La fe de nuestros políticos
Intento vano y poco menos que imposible, tratar de entrar en el santuario sagrado de la conciencia de las personas, para conocer y valorar su grado de fe. Sólo Dios, que no juzga por las apariencias, como los humanos, es el único juez capaz de escudriñar los abismos insondables que esconde el corazón humano, cuya realidad más íntima escapa a toda ciencia e inteligencia humanas.
En este, como en tantos otros terrenos del saber, nos topamos de bruces, con el misterio más grande y absoluto, que nos impide dar un juicio de valor, sobre los seres humanos y mucho más, sobre la casta política que nos gobierna. Sin pretensiones de ningún tipo y desde la perspectiva superficial de lo meramente sensorial, tengo el atrevimiento de dar mi opinión sobre las apariencias, presencias y comparecencias públicas de los políticos, referentes a su fe o carencia de la misma.
La mediocridad ha sido y es la nota dominante. Ni se conocen destacados increyentes, ateos o agnósticos, ni tampoco valientes confesores de la fe cristiana-católica. No es el caso de citar a personas concretas. Lo más obvio es fijarse en los dos grupos mayoritarios de derechas y de izquierdas –grupo socialista y grupo gubernamental, con algunos grupúsculos de nacionalistas y republicanos -que en el aspecto religioso, pasan desapercibidos y camuflan su verdadera identidad a un credo o confesión religiosa.
Si exceptuamos casos muy concretos, la verdad es que, la alusión en el Parlamento a Dios o a su Iglesia, o a cualquier confesión conocida, no es motivo de controversia.
La generalidad de políticos trabajan, intervienen y discuten los temas más relevantes sin nombrar siquiera a Dios. Es más, viven, legislan, y actúan de cara a la galería, “como si Dios no existiera”. Si la memoria no me falla, en ningún caso de reunión plenaria de las Cortes de la Nación, se ha hecho a lo largo de los años de la transición democrática, alusión clara y directa al santo nombre de Dios y ni siquiera a su existencia, aunque solo fuese para pedirle ayuda o protección como en otros parlamentos más importantes.
Donde no hubo tal omisión, ha sido en el trato dado a la Iglesia católica, en el tema de la vida, de la enseñanza y del respeto a la Jerarquía y fieles católicos. La revisión de la así llamada Memoria Histórica, la asignatura de EPC, los programas de TV, la nueva ley del Aborto libre y la eutanasia, los crucifijos en la escuela etc, han sido ocasión de serios roces, injurias y descalificaciones para los cristianos.
Se han echado de menos líderes convencidos y confesos en su fe, creyentes y practicantes, que sirvieran como modelos de identificación para el Pueblo de Dios.
En este, como en tantos otros terrenos del saber, nos topamos de bruces, con el misterio más grande y absoluto, que nos impide dar un juicio de valor, sobre los seres humanos y mucho más, sobre la casta política que nos gobierna. Sin pretensiones de ningún tipo y desde la perspectiva superficial de lo meramente sensorial, tengo el atrevimiento de dar mi opinión sobre las apariencias, presencias y comparecencias públicas de los políticos, referentes a su fe o carencia de la misma.
La mediocridad ha sido y es la nota dominante. Ni se conocen destacados increyentes, ateos o agnósticos, ni tampoco valientes confesores de la fe cristiana-católica. No es el caso de citar a personas concretas. Lo más obvio es fijarse en los dos grupos mayoritarios de derechas y de izquierdas –grupo socialista y grupo gubernamental, con algunos grupúsculos de nacionalistas y republicanos -que en el aspecto religioso, pasan desapercibidos y camuflan su verdadera identidad a un credo o confesión religiosa.
Si exceptuamos casos muy concretos, la verdad es que, la alusión en el Parlamento a Dios o a su Iglesia, o a cualquier confesión conocida, no es motivo de controversia.
La generalidad de políticos trabajan, intervienen y discuten los temas más relevantes sin nombrar siquiera a Dios. Es más, viven, legislan, y actúan de cara a la galería, “como si Dios no existiera”. Si la memoria no me falla, en ningún caso de reunión plenaria de las Cortes de la Nación, se ha hecho a lo largo de los años de la transición democrática, alusión clara y directa al santo nombre de Dios y ni siquiera a su existencia, aunque solo fuese para pedirle ayuda o protección como en otros parlamentos más importantes.
Donde no hubo tal omisión, ha sido en el trato dado a la Iglesia católica, en el tema de la vida, de la enseñanza y del respeto a la Jerarquía y fieles católicos. La revisión de la así llamada Memoria Histórica, la asignatura de EPC, los programas de TV, la nueva ley del Aborto libre y la eutanasia, los crucifijos en la escuela etc, han sido ocasión de serios roces, injurias y descalificaciones para los cristianos.
Se han echado de menos líderes convencidos y confesos en su fe, creyentes y practicantes, que sirvieran como modelos de identificación para el Pueblo de Dios.
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