hombres para que éstos hagan de ella cada día una realidad apetecible, como el bien más preciado».
Ya se han realizado diversas jornadas de Oración y Ayuno convocadas por el Episcopado Venezolano (2.8.2016; 21.5.2017). Además se han realizado otras iniciativas a nivel Diocesano y parroquial donde miles de fieles han manifestado su fe a través de procesiones con el Santísimo Sacramento, Vigilias, Rosarios iluminados y otras celebraciones para pedir a Dios el auxilio ante el momento crucial que se atraviesa. Contemplativas de España-Portugal y de toda América Latina han sido convocadas a interceder unidas por la libertad y la paz del pueblo venezolano. Pero la realidad muestra que esta oración parece no ser eficaz.
II. Orar por la paz y el fin de la violencia a partir del reconocimiento de los pecados
El Señor ha prometido que escucharía nuestra oración, y nos ha invitado a orar: «Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá» (Lc 11,911). La fe nos enseña que no falta a Jesucristo ni el poder ni el querer darnos la paz. Por ello nos podemos preguntar ¿por qué, a pesar de que, desde hace años se ora por el fin de la violencia y la libertad del pueblo venezolano, la paz aun no es una realidad? ¿Será porque quizás no oramos debidamente? (cf. St 4, 2-3).
El beato Francisco Palau constató, a pesar de que la Iglesia universal oraba intensamente por España, gracias a un jubileo convocado por Gregorio XVI en 1842, la situación de la Iglesia en España iba de mal en peor. Esto le hizo leer con toda atención la Sagrada Escritura para encontrar luz. Descubrió que los pecados personales y los colectivos, son una densa nube (cf. Lm 3,44), un muro entre Dios y el pueblo suplicante, que impiden que las oraciones de los fieles sean escuchadas por Dios[2]. Porque como nos dice Dios, por medio del profeta Isaías: «Mira, la mano del Señor no es tan corta que no pueda salvar ni es tan duro de oído que no pueda oír; son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y vuestro Dios; son vuestros pecados los que tapan su rostro, para que no os oiga» (Is 59, 1-2).
En estos últimos decenios se han cometidos graves pecados colectivos, han sido venezolanos los que han hecho daño a su mismo pueblo, ello lo recordaban los Obispos, además del Gobierno que reprime brutalmente toda disidencia, dirán a las fuerzas armadas: «Apelamos a la conciencia de todos sus miembros: no olviden que también forman parte del pueblo y que deberán rendir cuenta de sus actos ante la Justicia humana y divina» (n.8).
Cuando intercedemos por algo que es fruto de pecados colectivos, como es este caso, nuestras oraciones no llegan a Dios, porque el acusador de nuestros hermanos (Ap. 12, 10), presenta a Dios estos pecados que nos hacen inmerecer ser escuchados. Por ello, san Juan Pablo II no dejó de exhortarnos de palabra y con el ejemplo sobre la necesidad de pedir perdón a Dios por los pecados colectivos. Nos decía en la bula del jubileo 2000: «Todos nosotros, aun no teniendo responsabilidad personal [...] cargamos con el peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido» (IM 11). Porque existe una solidaridad humana misteriosa e imperceptible, pero real y concreta, que hace que el pecado de cada uno repercuta en cierta manera sobre los demás (CIC 953). Pero ante todo los cristianos creemos en el «perdón de los pecados». Porque como recordaba el cardenal Cottier «la penitencia se basa en la certeza de que el pecado no puede tener la última palabra y de que todas las heridas causadas por él pueden ser sanadas por la gracia regeneradora del Redentor». Por ello, como fieles de la Iglesia estamos invitados a pedir perdón, pero es necesario hacerlo con conocimiento de causa.
Del mismo modo que Dios aborrece la injusticia (cf. Jdt 5,17), no soporta que sea derramada sangre inocente. Para que Dios conceda el don de la paz y el progreso integral para la nación venezolana es preciso, en primer lugar, que estos pecados colectivos sean destruidos, dando una plena satisfacción por ellos, para que Dios, en su gran misericordia, escuche benignamente nuestras oraciones en favor de la paz, libertad y respeto democrático, e infunda a todos los deseos de abandonar la violencia, y trabajar cada uno con sus talentos en el progreso integral de Venezuela, de modo que todos los venezolanos tengan una vida digna.
Para reconciliar el pueblo venezolano con Dios, debemos postrarnos ante El y pedir perdón de todos los pecados colectivos tanto del pasado como del presente, en particular de que se quebrante en la actualidad de forma tan grave el mandamiento «No matarás» (Dt 5,17). Debemos pedir perdón ante Dios tanto por los venezolanos que han perpetrado la muerte de un ser humano, como por todo el pecado que genera este sufrimiento inocente,
El pueblo de Israel, para quedar liberado de los pecados cometidos, una vez al año celebraba el gran día de la Expiación, en que el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo del Templo de Jerusalén. Allí, en nombre de todo el pueblo, confesaba las culpas, las infidelidades y los pecados cometidos por los israelitas, y estos ofrecían en sacrificio animales para restablecer la comunión con Dios. Así el pueblo quedaba purificado de sus pecados (Lv 16).
Los cristianos no tenemos otro sacrificio que el de Jesús en la cruz para la remisión de los pecados de toda la humanidad (CIC 616). Nosotros, ejerciendo el sacerdocio real de que, como miembros de la Iglesia, hemos sido revestidos por el Bautismo, o por el sacerdocio ministerial por el sacramento del Orden, intercedemos a favor del pueblo de Venezuela, ofreciendo la sangre preciosa de Cristo, para que sean destruidos los pecados de todos.
Por la fe sabemos que la Eucaristía tiene un valor expiatorio (CIC 1365-66): Jesús toma sobre sí las penas que nosotros tenemos merecidas. La Eucaristía tiene también un valor propiciatorio: Jesús se ofrece al Padre como remisión de nuestros pecados. A pesar de que éstos sean muchos los pecados de los hombres, es mucho más valioso ante Dios el sacrificio de Cristo. La Eucaristía satisface con creces todas las deudas que los hombres hemos contraído ante Dios; por ello nos reconcilia con El. La Eucaristía también tiene un valor impetratorio. Así el fiel puede suplicar a Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo, que tenga misericordia de Venezuela, de la Iglesia y de la humanidad entera, nos proteja de todo mal y nos conceda el don por excelencia que es una gran efusión del Espíritu Santo, que renueve toda la realidad según los designios de Dios, que siempre son designios de vida, de justicia y de paz. El ofrecimiento del sacrificio eucarístico, realizado con verdadero conocimiento y con fe, es el camino para que la justicia de Dios se convierta en misericordia hacia Venezuela y hacia todas las naciones.
Si queremos que nuestra oración obtenga el máximo poder y intensidad, hagamos lo que hicieron los apóstoles mientras esperaban al Espíritu antes de Pentecostés: orar con María. Ella es invocada por la Iglesia como Reina de la paz y Auxilio de los Cristianos. No dejemos de poner a María, bajo la advocación de Coromoto como medianera ante Dios por la paz y la libertad de la nación venezolana y el progreso solidario del pueblo, invocada ante todo a través del rezo del Santo Rosario. Las palabras que la Virgen dirigió a san Juan Diego, recogidas en el Nican Mopohua, no pueden fallar: «los que a mi clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores».
Con María recurramos a la intercesión poderosa de san José, de todos los santos, mártires, y los Ángeles custodios de la nación venezolana y de sus habitantes, para que nos acompañen en nuestra petición ante Jesucristo. Para que por medio del sacrificio eucarístico, Dios Padre escuche de nuevo la súplica que su Hijo le dirigió en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34) referido a la nación venezolana. El Padre conmovido por las palabras de su Hijo en la cruz, perdonará nuestros pecados. Las oraciones del pueblo fiel llegarán a Dios y «la abundancia de los favores de Dios se desbordará en nosotros» (Ef 1,7). El Padre del cielo enviará el Arcángel san Miguel para que eche al abismo a los espíritus del mal que llevan al hombre a cometer tan grandes males a sus mismos compatriotas, luego la Virgen María podrá aplastar la cabeza de la serpiente y se hará realidad lo que los católicos y personas de buena voluntad no solo de Venezuela sino también de todas partes del mundo, junto con el Episcopado Venezolano, con oración y ayuno suplican a Dios: «bendiga los esfuerzos de los venezolanos por la libertad, la justicia y la paz. Imploramos las luces del Espíritu Santo para cada uno de nosotros, pedimos a Dios siga protegiendo a este pueblo y que la maternal protección de María de Coromoto nos aliente a seguir edificando la paz y la convivencia fraterna» (n. 11). Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
21 de Julio de 2017, Jornada de oración y ayuno por la paz y la libertad de Venezuela
Siglas: CIC. Catecismo de la Iglesia Católica
I. La oración, una fuerza poderosa para alcanzar la paz y la libertad
Aunque la crisis que padece Venezuela data de varios años, en los últimos meses se ha profundizado, el Gobierno no reconoce la autonomía de los poderes públicos, y hace uso de una represión inhumana a quienes disienten de él, dejando actuar impunemente a grupos paramilitares que azotan tanto a las comunidades como a las Instituciones. Son muchísimos los venezolanos que luchan incluso a riesgo de su propia vida por restablecer la democracia hoy secuestrada en Venezuela. Dirán los Obispos: «Aunque el pueblo mantiene la esperanza y la capacidad de superar las dificultades, hoy sufre mucho más. Pide le sea respetada su voluntad democrática, lo estipulado en el ordenamiento jurídico y constitucional, así como la real posibilidad de vivir en concordia, paz, libertad y con un creciente desarrollo humano integral» (n. 2).
En esta grave situación el anhelo por la paz, por el respeto a las instituciones democráticas y la soberanía del pueblo, surge de lo más profundo del corazón de tantos venezolanos y de personas de todo el mundo que comparten este dolor. Pero muchos se preguntan, como el salmista: «¿Dé donde me vendrá el auxilio?» (Sal 121,1), el mismo salmista responde, «el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121,2), ya que «para Dios no hay nada imposible» (Lc 1,37. Cf. Gn 18,14; Jr 32,17.27; Za 8,6). La paz y la libertad no es algo que pueda conseguirse solo con esfuerzos humanos, aunque éstos son imprescindibles, sino que además depende de Dios porque la paz es un don de El, y la oración es el camino para que nos la conceda.
En la jornada de oración por la paz realizada en Asís el 27 de octubre de 1986, san Juan Pablo II dijo: «La fe nos enseña que la paz es un don de Dios en Jesucristo, un don que habrá de expresarse en la plegaria hacia Aquel que tiene en sus manos los destinos de los pueblos». A todos los cristianos san Juan Pablo II nos sigue diciendo: «como discípulos de Cristo tenemos la obligación especial de trabajar para llevar al mundo la paz». Así lo manifestaba el Consejo Pontificio Justicia y paz en la Jornada Mundial de Oración por la paz en los Balcanes el 23 de enero de 1994: «Sí, la paz es posible, si sabemos “velar y orar” (Mc 14,38). [...] La oración es la única arma de la Iglesia para lograr la paz, y se encuentra, de manera especial, en manos de los pobres, de los oprimidos y de las víctimas de la injusticia. La oración, resistente como el acero cuando se templa bien en el fuego del sacrifico y del perdón, es la única arma eficaz para penetrar hasta el corazón, que es donde nacen los sentimientos y las pasiones del hombre. […] Sí, la paz es posible, pues es un don de Dios. […] Shalon, Salam, Paz, es la palabra más seductora revelada por Dios a los hombres para que éstos hagan de ella cada día una realidad apetecible, como el bien más preciado».
Ya se han realizado diversas jornadas de Oración y Ayuno convocadas por el Episcopado Venezolano (2.8.2016; 21.5.2017). Además se han realizado otras iniciativas a nivel Diocesano y parroquial donde miles de fieles han manifestado su fe a través de procesiones con el Santísimo Sacramento, Vigilias, Rosarios iluminados y otras celebraciones para pedir a Dios el auxilio ante el momento crucial que se atraviesa. Contemplativas de España-Portugal y de toda América Latina han sido convocadas a interceder unidas por la libertad y la paz del pueblo venezolano. Pero la realidad muestra que esta oración parece no ser eficaz.
II. Orar por la paz y el fin de la violencia a partir del reconocimiento de los pecados
El Señor ha prometido que escucharía nuestra oración, y nos ha invitado a orar: «Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá» (Lc 11,911). La fe nos enseña que no falta a Jesucristo ni el poder ni el querer darnos la paz. Por ello nos podemos preguntar ¿por qué, a pesar de que, desde hace años se ora por el fin de la violencia y la libertad del pueblo venezolano, la paz aun no es una realidad? ¿Será porque quizás no oramos debidamente? (cf. St 4, 2-3).
El beato Francisco Palau constató, a pesar de que la Iglesia universal oraba intensamente por España, gracias a un jubileo convocado por Gregorio XVI en 1842, la situación de la Iglesia en España iba de mal en peor. Esto le hizo leer con toda atención la Sagrada Escritura para encontrar luz. Descubrió que los pecados personales y los colectivos, son una densa nube (cf. Lm 3,44), un muro entre Dios y el pueblo suplicante, que impiden que las oraciones de los fieles sean escuchadas por Dios[2]. Porque como nos dice Dios, por medio del profeta Isaías: «Mira, la mano del Señor no es tan corta que no pueda salvar ni es tan duro de oído que no pueda oír; son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y vuestro Dios; son vuestros pecados los que tapan su rostro, para que no os oiga» (Is 59, 1-2).
En estos últimos decenios se han cometidos graves pecados colectivos, han sido venezolanos los que han hecho daño a su mismo pueblo, ello lo recordaban los Obispos, además del Gobierno que reprime brutalmente toda disidencia, dirán a las fuerzas armadas: «Apelamos a la conciencia de todos sus miembros: no olviden que también forman parte del pueblo y que deberán rendir cuenta de sus actos ante la Justicia humana y divina» (n.8).
Cuando intercedemos por algo que es fruto de pecados colectivos, como es este caso, nuestras oraciones no llegan a Dios, porque el acusador de nuestros hermanos (Ap. 12, 10), presenta a Dios estos pecados que nos hacen inmerecer ser escuchados. Por ello, san Juan Pablo II no dejó de exhortarnos de palabra y con el ejemplo sobre la necesidad de pedir perdón a Dios por los pecados colectivos. Nos decía en la bula del jubileo 2000: «Todos nosotros, aun no teniendo responsabilidad personal [...] cargamos con el peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido» (IM 11). Porque existe una solidaridad humana misteriosa e imperceptible, pero real y concreta, que hace que el pecado de cada uno repercuta en cierta manera sobre los demás (CIC 953). Pero ante todo los cristianos creemos en el «perdón de los pecados». Porque como recordaba el cardenal Cottier «la penitencia se basa en la certeza de que el pecado no puede tener la última palabra y de que todas las heridas causadas por él pueden ser sanadas por la gracia regeneradora del Redentor». Por ello, como fieles de la Iglesia estamos invitados a pedir perdón, pero es necesario hacerlo con conocimiento de causa.
Del mismo modo que Dios aborrece la injusticia (cf. Jdt 5,17), no soporta que sea derramada sangre inocente. Para que Dios conceda el don de la paz y el progreso integral para la nación venezolana es preciso, en primer lugar, que estos pecados colectivos sean destruidos, dando una plena satisfacción por ellos, para que Dios, en su gran misericordia, escuche benignamente nuestras oraciones en favor de la paz, libertad y respeto democrático, e infunda a todos los deseos de abandonar la violencia, y trabajar cada uno con sus talentos en el progreso integral de Venezuela, de modo que todos los venezolanos tengan una vida digna.
Para reconciliar el pueblo venezolano con Dios, debemos postrarnos ante El y pedir perdón de todos los pecados colectivos tanto del pasado como del presente, en particular de que se quebrante en la actualidad de forma tan grave el mandamiento «No matarás» (Dt 5,17). Debemos pedir perdón ante Dios tanto por los venezolanos que han perpetrado la muerte de un ser humano, como por todo el pecado que genera este sufrimiento inocente,
El pueblo de Israel, para quedar liberado de los pecados cometidos, una vez al año celebraba el gran día de la Expiación, en que el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo del Templo de Jerusalén. Allí, en nombre de todo el pueblo, confesaba las culpas, las infidelidades y los pecados cometidos por los israelitas, y estos ofrecían en sacrificio animales para restablecer la comunión con Dios. Así el pueblo quedaba purificado de sus pecados (Lv 16).
Los cristianos no tenemos otro sacrificio que el de Jesús en la cruz para la remisión de los pecados de toda la humanidad (CIC 616). Nosotros, ejerciendo el sacerdocio real de que, como miembros de la Iglesia, hemos sido revestidos por el Bautismo, o por el sacerdocio ministerial por el sacramento del Orden, intercedemos a favor del pueblo de Venezuela, ofreciendo la sangre preciosa de Cristo, para que sean destruidos los pecados de todos.
Por la fe sabemos que la Eucaristía tiene un valor expiatorio (CIC 1365-66): Jesús toma sobre sí las penas que nosotros tenemos merecidas. La Eucaristía tiene también un valor propiciatorio: Jesús se ofrece al Padre como remisión de nuestros pecados. A pesar de que éstos sean muchos los pecados de los hombres, es mucho más valioso ante Dios el sacrificio de Cristo. La Eucaristía satisface con creces todas las deudas que los hombres hemos contraído ante Dios; por ello nos reconcilia con El. La Eucaristía también tiene un valor impetratorio. Así el fiel puede suplicar a Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo, que tenga misericordia de Venezuela, de la Iglesia y de la humanidad entera, nos proteja de todo mal y nos conceda el don por excelencia que es una gran efusión del Espíritu Santo, que renueve toda la realidad según los designios de Dios, que siempre son designios de vida, de justicia y de paz. El ofrecimiento del sacrificio eucarístico, realizado con verdadero conocimiento y con fe, es el camino para que la justicia de Dios se convierta en misericordia hacia Venezuela y hacia todas las naciones.
Si queremos que nuestra oración obtenga el máximo poder y intensidad, hagamos lo que hicieron los apóstoles mientras esperaban al Espíritu antes de Pentecostés: orar con María. Ella es invocada por la Iglesia como Reina de la paz y Auxilio de los Cristianos. No dejemos de poner a María, bajo la advocación de Coromoto como medianera ante Dios por la paz y la libertad de la nación venezolana y el progreso solidario del pueblo, invocada ante todo a través del rezo del Santo Rosario. Las palabras que la Virgen dirigió a san Juan Diego, recogidas en el Nican Mopohua, no pueden fallar: «los que a mi clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores».
Con María recurramos a la intercesión poderosa de san José, de todos los santos, mártires, y los Ángeles custodios de la nación venezolana y de sus habitantes, para que nos acompañen en nuestra petición ante Jesucristo. Para que por medio del sacrificio eucarístico, Dios Padre escuche de nuevo la súplica que su Hijo le dirigió en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34) referido a la nación venezolana. El Padre conmovido por las palabras de su Hijo en la cruz, perdonará nuestros pecados. Las oraciones del pueblo fiel llegarán a Dios y «la abundancia de los favores de Dios se desbordará en nosotros» (Ef 1,7). El Padre del cielo enviará el Arcángel san Miguel para que eche al abismo a los espíritus del mal que llevan al hombre a cometer tan grandes males a sus mismos compatriotas, luego la Virgen María podrá aplastar la cabeza de la serpiente y se hará realidad lo que los católicos y personas de buena voluntad no solo de Venezuela sino también de todas partes del mundo, junto con el Episcopado Venezolano, con oración y ayuno suplican a Dios: «bendiga los esfuerzos de los venezolanos por la libertad, la justicia y la paz. Imploramos las luces del Espíritu Santo para cada uno de nosotros, pedimos a Dios siga protegiendo a este pueblo y que la maternal protección de María de Coromoto nos aliente a seguir edificando la paz y la convivencia fraterna» (n. 11). Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
21 de Julio de 2017, Jornada de oración y ayuno por la paz y la libertad de Venezuela
Siglas: CIC. Catecismo de la Iglesia Católica
[1] Todas las referencias explícitas de Venezuela proceden de este documento episcopal.
[2] Bto. Francisco Palau expone estas enseñanzas en: Lucha del alma con Dios y Vida Solitaria. www.camelitasmisioneras.org
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